Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 4 de agosto.
¿Tener más te hace ser mejor? La codicia es una grave enfermedad que lleva a perder dignidad.
¿Para qué nos esforzamos? ¿Qué buscamos cuando acumulamos cosas, títulos, riquezas, éxitos...?
Busquemos –nos pide san Pablo– lo que no se pierde, lo que es permanente, lo que da vida y futuro de dignidad para todos y para todo lo que nos rodea: “Las cosas de arriba donde está Cristo”
Codicia y avaricia, son idolatría autodestructiva. Acumular nos lleva a concluir la existencia como los animales, dice el salmo 48; y peor aún, pues ellos no tienen más futuro, pero nosotros sí, y... allí no hemos acumulado nada. Todo se queda aquí: nos vamos desnudos y con las manos vacías.
Tanto esfuerzo ¿para qué? Si no es don de vida, si no es generar vida, si no es construir personas cada día más profundas, si no es vida que trasciende más allá de..., es tiempo y energías perdidas. Aunque necesitemos algunos bienes y vida digna, busquemos lo más profundo y permanente.
Los únicos ‘amados de Dios’ son las personas. Las cosas y animales son instrumentos, muy respetables y dignos de ser valorados en lo que son y para lo que son, pero no más allá. Ellos no nos dan vida ni son la ayuda adecuada para que seamos más personas y mejor Comunidad, a imagen de Dios.
¿Es vano trabajar para el progreso? Malo es esperar en esto el bien definitivo, pues no está en ello
La muerte rompe toda ilusión de la vida; ¿para qué esforzarse y buscar lo mejor, si todo acaba en la inmisericorde muerte? ¿Hay algo que valga la pena, que perdure, que supere la cruel muerte?
El autor nos cuestiona: ¿hacia dónde avanza nuestra vida, tan preciada? ¿En qué creemos?
Elevemos nuestras metas y mirada para no quedar atrapados en la necia codicia del hombre viejo
Los bautizados en Cristo Jesús, no tenemos ningún derecho de quedarnos atrapados en las apariencias de grandeza y felicidad de las realidades que vivimos. Debemos, por la Fe, ir a mayor profundidad; no hacerlo es traicionar nuestra Fe, nuestro mundo y nuestras más legítimas aspiraciones.
Busquemos lo permanente, que está en Dios, pues, en la Fe, allí tenemos ‘asegurada’ nuestra vida.
El hombre nuevo es Comunión en el Espíritu de Jesús. Muy diversos, sí, pero Uno en el Amor.
Solo la Fe nos permite elevarnos y caminar libres por este mundo de afanes y goces efímeros
¡Vayamos a lo Mayor! Centrarse en ‘cosas’, por grande que parezca, nos empobrece y degrada.
Pareciera que Jesús nos dijera y cuestionara: “¿Cuál es tu verdadera herencia? Yo no soy ‘juez’ de pobrezas, sino de todo lo que lleva a cada persona hasta la grandeza de Dios sin límite alguno”
Organizar la vida al margen de la Voluntad de Dios, que nos creó para ser grandes como Él, es equivocarse del todo: la vida y sus afanes sucumben en la muerte. ¿Vale la pena tantos esfuerzos?
Pidamos a María que nos enseñe la sabiduría de centrar la vida en vivir en la Voluntad de Dios.
Ecl. 1, 2; 2, 21-23: ¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio... ¡Nada más que vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo... ¿Qué reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.
Sal. 89 3-6.12-14.17: Señor, Tú has sido nuestro refugio.
Col. 3, 1-5.9-11: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios... y no en las [cosas] de la tierra. Porque ustedes. están muertos, y su vida está, desde ahora, oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifiesta Cristo... también aparecerán ustedes con Él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal... Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza... renovándose constantemente según la imagen de su Creador. Por tanto ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso..., esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.
Lc. 12, 13-21: Uno de la multitud dijo al Señor: «Maestro, dile a mi hermano que comparte conmigo la herencia.» Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Y les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha.” Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros y construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será todo lo que has amontonado?” Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios.»
«¿Y para quién será todo lo que has amontonado?»
¿Tener más te hace ser mejor? La codicia es una grave enfermedad que lleva a perder dignidad.
