julio 07, 2013

«¡Vayan! Yo los envío»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 7 de julio.


El número de los setenta y dos discípulos enviados con instrucciones, que tienen el mismo espíritu que las que recibieron los apóstoles antes, es un número que representa, nos dicen los entendidos, a la misión universal de la Iglesia toda. Todos somos misioneros y en las indicaciones percibimos una urgencia. Son enviados delante del Señor que ya llega y es urgente no perder tiempo, pues Él viene a recoger el fruto de la obra del Espíritu en los corazones de todas las personas. Ni dormirse en las supuestas glorias, ni quedarse en el lamento de que todo nos sale mal... A este llamado solo hay una respuesta y ésta en la responsabilidad de cada persona; la nuestra está en la fidelidad a la Voluntad del Maestro y va unida a la habilidad de prender a movernos en medio de personas que no necesariamente nos recibirán, y menos todavía, bien.

Nuestro mensaje es el de la alegría íntima por los dones que Dios nos otorga constantemente, y el de la construcción de la paz, es decir, del bien integral de la persona –cuerpo y alma, persona y sociedad, individuos e instituciones– comenzando por las de los que nos rodean.

Por tercer domingo consecutivo nos encontramos con el tema del seguimiento de Jesús. Él no nos llama a seguirle para tener a muchos con Él, sino para que, juntos, afrontemos la Misión que Él recibió de su Padre. Todos anunciemos –con su Espíritu– el Reino de Dios que está cerca, está en el propio interior y espera respuestas concretas, de vida, justicia y paz, y eso todos los días.

El sufrimiento es ingrediente normal de toda vida en desarrollo, también la de la Fe, no perdamos la oportunidad de asumir lo que se nos ofrece, pues el resultado es la gloria de Dios y el bien de los hermanos entre los que estamos y a los que somos enviados.

Dios nos ayude con su bendición para responder a la invitación misionera del Maestro. Él nos fortalezca en los momentos de dolor y conflicto –interior o exterior– para no traicionar jamás lo que Él espera de cada uno de nosotros.

Unidos en oración con María, la Madre atenta al Maestro y, por esto Maestra de vida y paz:

P. José Mª Domènech SDB

«¡Vayan! Yo los envío»

Jesús confía en nosotros y nos encarga su Misión de Vida nueva y de Paz en la Justicia para todos.

A unos los elige para unas tareas y a otros los envía para otras, pero todos son testigos del Amor de Dios: Él sana, llena de vida y paz, construye justicia y renueva a todos los que se abren a Él.

Nosotros estamos llamados a ser sus mensajeros vivos, testigos fidedignos y embajadores del Dios de la alegría porque seguimos al Señor de la Vida, de la Paz, de la Reconciliación, del Perdón, de la Libertad y de la Justicia: al Resucitado de entre los muertos.

Eso es lo que debe verse en nuestra vida, sobre todo en los momentos de crisis, de tensión, de injusticia, de enfermedad, de muerte. La nuestra sea palabra de verdad, de esperanza, de reconciliación, de serenidad, de equilibrio, de vida en crecimiento continuo, es decir, de Justicia y de Paz.

Son muchos los que esperan la honesta presencia del cristiano verdadero, no para darle la razón, sino para poder descubrir en él las maravillas de las obras de Dios, de aquella libertad, paz y justicia que les gustaría ver en su ambiente y vivirla también ellos con la alegría que trae consigo.

El Reino de Dios desea poder implantarse y son muchos los que lo necesitan y esperan. ¡Faltan obreros decididos, dóciles, honestos, valientes, que se llenen cada día de Dios para dárselo a todos!

El profeta invita a la alegría porque Dios transforma la vida de quienes se fían de Él y le siguen.

El profeta anuncia una alegría –fruto de la obra de Dios en nosotros– que no se impone: Dios nos ama con amor materno –que consuela– pero necesita ser aceptado y recibido en el propia vida.

El sufrimiento no es una desgracia para el que lo vive con fidelidad a Jesucristo en sus hermanos

La Fe lleva al cristiano a sufrir malos tratos; pero su fidelidad al Amor de Dios es más fuerte.

Pablo expresa un deseo de paz para todos los que viven la libertad de Cristo por la Fe, este significa felicidad plena según el eterno plan de Dios a favor de todos, comenzando por los judíos.

Jesús nos envía para ser sanadores con su Paz y su Justicia, que son los frutos del Reino de Dios.

Los setenta y dos ‘son’ los misioneros de todos los tempos. No hay tiempo que perder: el Señor viene y se debe recoger el fruto de la siembra de Dios en el mundo. ¡Oren, pues faltan corazones!

Todo cristiano tiene la misión de Evangelizar, Sanar y Dar la Paz sin detenerse: ¡eso es lo justo!

Somos embajadores del Reino que viene, nada nos ata; solo nos mueve el Amor y la Paz de Dios.

Pidamos a María ser misioneros generosos en nuestro mundo, como somos y con lo que tenemos.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.





CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XIV

El cristiano recibe la misión de ser testigo de la alegría del Amor de Dios, con la Paz, sanando heridas y suscitando justicia en todo lo que vive.

Is. 66, 10-14:
¡Alégrense con Jerusalén... todos los que la aman! ¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella...! Porque así habla el Señor: «Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un río... Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré... y Uds. serán consolados en Jerusalén. Al ver esto, se llenarán de gozo... La mano del Señor se manifestará...»

Sal. 65 1-3a.4-7a.16.20: "Aclame al Señor toda la tierra".

Gal. 6, 14-18:
Yo solo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo... lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios... yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con Uds. Amén.

Lc. 10, 1-12.17-20: El Señor designó a otros setenta y dos... y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios a donde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados para que envíe obreros para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: ¡Que descienda la paz sobre esta casa!... Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el trabajador merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a los enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de Uds.”. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo... que se nos ha adherido a los pies, lo sacudimos sobre Uds.! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca” Les aseguro que, en aquel día Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad». Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder... Sin embargo, no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense, más bien, de que sus nombres estén escritos en el cielo».



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