febrero 15, 2009

Signo de sanación

Como cada semana, el padre José María nos envía su sugerencia homilética:

La presencia de Dios, aceptada como salvación concreta y personal, compromete de verdad, primero, a reconocer con sencilla y digna humildad la propia realidad y a situarse con realismo y prudencia en medio de los demás para no perjudicar a nadie y ayudar a todos los que se pueda; segundo, a no abandonar a nadie a su suerte sino a estar abiertos a sus necesidades, también de apoyo y exigencia, si es necesario, y, tercero, a pasar entre nuestros hermanos como signo de sanación y alegría de vivir, aun sabiendo y asimilando las limitaciones y debilidades de cada uno. Las enfermedades, físicas o espirituales, no son una tragedia si se saben enfocar desde la verdad objetiva del origen y futuro-fin de toda persona humana.

Vivir así, estimula a todos a vivir en serio y descubre la voluntad de integrarse en el caminar de los mejores para buscar el modo más apropiado, en cada realidad, de hacer el bien y despertar el entusiasmo de la esperanza que se hace historia concreta en cada vida.

El Padre nos llama a la confianza que sabe buscar el bien

Dios es nuestro refugio, no escondite, del que salir fortalecidos y servir a los que nos rodean con nuestra esperanza y la fuerza de nuestro amor desde la verdad para el bien.

La lepra, en el Antiguo Testamento, era considerada castigo de Dios por el mal. El Dios de Israel, por un lado, es mirado como un padre que cuida a su pueblo para que no se contamine y, por otro, que exige al enfermo prudencia extrema y cuidado absoluto para no manchar a sus hermanos. Su separación será su penitencia-salvación; Dios será su único refugio. El Siervo de Dios es presentado como un “leproso” porque carga sobre sí los pecados del pueblo.

No tenemos que desesperarnos porque en todo Dios busca el bien de sus hijos. No hay nada que nos pueda perjudicar: ¡Dios nos salva! Jesús, con su vida, “grita” esta Buena Noticia.

Nuestra vida está destinada a la inmortalidad, para eso debemos aprender a ser como Dios

Toda vida humana está en la de Dios, que es eterna, y, por tanto, la nuestra, que de Él viene, por Él se sustenta y en Él tiene su fin, es, por todo esto, inmortal.

Muchas cosas nos sobre pasan y nos perturban: el dolor, la alegría, la angustia, la tristeza, la soledad. Si nos quedamos inmersos en ellas, nos perdemos en la muerte. Dios nos invita a vivir confiando en Él y, con Él, superar cada situación de muerte y depresión.

En la vida debemos aprender a ser grandes como Dios, a vivir en su presencia, buscando su rostro, ofreciéndole nuestra vida cotidiana para que en nada seamos esclavos de nuestros deseos egoístas y discriminadores de algún hermano.

Ser como Dios implica saber pasar por el mundo despertando esperanza y salud integral

Muchos nos necesitan. No tienen mucho tiempo para esperar. Urge hacer el bien para la maduración sistemática de nuestros hermanos: ¡ésa es la gloria de Dios, no otra!
La esperanza no es barata, se despierta con el don de la propia vida, tratando que el hermano saque lo mejor de sí y lo expanda, más allá de sus “posibilidades” o comodidad. Por este camino lograremos que su salud sea profunda, radical, integral: ¡solidaridad subsidiaria!

María, enséñanos cada día a ser, en el Señor y como Él, vida y salud para el hermano.

P. José María Doménech Corominas, sdb

CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO VI


Lv. 13, 1-2.44-46:"... el leproso debe ir despeinado, con los vestidos rotos, tapado hasta la boca y deberá gritar “¡Impuro, impuro!” Mientras se mantenga la enfermedad son impuros y deberán vivir solos y fuera del campamento."

Salmo 31: "En Ti he encontrado mi refugio, tu me proteges del peligro"

1Cor. 9, 16-19.22-23:
"... hagan lo que hagan, hermanos, háganlo todo para gloria de Dios. No sean nunca ocasión de escándalo ... en todo procuro adaptarme a todos y no busco jamás lo que me conviene, sino aquello que es mejor para los demás, para que se salven. Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo."

Mc. 1, 40-45: "Un leproso se presentó a Jesús y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme» Jesús, compadecido ... le dijo: «Quiero, queda limpio» y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio ... Jesús no podía entrar abiertamente a los pueblos ... La gente lo buscaba por todas partes"

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