junio 30, 2011

Venerable Madre Laura



El pasado 27 de junio, SS. Benedicto XVI aprobó el decreto sobre la heroicidad de las virtudes de la Sierva de Dios sor Laura Meozzi, primera misionera FMA en Polonia (1873-1951). Al cumplirse 60 años de su tránsito al cielo, Madre Laura es declarada Venerable. Cuando se compruebe la realización de un milagro por su intercesión, podrá llegar a ser beatificada.

Madre Laura (Firenze - Italia, 1873 - Pogrzebien - Polonia, 1951) estudió medicina en Roma, donde decidió su vocación como FMA en 1898. Desde entonces, trabajó principalmente en Sicilia hasta 1921, cuando fue elegida para coordinar al primer grupo de Hijas de María Auxiliadora en Polonia.

Madre Laura Meozzi es la pionera de la presencia de la FMA en Polonia, adonde llega en 1922.

Viviendo en pobreza extrema, Madre Laura abre casas para toda necesidad: hogares para los niños huérfanos y abandonados; escuelas y talleres para las jovencitas; para las postulantes, novicias, hermanas; para los refugiados, los perseguidos, los enfermos, los prófugos ... Madre Laura da consuelo a todos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, consciente del riesgo al que se enfrenta, decide permanecer en Polonia junto a las jóvenes hermanas. Junto a ellas, sufre la ocupación rusa y alemana, el cierre de las casas abiertas con grandes sacrificios, la deportación de algunas FMA a campos de concentración.

Madre Laura tenía un don especial de maternidad fuerte y dulce. Sabía acompañar con prudencia porque poseía el don de discernimiento de espíritus, de la escucha y el aliento. Después de la guerra, las FMA de Polonia tuvieron que abandonar los territorios convertidos en repúblicas soviéticas, y empezar todo de nuevo. Madre Laura logró reaperturar hasta 12 casas.

En Pogrzebien, en un viejo castillo donde los alemanes asesinaron mujeres y niños, renace el noviciado, la alegría, la sonrisa. Pero Madre Laura se siente cada vez más cansada. Asistida por las monjas y sostenida por las oraciones de todos, deja este mundo el 30 de agosto 1951.

Tomado del infoline Salesianas de Don Bosco:Madre Laura Meozzi declarada Venerable


junio 23, 2011

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 26 de junio, fiesta del Corpus Christi!

El domingo pasado celebrabamos al Amor de Dios manifestado a lo largo de toda nuestra historia con la intervención de las tres personas de la Santísima Trinidad: en la constante acción creadora del Padre; en la incesante actividad redentora del Hijo, en Cristo, y en la perpetua obra santificadora del Espíritu Santo en el corazón humano y en la Comunidad Eclesial.

Obra que apareció patente a nuestros ojos, no siempre atentos a los signos del Amor de Dios, con la encarnación del Hijo de Dios por la voluntad explícita del Padre y la consagración del Espíritu Santo.

Es un Misterio de Amor que la Iglesia siempre está gozando, proclamando y profundizando en su meditación de la Palabra y en la celebración de los distintos sacramentos que, en cada uno de sus miembros, van haciéndose historia al "encarnar" este Amor de Dios, la concreta redención de Cristo y la santificación que el Espíritu obra en cada persona y se muestra en cada una de sus actitudes, que se traducen, por la docilidad, en magníficas obras, especialmente en aquellos que reconocemos como santos, es decir, personas que, al igual que Cristo, han aceptado ser colabradores obedientes a las mociones del Espíritu Santo.

Este domingo la celebración centra su antención en un partitular misterio muy propio del Amor del Padre que desea hacerse en nuestra historia el permanente "Dios-con-nosotros". Estamos hablando del sacramento de la Comunión en el Hijo por la fuerza del Espíritu Santo: la Eucaristía.

El Cuerpo y Sangre de Cristo, hechos alimento de los discípulos para que sean sus testigos en medio de los hombres, es la maravilla más profunda del Amor de Dios a favor de toda persona en la historia humana.