¿Para qué nos esforzamos? ¿Qué buscamos cuando acumulamos cosas, títulos, riquezas, éxitos...?
Busquemos –nos pide san Pablo– lo que no se pierde, lo que es permanente, lo que da vida y futuro de dignidad para todos y para todo lo que nos rodea: “Las cosas de arriba donde está Cristo”
Codicia y avaricia, son idolatría autodestructiva. Acumular nos lleva a concluir la existencia como los animales, dice el salmo 48; y peor aún, pues ellos no tienen más futuro, pero nosotros sí, y... allí no hemos acumulado nada. Todo se queda aquí: nos vamos desnudos y con las manos vacías.
Tanto esfuerzo ¿para qué? Si no es don de vida, si no es generar vida, si no es construir personas cada día más profundas, si no es vida que trasciende más allá de..., es tiempo y energías perdidas. Aunque necesitemos algunos bienes y vida digna, busquemos lo más profundo y permanente.
Los únicos ‘amados de Dios’ son las personas. Las cosas y animales son instrumentos, muy respetables y dignos de ser valorados en lo que son y para lo que son, pero no más allá. Ellos no nos dan vida ni son la ayuda adecuada para que seamos más personas y mejor Comunidad, a imagen de Dios.
¿Es vano trabajar para el progreso? Malo es esperar en esto el bien definitivo, pues no está en ello
La muerte rompe toda ilusión de la vida; ¿para qué esforzarse y buscar lo mejor, si todo acaba en la inmisericorde muerte? ¿Hay algo que valga la pena, que perdure, que supere la cruel muerte?
El autor nos cuestiona: ¿hacia dónde avanza nuestra vida, tan preciada? ¿En qué creemos?
Elevemos nuestras metas y mirada para no quedar atrapados en la necia codicia del hombre viejo
Los bautizados en Cristo Jesús, no tenemos ningún derecho de quedarnos atrapados en las apariencias de grandeza y felicidad de las realidades que vivimos. Debemos, por la Fe, ir a mayor profundidad; no hacerlo es traicionar nuestra Fe, nuestro mundo y nuestras más legítimas aspiraciones.
Busquemos lo permanente, que está en Dios, pues, en la Fe, allí tenemos ‘asegurada’ nuestra vida.
El hombre nuevo es Comunión en el Espíritu de Jesús. Muy diversos, sí, pero Uno en el Amor.
Solo la Fe nos permite elevarnos y caminar libres por este mundo de afanes y goces efímeros
¡Vayamos a lo Mayor! Centrarse en ‘cosas’, por grande que parezca, nos empobrece y degrada.
Pareciera que Jesús nos dijera y cuestionara: “¿Cuál es tu verdadera herencia? Yo no soy ‘juez’ de pobrezas, sino de todo lo que lleva a cada persona hasta la grandeza de Dios sin límite alguno”
Organizar la vida al margen de la Voluntad de Dios, que nos creó para ser grandes como Él, es equivocarse del todo: la vida y sus afanes sucumben en la muerte. ¿Vale la pena tantos esfuerzos?
Pidamos a María que nos enseñe la sabiduría de centrar la vida en vivir en la Voluntad de Dios.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XVIII
Quien tiene a Dios como centro de su vida, tiene real futuro promisor, porque Dios es el Señor que fecunda nuestra vida y sus posibilidades
Quien tiene a Dios como centro de su vida, tiene real futuro promisor, porque Dios es el Señor que fecunda nuestra vida y sus posibilidades
Ecl. 1, 2; 2, 21-23: ¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio... ¡Nada más que vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo... ¿Qué reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.
Sal. 89 3-6.12-14.17: Señor, Tú has sido nuestro refugio.
Col. 3, 1-5.9-11: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios... y no en las [cosas] de la tierra. Porque ustedes. están muertos, y su vida está, desde ahora, oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifiesta Cristo... también aparecerán ustedes con Él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal... Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza... renovándose constantemente según la imagen de su Creador. Por tanto ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso..., esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.
Lc. 12, 13-21: Uno de la multitud dijo al Señor: «Maestro, dile a mi hermano que comparte conmigo la herencia.» Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Y les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha.” Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros y construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será todo lo que has amontonado?” Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios.»
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