Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 4 de enero:
“Vino a los suyos...” ¿Nos creemos que somos del Señor? Si lo creemos, decidamos vivir abandonados a Él y con afán de escucharle y hacerle caso, pues Él vive totalmente centrado en nosotros. Él nos considera suyos: nos creó a su imagen y para gozar en su Vida de Felicidad, Alegría y Paz sin medida. No podemos ni imaginar lo que Dios nos tiene preparado.
Nada en Dios es respuesta a lo que hagamos. Todo está preparado para ayudarnos en lo que necesitemos; lo tiene todo previsto, pero no impone nada, absolutamente nada, en ningún momento. Su respeto es total y su atención, constante: nos conoce y de Él lo recibimos todo para una vida cada día más profunda y plena. Nadie tiene más interés en nosotros que Él, que nos creó con eterno Amor personal para que compartamos su Vida eternamente feliz. ¡No nos esclavicemos a nada!
Vivamos cada día más libres para Dios, como María, como José, como Jesús, como todos los santos y, en especial, como Don Bosco.
Cristo, el hijo de María y José, nos ayude a vivir más abiertos a Dios, su Padre y Padre nuestro.
Unidos en oración con María, nuestra Madre y Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
Fuimos creados para la grandeza y felicidad del mismo Dios. Por eso deseamos lograr un modo de vida y relaciones, es decir, una cultura, que nos forme para ser personas que sepan conocer, respetar, cuidar y dominar nuestro mundo –interno y externo– con verdadero señorío, de modo que, sin perjuicios, llevemos cada realidad, sobre todo la personal, a la maduración de su ser y de su obrar, es decir, a ser feliz –ya aquí y con todos– y para siempre.
Los planes de Dios son maravillosos. ¡Pensados solo a nuestro favor y beneficio! Pero ¿estamos atentos y dispuestos a secundarlos? o ¿nos interesa más lo que nos complace; lo que coincide con nuestros planes; lo que podemos asumir sin mucho costo; lo que nos trae algún beneficio controlable por nosotros, sin mirar consecuencias?
Eso le sucede a veces a personas con buenas habilidades y cierto poder gracias al dominio que tienen del conocimiento, de la política, de los negocios, de las relaciones sociales, o, desgraciadamente, por su habilidad de manipular.
Si sabemos escuchar y vivir en el Señor aprendemos a bendecir, alabar, dar gracias y a construir vida y relaciones desde la grandeza que Dios ha puesto en nuestro corazón para compartirla, como Él comparte toda su Vida con nosotros: de Él lo hemos recibido todo y en Él encontramos nuestra grandeza futura, que es segura, si le aceptamos.
La Sabiduría de Dios no tiene nada que ver con ningún afán de dominio, sino con el Amor en la Verdad para la Vida, siempre renovada por Él mismo y, por eso, en constante plenitud. La Sabiduría de Dios no la dan los conocimientos ni, mucho menos, los títulos, los cargos o responsabilidades recibidas. La Sabiduría es un don de Dios que Él concede a todo el que se la pida de verdad y la sepa recibir con sencillez y humildad para servir al Bien Común y defensa y desarrollo de la vida, sobre todo de los últimos, marginados o esclavizados, de cualquier tipo o cultura.
Éste fue el modo de vida de Jesús y se nos pide que nosotros, sus discípulos –y por eso, sus testigos-misioneros–, lo asumamos como propio, aunque empleemos toda la vida para aprender a vivirlo como Cristo, Sabiduría encarnada.
Dios es Sabiduría, propia del Amor que vive en su Comunión trinitaria y que comparte con toda la realidad creada
Dios comparte sus dones –y todos son eternos– para el bien de todo ser, en su realidad propia, nadie está excluido: a cada uno le da lo que necesita para cumplir el fin que le corresponde. Él no solo es sabio, ¡es la Sabiduría!
Su Sabiduría –eterna como Él mismo– tiene un fin primero: el bien de la persona: para que conozca a su Creador, se conozca bien a sí misma en Él, respete la realidad en la que se encuentra y sepa moverse en ella, sobre todo en los momentos difíciles. Así, madurando cada día en la escucha de la Palabra de Dios, gozará los bienes a ella confiados.