Ya no es solo la Palabra ofrecida a través de los muy diversos profetas a lo largo de toda la historia, siendo el mayor y más perfecto de ello Cristo; ya no es solo el don de la Vida del Hijo de Dios hecho hombre en la oblación de la Cruz. Todo esto, por obra del Espíritu en el Amor del Padre, se ha condensado y se ha hecho alimento en la persona del Hijo de Dios encarnado que se hace pan de vida y bebida de Salvación y Santificación a favor de toda la humanidad, a través de la Comunidad cristiana que acepta la plenitud de la propuesta redentora del Señor sin ninguna restricción ni manipulación.

La Eucaristía es el sacramento de la autenticidad y de la plenitud del discipulado. No se puede ser discípulo de Jesús a plenitud de docilidad al Espíritu Santo si se desprecia o manipula el don de la Eucaristía, que a todos nos llama al don de la propia vida y a dejarnos alimentar por la misma persona del Hijo de Dios encarnado, guiados por el Espíritu Santo.

El Bautismo nos integra en la Comunión Trinitaria y la Eucaristía nos une al Cuerpo de Cristo alimentando nuestra Fe para que vivamos en creciente plenitud la Misión que Él mismo nos confió como Comunidad en la que cada persona asume sus personales responsabilidades, pero desde la riqueza comunitaria para que el Reino de Dios se haga concreto en cada una de las personas de nuestra gran Comunidad humana, pues para eso el Padre envió al Hijo y éste nos regaló, desde el Padre, al Espíritu Santo.

Que la Madre del Señor nos ayude a vivir abiertos a tanta maravilla de Dios a favor nuestro para que cada uno de nosotros podamos ser colaboradores de Cristo en la Redención del mundo al vivir cada día más profundamente dóciles a las indicaciones del Espíritu del Padre y del Hijo.

Dios nos bendiga a todos y nos haga verdaderos creyentes eucarísticos, es decir, totalmente entregados para el bien de los que nos rodean, como Jesús nos enseñó con su vida y el Espíritu nos invita a vivir. María es la primera modelo y todos los santos le han seguido e imitado, apoyándose en su maternal animación.

También nosotros podemos...

Entreguemos la vida, aunque nos parezca pequeña, débil y pobre, al Padre en Cristo por el Espíritu: eso es ser eucarísticos.

Unidos en oración con María en el Corazón de Cristo para gloria del Padre:

P. José Mª Domènech SDB


«Yo soy el pan vivo bajado del cielo»

En nuestra vida la presencia de Dios es real y concreta, pero no siempre la percibimos porque o no tenemos todos los “sentidos” adiestrados para percibirlo o porque no estamos atentos. Quien vive distraído, centrado en otras cosas, no ve a Dios, aunque esté ahí. Esto trae muchas consecuencias personales, familiares y, por tanto, sociales. Muchos contemporáneos no vieron en Jesús la presencia de Dios; otros sí, se gozaron y nos lo transmitieron.

La presencia o es total o no es del todo real. ¿Cómo es la nuestra ante los que nos rodean y ante Dios? La de Dios es total y constantemente centrada en nosotros para llenarnos de Vida.

La presencia de Cristo entre nosotros es múltiple: en la Comunidad, su Cuerpo Místico; en la persona del sacerdote que preside la celebración de los sacramentos y predica; en la vida del creyente y, sobre todo, en la Eucaristía, entregado para el alimento de la Fe de la Iglesia.

Pero para que tanta cercanía y regalo del “Dios-con-nosotros” dé su fruto en nosotros, es indispensable que lo aceptemos, le escuchemos con docilidad y lo recibamos en nuestra vida.

Dios nunca abandona: es el ‘Dios-con-nosotros’ para saciar nuestra hambre y nuestra sed

El pueblo de Dios, si quiere vivir en la Vida de Dios, que supera todas sus posibilidades, debe reconocer, aceptar y vivir totalmente en libre apertura a Dios. Él es quien le alimenta.

