junio 22, 2013

«El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo»

Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 23 de junio.

Tarea explícita –y nunca concluida– de nuestra Fe es conocer al Señor a creciente profundidad para serle progresivamente más fiel y poder testificar su Amor y Misericordia a todos, según ellos lo necesiten, cosa nada sencilla y muy exigente por la humildad y creatividad que implica.

El conocimiento de una persona no camina por los senderos de las teorías, sino por los de la vida, con sus altibajos y con la solidaridad que cada circunstancia nos pide, unas veces agradables y otras no tan lindas.

El conocimiento de cualquier persona, modela la nuestra: la cuestiona, le exige, la alimenta, le ofrece nuevas metas, le obliga a afrontar dificultades y problemas, le llama a creciente prudencia, le enriquece con la sabiduría nacida de la reflexión personal y del diálogo... Y si todo esto se mueve en el esfuerzo de conocer al Señor, nuestro Dios y Salvador, al Mesías, al Maestro y Guía... ¡Imaginarse la riqueza en la que vamos creciendo y los horizontes que se nos van abriendo!

Claro que la vida así enriquecida, se siente morir cuando la persona a la que conoce desaparece.

Es lo que sucede en los matrimonios profundos cuando muere uno de los cónyuges...

¿Qué nos sucedería con nuestra vida si desapareciera de ella Cristo?

¿Nos hemos hecho la pregunta? ¿Qué cambiaría? ¿Quiénes seríamos desde ese momento?

De algún modo este domingo se nos invita a reflexionar sobre esto.

De verdad, honestamente, ¿quién es Cristo para nosotros, hoy, en estas circunstancias? ¿Qué, en nuestra vida, da vueltas a su alrededor? ¿Qué podría seguir funcionando en nuestra vida sin Él? No hablamos de actividades, religiosos o no, –casi todas sustituibles– sino de dinámicas internas, de procesos, de criterios, de valores, de relaciones, de compromisos, de alegrías y renuncias...

Dios nos bendiga y nos dé a ser cada día más dóciles al Espíritu que nos invita a construir nuestra vida desde la Fidelidad a la Fe en Cristo y su Comunidad, en la que Él nos integró, Fe asumida el día de nuestro Bautismo y reafirmada, profundizándola, en la Confirmación.

Unidos en oración con María, la Madre fiel al Espíritu y Maestra de fidelidad para todos nosotros:

P. José Mª Domènech SDB

«El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo»

¿Qué cambiaría, en lo concreto de nuestra vida cotidiana, si no creyéramos en Jesús? Seamos honestos, porque sólo una respuesta honesta a esta pregunta nos dirá si somos, o no, cristianos de verdad. Pablo decía el domingo pasado: “Es Cristo quien vive en mí”... Su respuesta a esta pregunta ahora, sin duda, sería: ‘Viviría vacío y no podría llenarme con nada... ¡me moriría!’... ¿Y nosotros?

Para afrontar esta pregunta honestamente cada día, recibimos el Espíritu el día del Bautismo.

Son muchas las apreciaciones sobre Jesús, de cristianos y de no cristianos, de personas religiosas y de personas muy distantes a las expresiones de cualquier religión, e, incluso, de anticristianos.

Jamás acabamos de conocer a las personas, pero, cuanta menos intimidad tengamos con ellas y ésta sea poco frecuente, menos las conoceremos y, sin duda, desfiguraremos su realidad objetiva.

El Espíritu de gracia y súplica, del que habla el profeta, nos llama a la intimidad con el Señor, para hacer lo más importante: ¡seguirle!, aunque –y es inevitable– sea difícil, sacrificado y muchas veces tenga muchos contratiempos y cruces. No es suficiente cumplir religiosamente con el Señor.

Jesús ha constituido una Comunidad. Lo que identifica a sus miembros es que son seguidores de Cristo Jesús y nada más. En ella –para su maduración y desarrollo– el Espíritu de Jesús confía diversos servicios; pero sólo Cristo es el Señor y Salvador y sólo la docilidad a su Espíritu nos mantiene en la Voluntad de Cristo de colaborar, hoy en nuestra historia, en la obra del Padre.

La Fe nos lleva a conocer a Jesús, sentirnos amados por Él, amarle y seguirle, aun en la cruz.

El profeta percibe que el siervo traspasado por las rebeldías de los supuestos creyentes, los salvará

El Antiguo Testamento, varias veces, anticipa la pasión salvífica del Mesías –siervo de Dios– que, dando su vida, traspasada por la condena, llevará al arrepentimiento los que le rechazaron.

El Espíritu de Jesús es el autor de tal maravilla de amor en el Mesías y en sus discípulos salvados.

El Bautismo se explica por la Fe del pueblo de Dios, que se forma al seguir a Cristo: eso le salva.

La Fe no es teoría, es Comunión vital con Cristo en su Comunidad y esfuerzo de vivir en Él y como Él gracias a la escucha atenta de su Palabra y alimentándonos en el don de su Vida, en todos los sacramentos que la Comunidad celebra, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación.

En Cristo no hay discriminaciones: todos somos discípulos, servidores los unos de los otros según el Espíritu nos concede para el bien de la Comunidad, de los que nos rodean y gloria del Padre.

Jesús pide, personalmente, que expresemos nuestra Fe no solo en palabras, sino también en obras

La confesión de Pedro sobre pasa todos los criterios y mentalidades de la época; probablemente, ni Pedro logró comprender toda su amplitud, pero se atrevió a ser dócil al Espíritu y se manifestó.

Pero Jesús, por un lado, pide silencio y, por otro, muestra la verdadera realidad del “ser Mesías”: fidelidad hasta final y nos lo propone a nosotros, sin ambigüedades. O con Él en todo, o lejos de Él.

Dios hoy también nos pregunta a nosotros, a cada uno en concreto: la respuesta la da la vida.

Pidamos a María saber renovar y alimentar cada día nuestro compromiso bautismal con Cristo.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XII

Lo vital en la vida de Fe es seguir al Señor en Comunión con la Comunidad a la que el Señor nos ha unido; para eso hemos recibido su Espíritu

Zac. 12, 10-11.13:
Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica. Al mirarme traspasado por ellos mismos, se lamentarán como por el hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito... Aquel día, habrá una fuente abierta en la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza.

Sal. 62 2-6.8-9: "Mi alma tiene sed de Ti, Señor, Dios mío".

Gal. 3, 26-29:
Todos ustedes, por la Fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, porque habiendo sido bautizados en Cristo, han quedado revestidos de Cristo... todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

Lc. 9, 18-24: Un día en que Jesús oraba a solas, sus discípulos se le acercaron y Él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista; otros, que Elías; y otros, alguno de los profetas que ha resucitado». «Y ustedes –les preguntó–, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Él les ordenó terminantemente que no se lo dijeran a nadie y les decía: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después decía a todos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará».



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