En Cristo, Sabiduría encarnada, lo recibimos todo; por Él y en Él somos bendecidos para compartir sus dones.
Todo nos llega por Cristo, Él es nuestra bendición, consuelo y salvación. En Él aprendemos a vivir y movernos en este mundo como lo que somos en realidad: hijos adoptivos de Dios. Él es Maestro de Vida y Gozo para todos.
En Él somos la Comunidad que –fundada por Él, alimentada en Él y siempre apoyada en su Espíritu– glorifica al Padre y anuncia a todos, con su vida, oración y obras, la Salvación, que es para todos, por la obediencia a Él.
Jesucristo, el Salvador, es una persona concreta: el mismo Hijo eterno de Dios, quien nos lleva conocer al Padre.
¡Dios es nuestro Padre! ¡Cuánto nos cuesta vivir su inmenso Amor –eterno y personal–! Nadie podía pensar mayor cercanía de Dios: vino, no para visitarnos como un amigo, sino para ser uno de nosotros, asumiendo nuestro ser.
Actuó así, haciéndose uno de nosotros, para ayudarnos a aprender a ser como Él: imágenes suyas, sus hijos.
Jesús es nuestro Salvador: testigo fiel, perfecto y explícito, del Amor de Dios: su Hijo amado y hermano nuestro.
Pidamos a María ser honestos creyentes y generosos testigos de Jesús-Salvador, siempre atentos y obedientes.
Sb. 241-2.8-12: El Creador de todas las cosas me dio una orden... Él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel.» Él me creó antes de los siglos... y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante Él ejercí el Ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión... y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.
Sal. 14712-15.19-20: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Ef. 13-6.15-18: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo... y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el Amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo... Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría... que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones para que... puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.
Jn. 11-18: Al principio existía quien es la Palabra... La Palabra era Dios... era la Luz verdadera... Ella estaba en el mundo... pero el mundo no la conoció... Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron... La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia... Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.
“Vino a los suyos...” ¿Nos creemos que somos del Señor? Si lo creemos, decidamos vivir abandonados a Él y con afán de escucharle y hacerle caso, pues Él vive totalmente centrado en nosotros. Él nos considera suyos: nos creó a su imagen y para gozar en su Vida de Felicidad, Alegría y Paz sin medida. No podemos ni imaginar lo que Dios nos tiene preparado.
Nada en Dios es respuesta a lo que hagamos. Todo está preparado para ayudarnos en lo que necesitemos; lo tiene todo previsto, pero no impone nada, absolutamente nada, en ningún momento. Su respeto es total y su atención, constante: nos conoce y de Él lo recibimos todo para una vida cada día más profunda y plena. Nadie tiene más interés en nosotros que Él, que nos creó con eterno Amor personal para que compartamos su Vida eternamente feliz. ¡No nos esclavicemos a nada!
Vivamos cada día más libres para Dios, como María, como José, como Jesús, como todos los santos y, en especial, como Don Bosco.
Cristo, el hijo de María y José, nos ayude a vivir más abiertos a Dios, su Padre y Padre nuestro.
Unidos en oración con María, nuestra Madre y Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
"Vino a los suyos..."
Fuimos creados para la grandeza y felicidad del mismo Dios. Por eso deseamos lograr un modo de vida y relaciones, es decir, una cultura, que nos forme para ser personas que sepan conocer, respetar, cuidar y dominar nuestro mundo –interno y externo– con verdadero señorío, de modo que, sin perjuicios, llevemos cada realidad, sobre todo la personal, a la maduración de su ser y de su obrar, es decir, a ser feliz –ya aquí y con todos– y para siempre.
Los planes de Dios son maravillosos. ¡Pensados solo a nuestro favor y beneficio! Pero ¿estamos atentos y dispuestos a secundarlos? o ¿nos interesa más lo que nos complace; lo que coincide con nuestros planes; lo que podemos asumir sin mucho costo; lo que nos trae algún beneficio controlable por nosotros, sin mirar consecuencias?
Eso le sucede a veces a personas con buenas habilidades y cierto poder gracias al dominio que tienen del conocimiento, de la política, de los negocios, de las relaciones sociales, o, desgraciadamente, por su habilidad de manipular.