Debemos descubrir que sólo atentos y dóciles a su Palabra, gozaremos el don de su Vida.

Comulgar del don Eucarístico de Dios en Cristo es hacerse un cuerpo con Él y asumir su Vida

‘Beber la sangre’ era tomar, para uno mismo, la vida de un ser y, por eso, la ley lo prohibía; pero es Jesús quien entrega y ofrece su vida para la Vida Eterna de todos nosotros. El cuerpo designaba toda la persona y Jesús se ofrece como alimento para que seamos uno con Él.

Los cristianos, en actitud de creyente y humilde obediencia, tomamos en serio la voluntad de entrega eucarística de Jesús y, comulgando, la hacemos nuestra, expresándolo con el claro y explícito “Amén”, y, con la fuerza del alimento del mismo Cristo, la vivimos para bien de todos.

Cristo es el verdadero Pan de Dios: alimento de Vida Eterna, real y concreto, como su persona

Cristo se entregó a sí mismo no sólo en la predicación, ni solo en la cruz, sino que quiso entregarse como pan verdadero para que tengamos Vida Eterna, su Vida, la del mismo Dios.

No es un símbolo, sino un sacramento: don real y concreto que hace realidad lo que dice hacer. “Es mi Cuerpo”… y lo empieza a ser; “es… mi Sangre”, y lo empieza a ser de verdad. Y en cada uno de ellos, está Él en persona, todo entero, mientras ‘se vean pan y vino’.

Pidamos a María aceptar, en la Eucaristía, al real y concreto Maestro-Señor que nos enseña y alimenta para que vivamos en Comunión y seamos, entre todos, como Él, su presencia.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XIII
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Dios nos alimenta con su Palabra de Amor y su presencia más concreta está en la Eucaristía para la Vida Eterna y la Comunión de todos

Dt. 8, 2-3.14b-16a:
"Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios te hizo recorrer por el desierto… Allí Él… te puso a prueba para conocer el fondo de tu corazón… te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná… para enseñarte que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No olvides al Señor que te hizo salir de Egipto… que, en esta tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná…"

Sal. 147: "Glorifica al Señor, Jerusalén".

1Cor. 10, 16-17:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de este único pan".

Jn. 6, 51-58: "Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Los judíos discutían… Jesús siguió diciendo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él. Así como Yo… vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por Mí…".




junio 16, 2011

«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 19 de junio.

Retomamos el Tiempo Ordinario, que alguno podría pensar como el tiempo de la monotonía, de la vida sin aliciente, pero con la presencia de la Comunión Trinitaria.

Pero no es cierto. Si estamos con el Dios Uno y Trino, no hay posibilidad de monotonía, todo nuestro tiempo se convierte en el tiempo de la perpetua sorpresa, pues Dios siempre es sorprendente. Cada dia te pide algo que no pensabas: '¿podrás asumir el reto que te propongo al tener que tratar a esta persona que tanto te cuesta soportar o perdonar o acompañar o estimular?'; '¿te atreves a vivir con los criterios de tu Redentor en este ambiente nada sencillo?'; '¿vas a luchar para no dejarte ganar por la vagancia o la tristeza o la desesperación o el aburrimiento o el fastidio o el cansancia o las malas costumbres o el miedo a quedar mal?'

Dios, el Uno y Trino, nunca nos abandona; nunca nos deja... "en paz": como buen entrenador, siempre nos lanza nuevos retos porque nos quiere grandes, muy grandes, ¡como Él! Y para esto se necesita mucho ejercicio y entrenamiento cotidiano y cada vez a mayor profundidad; y todo esto exige mucha 'alimetación santa', 'estudio profundo' e intimidad con el Maestro de Vida Eterna, ésta que no viene después, sino que es necesario, si la queremos gozar para siempre, aprender a vivirla cada vez mejor aquí, en esta segunda etapa de nuestra vida tan compleja, en la etapa de la definición y responsabilidad de las decisiones que se toman, aun cuando no todas resulten como pensábamos o deseábamos.

