octubre 26, 2013

«El que se eleva, será humillado, y el que se humilla, será elevado»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 27 de octubre.

Pablo se da cuenta del final de su vida y –como toda ella ha sido– está dispuesto a ser ‘sacrificio agradable’ a Dios ‘derramando’ su vida en honor al Padre que le Ama desde toda la eternidad; del Hijo, que se entregó a sí mismo para salvarlo; y del Espíritu Santo, que lo ha guiado en fidelidad constante hasta este momento final de su vida en el que va a dar el supremo testimonio de su amor fiel a Jesucristo. Solo un espíritu humilde y consciente de su propia realidad, llena de posibilidades y límites, puede llegar, con esta paz y decisión, a este final que algunos llamarán ‘trágico’.

Es lo que la primera lectura nos sugiere a cada uno de nosotros: ofrecer sacrificios agradables a Dios para ser aceptados y transformar nuestra vida en gloria de Dios y salvación propia y para los demás, superando todos los problemas que la realidad, sin fin, nos va planteando sin pedirnos permiso ni preguntarnos el parecer. El Apóstol se lo pide a Timoteo y a todos nosotros y nos anima a confiar en el Señor, pues Él es fiel sin condiciones... ¡Bien lo sabe él, que ha experimentado y goza de esta fidelidad de Dios! Jesús, en el evangelio, nos hace notar que para ser aceptados por Dios solo necesitamos vivir una condición sustancial: abrirnos y abandonarnos, con humilde confianza, a Él... pues nos conoce muy bien y –al amarnos con locura, como nos ama desde toda la eternidad– hará todo lo necesario para que la grandeza de nuestra salvación se haga patente a todos. El salmo lo confiesa con nitidez histórica: ¡cuando el pobre invoca al Señor –como pobre lleno de humildad y confianza en su Dios y Salvador–, Él lo escucha! Con nosotros no será diferente si nos ponemos, como Pablo y los verdaderos pobres en el Señor, al amparo del Señor para hacer siempre su Voluntad, pase lo que pase.

Dios bendice. Él nos escucha; confiemos cada día más en su Misericordia: con Él nada se pierde.
Unidos en oración con María, la Madre de la Misericordia y del Amor Providente, Dios:

P. José Mª Domènech SDB

«El que se eleva, será humillado, y el que se humilla, será elevado»

La Palabra hoy nos presenta, por un lado, la confiada humildad del que reconoce su pequeñez y la necesidad de auxilio, como en la primera lectura y en segunda donde Pablo solo se apoya en el Señor, su salvador; y, por otro, la altanera soberbia del que alardea de lo bueno hecho y desprecia.

¿Cuántos de nosotros reconocemos nuestros concretos pecados contra Dios y contra los hombres? ¿Cuántos aceptamos necesitar el perdón y la Misericordia de Dios? Dios –que es realmente Padre-Madre– y está siempre atento a nuestras reales necesidades, pero ¿y nosotros cómo estamos?

La humildad del que cree en la Misericordia de Dios, es la virtud por la que somos capaces –sin perder la paz interior– de afrontar todas las dificultades, personales o ajenas, internas o externas.

Siempre debemos dar gracias a Dios, pero por su Bondad con nosotros, no por la nuestra hacia Él o –peor todavía– como la suya. Agradezcamos su Misericordia ante nuestra miseria y no nos ufanamos por no ser pecadores como los demás. Éste fue el grave error del fariseo: alardear de su ‘bondad’ –y no reconocerla como don de Dios– y compararse con su hermano más débil, despreciándolo.

¿Quién criticará que alguien sea fiel a las normas? Nadie, pero lo que vale en esta conducta es la actitud que sustenta esta voluntad de fidelidad: ¿es por amor real a quien nos pide algo o es necesidad de sentirse perfecto y seguro por la propia ‘bondad’? Todos somos débiles, solo Dios salva.

El justo jamás desprecia a nadie, ya que el único que nos justifica es Dios y lo hace por pura misericordia; pues nosotros somos pecadores y, cuanto ‘mejores’ nos creemos, más pecadores somos. De modo que, lo que nos conviene es un poco de realismo, objetividad y honesta humildad.

Jesús confía en nosotros, porque nos ama; pero, para nosotros, es vital confiar solo en Él.

Dios siempre escucha nuestras verdaderas y honestas oraciones pidiendo ayuda: es Padre-Madre.

¿Qué es lo importante para Dios? Nuestra obediencia a su Voluntad y nuestra caridad concreta: ambas unidas para el bien de los hermanos que necesitan nuestra comprensión y apoyo.

Éste es el sacrificio que Dios tiene en cuenta; lo demás no vale nada, pues son fórmulas vacías.

Aunque todo parezca perdido, Dios jamás abandona a ninguno de sus hijos y menos en problemas

Pablo, el Apóstol, hace balance de su vida. Se da cuenta que su martirio está muy cerca y confía en el Señor de la Vida, a quien entrega plenamente la suya, sabiendo que no será decepcionado.

