noviembre 22, 2012

«Mi realeza no es de este mundo»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 25 de noviembre.

“Mi reinita”, “Mi rey”. ¿No hemos escuchado estas cariñosas expresiones en algunos padres de familia u otras personas? Es una forma de decir que eres muy importante para mí; que estás, de algún modo, en el centro de mi vida o por ti lo doy todo... Alguno tal vez me dirá que son sólo palabras. Puede ser que en alguno sea así, pero no creo que al destinatario de estas palabras le parezca bien y quede muy contento, si se entera de esa falsedad.

Tal vez es lo que pasa en la relación entre Cristo Jesús y algunos de nosotros, cristianos. Pero creo que, si nos pasa a nosotros, estemos muy satisfechos de esta actitud. ¡Nos gustaría ser sinceros!

Después de todo, al decirlo, no estamos exagerando, pues lo que estaríamos haciendo es reconocer que devolvemos, en aceptación, atención, reverencia y obediencia, lo hecho por Él a favor nuestro.

Cristo es Rey y no por un título que tenga que ver con algún poder político o de otros tipo, sino que con esto estamos proclamando una realidad objetiva: sí, lo es por derecho de naturaleza y de conquista: nos rescató –con su propia vida– de las garras del mal, del dolor sin sentido y de la muerte que destruye todos los ideales, y nos abrió la posibilidad de vivir llenos de alegría y felicidad –su Felicidad–, abiertos a la Verdad y a la Vida eterna; caminando en Santidad por la Gracia del Amor misericordioso de Dios; construyendo la Justicia en el amor solidario, como el de Cristo Jesús, para una paz que llegue a todos y a todas las esferas de la vida y sea tan profunda que ya nada la pueda destruir.

¿Quién no quiere un rey así? Y en Cristo esto no es una promesa, sino realidad.
Es el gran vencedor de la muerte y su victoria se nos comunica con la sola apertura dócil a su Palabra, que nos enseña a vivir en creciente profundidad como hijos de Dios, su Padre, y con la aceptación de su acción constante en nosotros en cada uno de sus sacramentos.

María nos auxilie en nuestro esfuerzo cotidiano de acercarnos a Él para aceptarlo, escucharlo y seguirlo, aunque, a veces –muchas veces– tengamos que padecer algo. Después de todo Él nos dio todo y nos lo sigue dando en cada Eucaristía, todos los días, a cada momento, en todo el mundo.

Dios nos bendice siempre, abrámonos a tanto cariño de Dios.

Unidos en oración con María:

P. José Mª Domènech SDB

«Mi realeza no es de este mundo»

Jesús no viene a competir, no viene a quitarnos nada; viene a darnos lo que nos corresponde: hemos sido creados para ser, en Él, reyes verdaderos, no de los que ansían el poder y lo ejercen imponiéndose a los demás, como si fueran superiores a ellos, sino como el que es de verdad Señor de todo y, por eso, trabaja y sirve para el mayor bien de los más necesitados y de todo el conjunto. Éste es el real señorío.

Como Jesús, ¡para eso hemos nacido! Por eso nos es tan violento sentirnos disminuidos o maltratados, aunque algunos, degradando su naturaleza, actúen aplastando a otros, como si esto fuera lo correcto.

El libro de Daniel, escrito 164 años antes de Cristo, presenta una figura humana que supera todo límite y aparece unida naturalmente a Dios, de quien recibe todo señorío y poder. Dios es presentado en la figura de un anciano de majestad absoluta, pureza sin par –simbolizada en su blanco cabello– y dominio pacífico.

Esto contrasta con lo que presenta el evangelio, donde Jesús aparece humillado como delincuente a quien Pilato interroga desde su poder. Allí se dice la verdad sobre él: es Rey, ha venido a dar testimonio de la verdad, pero sin poder humano. Los hombres no deben temerle, pero sí deben abrirse a la
verdad.

¿Qué verdad testifica Cristo? El Amor misericordioso de Dios que da su vida para salvarnos.

El fin de la vida y del mundo está en el señorío del Hijo del hombre, Jesucristo, Rey-Señor de la historia

Cristo asume para sí el título que Daniel da al mesías triunfante: “Hijo del hombre”. Testigo de Dios.

Se le entrega todo dominio por su fidelidad absoluta a la Voluntad de Dios, que desea la salvación.

El testimonio de Jesús es soberano y fiel; quien desee el éxito en su vida, ábrase a Él, pues es el Señor

El señorío y realeza de Jesús se concreta en el don de su propia vida por nosotros. Se declara rey en el pretorio, no ante la multitud, que lo quería rey para su beneficio. Es Testigo fiel de la verdad del Amor.

El mundo comienza teniéndolo a Él como modelo y llegará a su plenitud aceptándolo como Maestro.

Sin la encarnación del Hijo de Dios, haciéndose hijo del hombre, no era posible la Salvación. Desde la libre desobediencia del hombre, era necesaria, para superar el peso del pecado en la historia, que el mismo hombre se abriera a Dios en obediencia fiel a un Amor que Salva y glorifica en la entrega oblativa.

Dios no se impone porque ya es el Señor: no necesita demostrar nada; propone y nos ayuda a responder

¿Quién le hace caso al Señor de la historia? Quien cree en Él en serio, más allá de palabras y religiones.

Dios no se impone, su realidad es lo que es y sólo depende de Él serlo. Aceptarle significa vivir en el Reino de la verdad, de la vida, de la santidad, de la gracia, del amor, de la justicia y de la paz.

Dios gobierna en la libertad y para ella; busca nuestra filiación, ¡para eso nos creó! No necesita que reconozcamos su poder, ¡ya lo tiene! Eso nos hace bien a nosotros, pues nos abre a su Amor y Providencia.

Ésa es la verdad: el Amor de Dios dirige el mundo a través de la libertad humana. ¡Qué más poder que éste! Es Señor, nos toca a nosotros decidir si lo aceptamos o no. Dios no compite con nadie: ¡ama a todos!

La verdad del Amor pasa por el don de la vida del Hijo amado: Cristo mostrará su gloria en la cruz y por ella, aceptando dar su propia vida, será glorificado, alcanzando para todos la Salvación y la Vida.

Pidamos a María aceptar a Jesús como nuestro Maestro y Rey y, como Él, saber dar la vida por todos.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXXIV

El Señor Jesús es Rey por naturaleza propia, por el don de su vida para nuestra Salvación y por su victoria sobre toda esclavitud, muerte y pecado

Dn. 7, 13-14:
"Yo estaba mirando... y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su Reino no será destruido".

Salmo 921-2.5: "¡Reina el Señor, revestido de majestad!"

Ap. 1, 5-8:
"Jesucristo es el “Testigo fiel, el primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra”. Él nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén. Él viene sobre las nubes y todos lo verán, aun aquellos que lo habían traspasado... Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso".

Jn. 18, 33b-37: "Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío?» Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?" Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo... no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz».




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