Lo único monótono que tiene el "Tiempo Ordinario" es que, en cada Eucaristía, somos invitados, sin oropeles ni 'fiesta', a ser más y a caminar tras las huellas de Jesús en el desarrollo silencioso de todos los días. Es el tiempo del crecimiento a cada vez mayor profundidad, de personalizar la Fe sin bombos ni platillos, sin celebrarla a lo grande, pero con la Resurrección de fondo, sí, como un horizonte exigente y nunca todavía alcanzado aquí, de modo que, si nos despistamos, hasta podemos perderla de vista y así se nos irá borrando este horizonte y ya no sabremos qué significa de verdad ser cristiano y pasaremos a ser uno más y hasta más vacío que los demás. Es el tiempo en el que se nos invita a vivir a mayor intensidad y profundidad la Fe para no perder el ritmo, el gusto y el gozo que transmite Vida Nueva en este mundo tan viejo.

Dios, todo Él, nos acompaña cada día, pero debemos estar atentos y cerca para vivirlo y poderlo comunicar a todos, iniciando por los hermanos, que son los más difíciles de convencer. Él siempre está para salvarnos, si lo aceptamos, pues la Salvación que fuera obligada sería cadena que mata la alegría y, sin alegría y paz interior, no hay Vida Eterna, no hay Dios real, vivo y presente.

Que María nos ayude a vivir en su actitud de apertura que engendra la Palabra en el propio interior para darla a los hermanos.

Dios les bendiga.

Unidos en oración con María, en el Corazón de Cristo Jesús:

P. José Mª Domènech SDB

«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único»

Dios merece toda la gloria y honor, pues sólo Él, en persona, nos ama hasta crearnos personalmente, sin excepción, para que seamos sus hijos; es nuestro redentor personal para que vivamos su Vida y a cada uno santifica para que gocemos su Amor en creciente plenitud.

Podemos estar seguros: el Amor le ha llevado a entregarse y a quedarse con nosotros.

No busca poder, pues lo tiene todo; busca, más bien, que seamos libres y grandes como Él, sin ataduras entorpecedoras: ¡para eso nos creó! y necesitamos todo su poder para ser personas abiertas al hermano, libres, exitosas y felices. Por eso Moisés pide a Dios que les acompañe en el camino y, para eso, Jesús se queda como Eucaristía y nos envía al Espíritu Santo.

El mismo Jesús, el Hijo Único de Dios encarnado, es nuestra Salvación. Ésta no es algo diferente a Él, sino su persona, por eso es vital creer en Él: Él es el camino de la máxima grandeza humana. ¡Qué lástima que andemos tan engañados y condenados a una búsqueda tan desconcertante, dura y dolorosa por sus escasos y decepcionantes frutos! Para ayudarnos Dios, el Padre, envió a su Hijo, que es el único que lo conoce pues, de su misma naturaleza, vive con Él.

Fe es confianza obediente: aceptar la persona de Jesús y sus propuestas, caminar, construyendo Comunión con los otros creyentes, tras las huellas de Jesús, cada uno a su paso y con su carga, sí, pero siempre tras las huellas de Jesús: según Él nos indique y con las mediaciones que Él señale, aunque no siempre las entendamos demasiado y hasta no nos agraden mucho.

Dios está a nuestro favor; aunque débiles, basta abrirnos con oración sincera y comprometida

Es el Señor quien, en su Amor Eterno, nos llama, sin cansarse, para compartir sus dones. Él nos invita sin fin a ser tan señores de nosotros mismos, que aceptemos dar la vida a otros; Él se nos ofrece incesantemente para llenarnos de su Sabiduría, Paz y Felicidad inalterables.

Nos toca responder. Él no puede hacer más. Obligarnos sería anular la alegría de nuestra vida. Toda idolatría nos esclaviza, nos da infelicidad y paraliza nuestro real desarrollo integral.