Cuando todos lo habían abandonado, fue el Señor, el único incondicionalmente fiel, quien le acompañó y ayudó; así pudo dar un firme y claro testimonio del Evangelio ante todos los paganos.

Dios garantiza su misericordia no por pecar, sino por la humildad, la confianza y la conversión

Portarse bien es bueno, pero reconociendo que todo es don del Amor de Dios, no mérito propio.

El pecado es malo, pero es peor esconderlo y no arrepentirse. Lo mejor –lo único que nos lleva a la Salvación del Amor de Dios– es creer en la Bondad de Dios y pedir su perdón y Misericordia.

Jesús nos señala que es malo creerse justo y juzgar a los demás por sus errores, despreciándolos.

La humildad abre al pecador a la misericordia de Dios, facilitando su camino a la real conversión.

Pidamos a María, la humilde sierva, vivir humildes y en conversión, seguros del Amor de Dios.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXX

Lo que nos atrae la Bondad de Dios es la humildad de reconocer nuestra pequeñez y necesidad de su misericordia. Lo demás nos aleja de Dios

Eclo. 35, 14.16-18:
El Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra parcial... y escucha al oprimido... El que rinde el culto que agrada al Señor es aceptado... La súplica del humilde atraviesa las nubes y...: no desiste hasta que el Altísimo interviene para juzgar a los justos y hacerles justicia.

Sal. 332-3.17-19.23: El pobre invocó al Señor y Él lo escuchó

2Tm. 4, 6-8.16-18:
Querido hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una libación y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la Fe. Ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor... me dará en su Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. Cuando hice mi primera defensa,... todos me abandonaron... Pero el Señor estuvo a mi lado... para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio... El Señor me librará de todo mal... hasta que entre en su Reino celestial. ¡A Él sea la gloria...! Amén.

Lc. 18, 9-14: Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo para orar. Uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres... ni tampoco como ese publicano...” En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba, si siquiera, a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” Les aseguro que éste último volvió justificado a su casa, pero no el primero. Porque todo el que se eleva, será humillado, y el que se humilla, será elevado.»





octubre 19, 2013

"Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor"

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 20 de octubre.

Quien cree de verdad en el Señor de la vida, no cede ante las dificultades y camina en su presencia más allá de lo que le parezca valioso o no a él, le guste o no, le consuele o no, le favorezca o no, según sus personales criterios, con tal de que el Señor se lo presente valioso en orden al Reino y al bien que le ha pedido hacer o al mensaje que le ha confiado proclamar a sus hermanos, es decir, de acuerdo a su Voluntad de Vida y Paz. Por eso es tan importante para nosotros crecer en la Fe, y pedirle al Señor que nos aumente la Fe sin cesar, precisamente para poder hacer su Voluntad, pase lo que pase; pues estamos en un mundo demasiado lleno de promesas y teorías, que, casi siempre, a la larga, nos dejan vacíos y con el sabor de que nos hemos engañado al creerlas.

Orar es caminar en esta actitud y vivir siempre en la presencia del Señor, “alzadas las manos hacia Él” como Moisés y buscando en todo lo que Él desea. Para eso deberemos sin fin pedir, pero vivir en Él siempre y como Él nos indique, aunque duela o cueste más de lo que nos gustaría. Pediremos lo que creemos necesitar y con ahínco, pero agradeciendo lo que nos dé. ¡Es lo mejor!

La fidelidad es el elemento más importante de la vida cristiana, pero fidelidad a Dios y a las Comunidades a las que Él nos integra, aunque hayan muchas explicaciones humanas –y muy razonables y racionales– que nos muestran que han sido las circunstancias las que han generado que lleguemos a estar ahí y no en otro lado, pero tengamos en cuanta, que, aunque esto fuera cierto, Dios sigue esperando que ahí “hagamos su Voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Dios hará justicia siempre, pues a Él sí le interesamos y le interesa cada una de las personas que nos rodean, le conozcan o no, le amen o no, le sirvan o no, le acepten o no. Él no juzga jamás, solo ama ¡y basta!: ésa es su Naturaleza, nos dice san Juan en su primera carta, y ese Amor le hace sumamente industrioso; a veces nos pedirá a nosotros algún servicio o que le ofrezcamos algún momento de dolor que la realidad o la naturaleza –por culpa nuestra o de otro o de nadie– nos ha echado encima. No reusemos jamás poner nuestra vida y todas sus circunstancias, aunque sean fruto de algún pecado nuestro o ajeno, en el corazón de Dios, pues Él tiene la capacidad de transformar todo lo que se le ofrece de verdad, en gracia de Salvación para el que la necesita y la ansía, aunque él, reflejamente no lo acepte y hasta crea rechazarlo... ¡No olvidemos que Dios nos conoce perfectamente por dentro a todos, a Todos, absolutamente A TODOS: somos sus hijos!

Dios nos bendice y nos ayuda; que cada día nos fiemos más de su Amor Providente.

