mayo 10, 2013

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 12 de mayo.

Este domingo abre la última semana del tiempo de Pascua; el domingo que viene es el último de Pascua y celebra la venida del Espíritu Santo. Este domingo Jesús nos promete este Espíritu y lo presenta como vital e indispensable para la Iglesia.

Celebramos a Jesús que recibe la glorificación propia de su vital fidelidad a la Voluntad del Padre, Voluntad que era, para Él, alimento ordinario y criterio final en todas sus decisiones.

La Iglesia recibe de Jesús la misma Misión que el Padre entregó a su Hijo: ser testigo del Amor Salvador del Padre.

Éste, en su Amor, vive siempre atento a las reales necesidades de cada uno de sus hijos para que no se pierdan en la maraña de vida y muerte, verdades y mentiras –fruto todo del pecado que todo lo desdibujó y perturbó– maraña con la que se encuentran en esta etapa de la vida a la que llegan para crecer y madurar aprendiendo a vivir como lo que son: hijos de este Padre único y, por eso, hermanos de los demás humanos y, como hijos de Dios –su Padre– también señores del universo.

Así el mismo Padre, en su Amor, los pensó desde que los pensó en el mundo y para eso los creó.

El Hijo de Dios encarnado, Jesús, vino por Amor, solo por eso.

El Amor a los hijos movió al Padre a enviar a su propio Hijo Único para que la salvación-reorientación-regeneración de los hijos descarriados por el pecado que los dominaba y domina este mundo, tan de espaldas al Amor de Dios; Amor, por otro lado, que desde siempre el hombre sueña vivir y gozar. La primera tentación que aparece en la Biblia sigue siendo muy real: querer ser como Dios, pero de espaldas a Dios... Nada más absurdo y nada más real en nuestro mundo; tentación muy real y concreta en cada una de nuestras vidas.

Si no fuera por Jesús, que constantemente nos rescata con el permanente don de su vida...

Él nos confía que hagamos presente este rescate hoy y, para que no nos equivoquemos y no creamos que podremos hacerlo solos, nos pide que nos dejemos llenar de su Espíritu, el que Él nos enviará del Padre. Seamos humildes, pues, sin esta actitud –que cada día debe ser alimentada con la Palabra– no podremos llevar adelante la Misión del Amor Salvífico del Señor.

Pablo pide para nosotros la Sabiduría y la Revelación para que comprendamos lo que se nos ha confiado... y seamos dóciles a la guía del Espíritu. Ésta se nos da no directamente, sino a través de las mediaciones en nuestra historia: ayer fue la del galileo Jesús, al que los maestros de la ley rechazaron y acabaron crucificando para no arriesgar su prestigio y poder; hoy a través de los hombres que el Señor pone a nuestro lado como pastores de la Comunidad... sí, con sus defectos, pues no hay persona humana que no los tenga... ¡Hasta nosotros, que les criticamos, los tenemos!

Dios nos conceda el don de la humildad y sabiduría para no traicionar la Misión recibida de Dios.

Unidos en oración con María en su mes y ya cercanos a la fiesta de la Auxiliadora:

P. José Mª Domènech SDB

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Momento vital éste, en la vida de los discípulos de Jesús: concluye la primera etapa de su vida de discípulos: llamada y formación, es el primer tiempo de la Iglesia, en él recibe del Maestro su Misión y la promesa del Espíritu; le ve partir, pero con la seguridad de cercanía viva del Maestro.

Vive, al mismo tiempo, desazón –por la partida– y alegría –por la confianza del Maestro–. Si Él les llama, es que está seguro del éxito; pero hay una doble condición: aceptando, humildes, que no pueden hacerlo solos, abrirse a la unción del Espíritu y serle dóciles. Él les asistirá y fortalecerá.

Lo mismo deberá hacer siempre la Iglesia que el Señor vaya convocando por la Palabra y el Espíritu. Por eso Pablo pide para su Comunidad el don de Sabiduría y Revelación, que vienen de Dios.

Jesús confía en nosotros, sí; pero la cuestión siempre es la misma: ¿Confiamos nosotros en Él? Es decir, ¿le escuchamos atentos y con voluntad real de aceptar lo que nos indica para hacerlo? ¿Vivimos abiertos a ser dóciles a las mediaciones a través de las que Él se nos manifiesta y nos guía?

Jesús nos envía a todo el mundo, desde lo más cercano y cotidiano. Su éxito será el nuestro, si le seguimos por el mismo camino que Él nos indica con su vida y su Palabra, que es la del Padre.

Lucas presenta a Jesús y su Misión –que Él nos confía– y su triunfo definitivo –garantía de éxito–

Los Hechos de los Apóstoles narran los primeros pasos de la Iglesia naciente. Jesús les confía su Misión con la fuerza del Espíritu que le animó y guió a Él. Él es el Hijo glorificado por su fidelidad.

La historia no acaba: el Señor regresará para poner punto final, y glorioso, a su obra. ¡A trabajar!

Pablo pide que comprendamos y vivamos las maravillas que se encierran en la Fe que profesamos

Se nos sugiere aprender a interpretar la vida, y sus acontecimientos, desde la Fe y que, con su luz, percibamos las maravillas que el Señor nos tiene reservadas en Cristo Jesús glorificado.

El Señor Resucitado está a la derecha de Dios Padre y desde ahí, totalmente unido al Padre, nos da su Espíritu y nos acompaña en nuestra responsabilidad de vivir la Fe en nuestro mundo no creyente.

Cristo nos confía ser, ante todos, testigos –como Él– del Amor de Dios, para eso nos da su Espíritu

La ascensión de Jesús es parte de la glorificación del Hijo del hombre, siempre fiel al Padre, de quien recibió la Misión y el Espíritu para vivirla. Él le guió para mantenerse unido a su Padre.

Cristo nos pide que nos fiemos de su Espíritu, si queremos ser fieles a la misión que nos confía.

La confianza y glorificación de Jesús nos aseguran que, si somos fieles, nuestra vida será un éxito.

Pedimos a María vivir siempre atentos al Señor que nos envía para no perder su camino de éxito.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO PASCUAL – DOMINGO VII
ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Jesús no nos deja; se va para que venga su Espíritu y nos fortalezca y guíe en la muy vital Misión de ser, como Él, testigos del Amor de Dios.

Hch. 1, 1-11:
"En mi primer libro... me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los apóstoles... les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «...Ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días... recibirán las fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre Uds., y serán mis testigos... hasta los confines de la tierra». Dicho esto los apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos... dos hombres vestidos de blanco... les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado... vendrá de la misma manera que lo han visto partir»."

Sal. 462-3.6-9: "El Señor asciende entre aclamaciones".

Ef. 1, 17-23:
"Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente... [Él] ilumine sus corazones para que puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia..., y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes... el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentarse a su derecha en el cielo... Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó... cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo...".

Lc. 24, 46-53: "Jesús dijo a sus discípulos: «...el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día y, comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Uds. son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto». Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado ante Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría y permanecían continuamente en el templo alabando
a Dios".




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