El perdón y la paz son signos de la presencia de Dios entre nosotros, nos toca aprender a vivir

La armonía y apoyo entre los miembros de la Comunidad cristiana, que es, por sí misma, universal, es decir, católica, muestra la presencia del Amor del Padre, la Gracia salvadora del Hijo, que nos ayuda a liberarnos del egoísmo, y la Comunión de Vida del Espíritu Santo.

Los problemas siempre estarán; se trata de superarlos como miembros de la familia de Dios. Dios también está siempre; con Él podemos superarlo todo, si, atentos, le somos dóciles.

Dios lo da todo por nosotros, pero no puede hacer lo que a nosotros corresponde: aceptarle.

Como Abraham, a pedido de Dios, entregó a su único hijo, así el Padre-Dios, ante la necesidad del hombre, entrega a su Hijo Unigénito para salvar a todos. Nunca para condenar.

Cada persona deberá aceptar la Salvación que viene del Padre por Hijo Único, el amado.

Pidamos a María docilidad al Espíritu y vivir la salvación del Padre por el Hijo, el Cristo.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XII
SANTÍSIMA TRINIDAD
La fidelidad de Dios es eterna y Él está siempre con nosotros, a pesar de nuestra terquedad: nos toca a nosotros vivir en su Paz y Amor


Ex 34, 4b-6.8-9:
"Moisés subió al Sinaí, como el Señor se lo había ordenado,… el Señor descendió en la nube y permaneció allí… El Señor pasó delante de él exclamando: «Yo soy el Señor: Dios clemente y compasivo, lento para castigar y generoso en amor y fidelidad». Moisés se postró diciendo: «…dígnate, Señor, acompañarnos. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona… y conviértenos en tu herencia»."

Dn. 3, 52-56: "A Ti, eternamente, gloria y honor".

2Cor. 13, 11-13:
"Alégrense y trabajen por alcanzar la perfección; anímense unos a otros; vivan en armonía y en paz. Entonces el Dios del Amor y de la Paz permanecerá con Uds…. La gracia del Señor Jesucristo; el Amor de Dios Padre y la Comunión del Espíritu Santo estén con todos Uds. constantemente".

Jn. 3, 16-18: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga Vida Eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios".




junio 11, 2011

Domingo de Pentecostés


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 12 de junio, Fiesta de PENTECOSTÉS.

Es domingo del don del Espíritu Santo, el prometido por Cristo.

Es el "Otro Defensor", el "Espíritu de la Verdad", la "Fuente que salta a la Vida Eterna", el "Espíritu del Padre y del Hijo", el que nos lo recordará todo y nos enseñará las cosas que están por venir.

Él es el vivificador de nuestra existencia que nos hace creaturas nuevas y, con todos nosotros, crea una verdadera Comunidad católica: abierta a todo lo que Dios nos quiera confiar y regalar en la Palabra, todos los sacramentos, en la Comunidad eclesial, con todos los pastores a los que Él nos confía, y acogedora de todos los hermanos que Él ponga en el camino de nuestra vida para que les compartamos las maravillas que Él hace cada día con nosotros.

Con Él sabremos vivir en el Hijo, con el Padre y como el Hijo en medio de los hermanos para ser testigos el Don de la Vida, de la Paz y del Perdón en la Verdad y el Amor, que el Cristo nos ha comunicado para que lo vivamos en creciente intensidad y así lo difundamos allí por donde vayamos y por donde Él quiera enviarnos.

María es nuestro modelo de dócil disponibilidad y entrega; ella es la Madre de Jesús que nos ha sido regalada para que la imitemos y, como verdadera Madre y Auxiliadora neustra, confiemos a ella nuestra vida de Fe y nuestro caminar por este mundo buscando vivir cada vez mejor la Voluntad del Padre todos los días de esta segunda etapa de la vida hasta que lleguemos a la tercera y definitiva etapa a la que ya Cristo y María, y tantos otros creyetes, nos precedido.