Unidos en oración con María, la Madre de oración perseverante y Fe inquebrantablemente fiel:

P. José Mª Domènech SDB

"Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor"

¿Cuál es el cuestionamiento al que desea Dios que afrontemos? Es como si Dios nos dijera: ‘¿Ustedes creen en mí lo suficiente como para fiarse de Mí? De eso depende la vida, justicia y paz en la tierra’

Solo la Fe permite una seria fidelidad, es decir, una que mantenga la perseverancia en la oración y las buenas obras, fruto de una intimidad atenta con Dios y al servicio del bien de los hombres, sobre todo de los que necesitan el don de la vida y de la libertad en la verdad del Amor de Dios.

La confirmación ratifica la voluntad bautismal de vivir en Cristo y como Cristo en medio de las dinámicas de la vida con sus beneficios e injusticias; propuestas enaltecedoras y ofertas degradantes; aperturas ilusionadas y concretas a la paz y a la vida y tentaciones de muerte y destrucción.

La verdadera oración no es negociación con el Todopoderoso para que haga lo que le proponemos, sino diálogo, en confiada y cariñosa intimidad amorosa, con el Padre-Madre Dios que nos guía y cuida para que lleguemos a su grandeza, para la cual Él nos creó a cada uno de nosotros.

El fin más importante de la oración es esforzarse por comprender y vivir la Voluntad de Dios, que es, con mucho, lo más valioso y seguro para nosotros y para toda la Humanidad. No tiene nada que ver con la magia, el conjuro o la presión para lograr algo de una divinidad a nuestra medida.

La oración cristiana y la Fe van inseparablemente unidas: a mayor Fe, mejor oración. La primera y más constante oración debería ser: “Auméntanos la Fe” y la segunda, “¡Hágase tu Voluntad!”, pues todo lo demás vendrá por añadidura, ya que Dios es Padre personal de cada uno de nosotros.

Jesús nos invita a no cansarnos en nuestra oración y buenas obras de conversión y servicio: ¡jamás bajar los brazos por duro y difícil que parezca lo que ansiamos o pedimos!

Perseverar en la oración confiada y en el esfuerzo por superar las dificultades, eso es creer

Es necesario enfrentar los momentos difíciles, pero sin descuidar la oración.

Para vencer todo mal, la oración en la Fe debe ser perseverante, pues eso nos abre a la verdad del Amor de Dios y, en ella, a la libertad de su Amor y, con este Amor llega, sin duda, la Victoria.

La Palabra de Dios escuchada con perseverancia, nos educa en la Fe y en la fidelidad para el bien

Lo substancial de la vida cristiana es la Fidelidad al Señor, que vive y se alimenta de la Fe en Él.

La mejor ayuda para afianzar la Fe en todo momento es meditar cada día la Palabra de Dios.

Ella nos prepara, guía y educa para todo servicio real que busque el bien-salvación de los hermanos.

La justicia de Dios, nacida de su Amor eterno e incondicional, es más eficaz que toda injusticia

Entre los judíos, el juez lo era todo y la viuda, nada, dependía de la buena voluntad de los demás.

Con la perseverancia en su fe y la súplica insistente, la viuda logra lo que creía que era justo.

Jesús nos invita a orar sin desalentarnos, pues Dios atiende al que ora con perseverancia.

Pero actuar así exige una Fe en renovación constante; Fe que sabe confiar en quien nos ama sin condiciones y busca siempre y solo lo mejor para cada uno de nosotros, sus hijos amados.

Pidamos a María nunca ‘bajar los brazos’ en la oración y hacer de la Palabra nuestro alimento.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXIX

La fidelidad a la Fe verdadera nos permite superar todas las batallas de la vida y conseguir del Señor todo lo que verdaderamente necesitamos.

Ex. 17, 8-13:
Los amalecitas atacaron a Israel... Moisés dijo a Josué: «Elige a alguno de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte teniendo en mi mano el bastón de Dios.» Josué... fue a combatir... Entre tanto, Moisés, Aarón y Jur habían subido a la cima del monte. Mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel, pero cuando los dejaba caer, prevalecía Amalec... Moisés [que tenía los brazos muy cansados] se sentó... mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado... De esa manera, Josué derrotó a Amalec y sus tropas a filo de espada.

Sal. 1201-8: Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.

2Tm. 3, 14-4, 2:
Querido hijo: permanece fiel a la doctrina que aprendiste y de la que estás plenamente convencido... las Sagradas Escrituras... pueden darte al Sabiduría que conduce a la Salvación, mediante la Fe en Cristo Jesús... a fin de que el hombre sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien. Yo te conjunto delante de Dios y de Cristo Jesús... proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión y sin ella, arguye, reprende, exhorta con paciencia incansable y con afán de enseñar.

Lc. 18, 1-8: Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar sin desanimarse: «En una ciudad que no temía a Dios ni le importaban los hombres; en la misma ciudad había una viuda que recurría a él, diciéndole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario.” Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después se dijo: “...como esta viuda me molesta, le haré justicia...”.» Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le claman día y noche...? Les aseguro que... les hará justicia. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará Fe sobre la tierra?»