Si sabemos escuchar y vivir en el Señor aprendemos a bendecir, alabar, dar gracias y a construir vida y relaciones desde la grandeza que Dios ha puesto en nuestro corazón para compartirla, como Él comparte toda su Vida con nosotros: de Él lo hemos recibido todo y en Él encontramos nuestra grandeza futura, que es segura, si le aceptamos.
La Sabiduría de Dios no tiene nada que ver con ningún afán de dominio, sino con el Amor en la Verdad para la Vida, siempre renovada por Él mismo y, por eso, en constante plenitud. La Sabiduría de Dios no la dan los conocimientos ni, mucho menos, los títulos, los cargos o responsabilidades recibidas. La Sabiduría es un don de Dios que Él concede a todo el que se la pida de verdad y la sepa recibir con sencillez y humildad para servir al Bien Común y defensa y desarrollo de la vida, sobre todo de los últimos, marginados o esclavizados, de cualquier tipo o cultura.
Éste fue el modo de vida de Jesús y se nos pide que nosotros, sus discípulos –y por eso, sus testigos-misioneros–, lo asumamos como propio, aunque empleemos toda la vida para aprender a vivirlo como Cristo, Sabiduría encarnada.
Dios es Sabiduría, propia del Amor que vive en su Comunión trinitaria y que comparte con toda la realidad creada
Dios comparte sus dones –y todos son eternos– para el bien de todo ser, en su realidad propia, nadie está excluido: a cada uno le da lo que necesita para cumplir el fin que le corresponde. Él no solo es sabio, ¡es la Sabiduría!
Su Sabiduría –eterna como Él mismo– tiene un fin primero: el bien de la persona: para que conozca a su Creador, se conozca bien a sí misma en Él, respete la realidad en la que se encuentra y sepa moverse en ella, sobre todo en los momentos difíciles. Así, madurando cada día en la escucha de la Palabra de Dios, gozará los bienes a ella confiados.
En Cristo, Sabiduría encarnada, lo recibimos todo; por Él y en Él somos bendecidos para compartir sus dones.
Todo nos llega por Cristo, Él es nuestra bendición, consuelo y salvación. En Él aprendemos a vivir y movernos en este mundo como lo que somos en realidad: hijos adoptivos de Dios. Él es Maestro de Vida y Gozo para todos.
En Él somos la Comunidad que –fundada por Él, alimentada en Él y siempre apoyada en su Espíritu– glorifica al Padre y anuncia a todos, con su vida, oración y obras, la Salvación, que es para todos, por la obediencia a Él.
Jesucristo, el Salvador, es una persona concreta: el mismo Hijo eterno de Dios, quien nos lleva conocer al Padre.
¡Dios es nuestro Padre! ¡Cuánto nos cuesta vivir su inmenso Amor –eterno y personal–! Nadie podía pensar mayor cercanía de Dios: vino, no para visitarnos como un amigo, sino para ser uno de nosotros, asumiendo nuestro ser.
Actuó así, haciéndose uno de nosotros, para ayudarnos a aprender a ser como Él: imágenes suyas, sus hijos.
Jesús es nuestro Salvador: testigo fiel, perfecto y explícito, del Amor de Dios: su Hijo amado y hermano nuestro.
Pidamos a María ser honestos creyentes y generosos testigos de Jesús-Salvador, siempre atentos y obedientes.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO B – TIEMPO DE NAVIDAD – DOMINGO II
Dios envió a Hijo único para enseñarnos a ser hijos de su Padre, es decir, vivir la vocación para la que se nos creó. Solo el Padre podía pensar en tal plan.
Dios envió a Hijo único para enseñarnos a ser hijos de su Padre, es decir, vivir la vocación para la que se nos creó. Solo el Padre podía pensar en tal plan.
Sb. 241-2.8-12: El Creador de todas las cosas me dio una orden... Él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel.» Él me creó antes de los siglos... y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante Él ejercí el Ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión... y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.
Sal. 14712-15.19-20: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Ef. 13-6.15-18: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo... y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el Amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo... Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría... que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones para que... puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.
Jn. 11-18: Al principio existía quien es la Palabra... La Palabra era Dios... era la Luz verdadera... Ella estaba en el mundo... pero el mundo no la conoció... Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron... La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia... Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.