Entramos, con esta fiesta, al tiempo ordinario de nuestra vida litúrgica y lo hacemos con el augurio de que no estamos solos en este mundo sino que tenemos todos los dones necesarios para vivir sernamente nuestra misión eclesial y personal.

Dios no nos abandona jamás: ¡nos ha dado y nos da su Espíritu!

Unidos en oración con María en el Corazón de Cristo:

P. José Mª Domènech SDB

«Reciban el Espíritu Santo»

El Señor, como Padre Universal de todos y de cada uno de los seres humanos, nos ha creado con un gran plan: que seamos, como imagen suya que somos, Comunión de personas y, así, un solo pueblo universal. Por eso nos ha infundido su propia vida: seres vivos con su Vida. Pero no basta que el Señor nos ofrezca esta maravilla hasta que nosotros la aceptemos vivir.

La Comunión personal y de pueblo, para que sea efectiva, tiene que ser experiencia personal, directa o indirecta, pero personal; si no es así no será parte de la propia vida y no nos comprometerá interiormente. Por eso Dios nos crea en una familia y nos lleva a formar pueblo.

La actitud individualista, que en nuestra época, sobre todo en el occidente, se ha hecho, siguiendo el egoísmo humano, estructura cultural, ha generado gran parte de las perniciosas ideologías actuales, rompe toda dinámica de Comunión, pervierte el amor, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, económicas y políticas y hasta dificulta seriamente la vida de las comunidades eclesiales.

El Espíritu de Dios, donde puede actuar con libertad, crea Comunión y lleva a los creyentes a formar Comunidades en Cristo y las hace crecer con el aporte de cada uno de ellos, esté como esté y sea quien sea. Él, con el Padre, nos hace uno en Cristo para la vida y el bien de los hermanos. Él nos llena de su Paz, la ganada por Cristo con el don de su Vida y no sólo nos otorga el perdón, sino que nos hace ministros del mismo, fuente de Comunión.

En el Espíritu tenemos la verdadera unidad de la Comunión en la paz y la justicia propia del Amor en la Verdad. Él es el don del Padre y del Hijo Resucitado; Él hace fecundo el perdón.

La experiencia de Comunión generada por el Espíritu Santo convoca la primera comunidad

El Espíritu nos libera, une e integra en la Comunión Trinitaria llevándonos entre los hombres para ayudarles a recibir los dones de Dios. Somos testigos de que no estamos solos.

Dios, espíritu puro, siempre está entre nosotros trabajando a nuestro favor. Seamos dóciles.

Todos los dones nos llegan del Espíritu de Dios y cada uno es para el crecimiento comunitario

Toda persona es beneficiaria de los dones del Espíritu Santo, pero la inmensa mayoría de la humanidad no lo sabe: ¡debemos comunicárselo siendo dóciles a la Voluntad de Dios, Uno y Trino, y generosos en la construcción comunitaria y en el cumplimiento de su Misión!

Cristo da su vida para que recibamos los dones de Dios, que nos llevan a la Comunión.

La resurrección, fruto de la gloria de Dios, nos da la Paz y el perdón con el don del Espíritu

Jesús resucitado sopla sobre los apóstoles, como una nueva creación, y les da el Espíritu.

Con el don del Espíritu recibimos la misma Misión encomendada por el Padre a su Hijo, el Cristo: construir la Paz en la Verdad por la fuerza del Amor que nos lleva al Perdón: verdadera Vida Nueva por la Comunión con Dios que permite la real y estable Comunidad humana.

Pidamos a María vivir abiertos al Espíritu y dóciles a lo que nos ofrece con sus dones.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


DOMINGO VIII DE PASCUA - PENTECOSTÉS
El don del Señor es el Espíritu Santo, fuente de Paz y Perdón;
Él reparte sus dones para el bien de todos:
así es como lo transforma todo


Hch. 2, 1-11:
"…el día de Pentecostés, estaban todos juntos… De pronto, vino del cielo como un fuerte viento que resonó en toda la casa… Y se aparecieron como unas lenguas de fuego que se distribuyeron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo… Habían en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones… cada uno les escuchaba hablar en su lengua y decían: «¿No son galileos todos éstos que nos hablan?..., cómo es que les escuchamos proclamar las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas»."

Salmo: 46 "Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra".

1Cor. 12, 3b-7.12-13:
"Nadie puede confesar que Jesús es el Señor si no es por un don del Espíritu Santo. Los dones que recibimos son diversos, pero uno solo es el Espíritu que los distribuye… Las manifestaciones del Espíritu distribuidas a cada uno son un bien para todos… Todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo…".

Jn. 20, 19-23: "Por la tarde de aquel domingo los discípulos estaban en casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró, se puso en medio de ellos y les dijo: «La Paz sea con ustedes…. Como el Padre me envió, yo los envío» Entonces sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes no perdonen, quedarán sin perdón»"




junio 02, 2011

«Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 5 de junio.

Me permito pedirles una oración porque tenemos las elecciones presidenciales de mi país en un ambiente muy tenso. Que Dios ayude a mi patria. Muchas gracias.


Hemos llegado al penúltimo domingo de este tiempo de Pascua.
El caminar físico del Señor entre nosotros va llegando a su fin.

Después de la resurrección ha dedicado todo su tiempo a fortalecer e instruir a sus discípulos con diversas experiencias de profundidad única que marcaron a cada uno de ellos y les aseguraron respecto a la realidad de su Resurrección, de la que depende toda nuestra Fe y la Salvación del mundo.

Es el momento de que se manifieste, en signos patentes, la Gloria del Padre comunicada al Cristo, el Hijo encarnado.

Los discípulos son citados y ellos van. Lo ven y lo adoran, a pesar de las dudas que todavía algunos tienen, y Él les habla con toda su autoridad de Señor de todo lo creado. Les da una tarea que atravesará los siglos; es una tarea para todos los discípulos que digan creer en Él: deberán seguir su Misión, la que el Padre le confió a Él, pues ellos son su real presencia que queda en la tierra para el bien de toda persona humana.

Para ellos, Él se ha quedado en su Palabra, como Eucaristía y en sus intervenciones de Gracia para la Santidad de cada uno a los largo del tiempo y para vivificar todas sus circunstancia vitales, para que cada una de ellas sea orientada por ellos como momento particular de ofrenda al Padre y de apertura a cumplir su Voluntad: es lo que llamamos “los Sacramentos”.

No sólo les ha prometido el Don del Espíritu Santo, su Espíritu, el Espíritu de la Verdad, el Defensor o Paráclito, sino que les pide que no inicien su labor, en el cumplimiento de la Misión que les ha confiado, hasta que no sean fortalecidos por el Espíritu Santo, pues será Él quien les permitirá comprender y profundizar la maravilla que se les ha puesto en las manos para que la vivan y para que la transmitan. Es decir, Cristo les llama a la humildad, es decir, a reconocer que lo que se les pide les supera infinitamente, y a la prudencia, es decir, que no se lancen a proclamar-testificar nada sin el apoyo seguro del Espíritu de Dios, que debe ser pedido, pues somos libres.

Creo que es muy importante tener muy presente toda la riqueza del mensaje que el Señor nos regala en este domingo: confianza viva, apertura sincera, responsabilidad profunda, profundidad creciente, humilde prudencia y oración constante.

Pidamos a María, que siempre ha estado al lado de Jesús y ahora al lado de la Iglesia, que nos ayude a vivir sus profundas actitudes de docilidad a la Salvífica Voluntad del Padre, realizada por el Hijo y constantemente profundizada en cada persona por el Espíritu Santo.

Dios nos bendiga a todos y nos dé su Paz y Amor paterno que salva y santifica a sus hijos en toda circunstancia llenándolos de su gozo.

Unidos en oración con María en el corazón amoroso de Cristo:

P. José Mª Domènech SDB


«Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»

Si no hay cierta plenitud y grandeza en su horizonte, sin esperanza de algo mejor, sin el deseo de lograrlo y sin empeño en el esfuerzo, nada crece. Nada es automático. Ni siquiera el crecimiento físico: mientras el organismo tiene opciones de crecimiento y maduración, lo hace; cuando se le acaba esta perspectiva, empieza la declinación, sea física, psíquica, moral o espiritual y lo que le sigue es la muerte.

Mientras hay ideales, hay esperanza, se lucha y se gana.

El poder de Dios es poder salvador. Él se fía tanto en nosotros que nos lo confía para que esta experiencia vital llegue a todos los hombres sin excepción ni restricción alguna, aun a los que dicen no creer en Él. Les tocará a ellos aceptar o resistirse: será su entera responsabilidad.

¿Vale la pena esforzarse, si lo que nos espera es la muerte? Evidentemente las ganas caen. Pero no estamos solos: el Señor nos acompaña. Se fue al Padre para estar cerca de todos: Es vital que lo entendamos, valoremos y aceptemos en toda su riqueza y en su real dimensión para no desalentarnos cuando lleguen, porque llegan, las dificultades y la fuerza de la muerte.

Sólo si así vivimos su poder enaltecedor de toda persona, podremos anunciárselo a todos. Cristo, en su humanidad, fue glorificado por su libre y total docilidad al Padre. ¡No dudemos!

La obra de Cristo es puesta por Éste en manos de sus apóstoles con la presencia del Espíritu

Jesús es enaltecido a la Gloria del Padre con toda su humanidad, porque, con toda ella, supo aceptar su Voluntad de Salvación y Vida Eterna para sus hermanos, la humanidad.

Cristo no se va del todo: se queda con su Espíritu, fecundo en Santidad, y volverá con toda su Gloria para glorificar a los que fijen en Él su mirada para vivir como Él en el cotidiano.

Deberán asumir lo que el Amor de Dios ofrece al discípulo para vivirlo y poderlo compartir

El Señor se sienta a la diestra de Dios Padre, para interceder por nosotros. Pablo desea que entendamos lo que esto significa a favor nuestro y todos los beneficios que nos ofrece.

Cristo es nuestra cabeza: Él nos forma como Su Comunidad de discípulos. Como Él piensa y vive, así deberíamos actuar nosotros en medio y a favor de nuestros hermanos.

Jesús, con todo su poder, nos envía al mundo entero para que todos le conozcan, amen y sigan

El Señor nos promete que siempre estará con nosotros. Él cumple; nos toca a nosotros no fallarle a Él. Tal vez no nos sea fácil creer, pero, para lograrlo, seamos dóciles a su Espíritu.

En su absoluto Poder Redentor, desea que su Gracia de Salvación llegue a todos, fuertes y débiles, sin rechazar a nadie, nos llama a todos a formar Su Comunidad de Vida Nueva.

Pidamos a María aceptar la Voluntad del Señor Glorificado para anunciar su Salvación.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

DOMINGO DE PASCUA VII
Asunción del Señor
El Señor siempre está con nosotros. Él nos envía a anunciar su Salvación, pero, para eso, debemos vivir su Amor y según su Voluntad.

Hch. 1, 1-11:
"…Después de su pasión, Jesús se manifestó a [los apóstoles] dándoles numerosas pruebas de que vivía y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios… les recomendó que no se alejarán de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre. Les dijo: «…Juan bautizó con agua, pero Uds. serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días… [Él] descenderá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra»… Dicho esto lo vieron elevarse y una nube lo ocultó de su vista. …dos hombres, vestidos de blanco, les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo. Este Jesús que… fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir»"

Salmo: 46 "El Señor asciende entre aclamaciones, al son de trompetas".

Ef. 1, 17-23:
"Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria… ilumine sus corazones para que puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia… y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros… poder que Dios manifestó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo… Él puso todas sus cosas bajo sus pies y lo constituyó… cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo…".

Mt. 28, 16-20: "Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús les había citado. Al verlo se postraron delante de Él… Acercándose Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo los que Yo les he mandado. Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»."