Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 19 de mayo, fiesta de Pentecostés.
Con este domingo de Pentecostés se cierra el tiempo Pascual y se abre la séptima semana del tiempo ordinario, tiempo en el que nuestra vida camina por los caminos ordinarios, monótonos y sorpresivos de cada día tratando de ser, momento a momento, más fieles el Señor de la vida que nos dio la suya para rescatar y engrandecer la nuestra. Él, para que pudiéramos serle cada día más fieles en el servicio a los hermanos en los ambientes en los que nos ha puesto, nos concede la constante presencia de su Espíritu, que jamás se cansa de invitarnos a más y mejor en todo lo que vivimos, estemos donde y con quien estemos y estemos como estemos.
Para el Espíritu de Dios no hay imposibles. Si ahora, por desgracia, le decimos no, Él seguirá con nosotros, suavemente insistiendo, en el silencio de nuestra conciencia y en los rincones de nuestros ambientes, hasta que nos abramos y comprendamos las maravillas a las que nos llama.
Pentecostés era una fiesta semita, judía: la fiesta del inicio de la cosecha, el primer corte del trigo, a la que, con la liberación de Egipto, se le unió la de la entrega de la Alianza a Moisés en el Sinaí, como primer fruto de la Pascua Judía. En ella se juntaba el Pueblo para alabar al Señor por sus dones. Por eso Dios la eligió para manifestarse con el Espíritu creador –en el aliento de vida del Padre, al inicio,– y recreador con la resurrección de Jesús. Él testimonia la grandeza del Señor y su soberanía manifestando la autoridad de su Palabra. Él nos recuerda continuamente la Palabra de Jesús y la hace fecunda en cada Sacramento, muy particularmente en el Sacramento de la Redención, es decir, el Sacramento del Perdón de los pecados, por el que nos reintegramos, una y otra vez, en la Comunidad que no solo celebra la Salvación, sino que la hace historia con todos sus dones al servicio de la vida y de la Paz de la humanidad entera.
Como al principio fue el Padre, creando el mundo humano, después fue el Hijo, redimiéndolo de la esclavitud del pecado y de la muerte, ahora es el Espíritu guiándolo por los caminos de la Vida para que, con su entrega generosa, llene de Vida la vida de sus ambientes y la paz de cada casa y de cada persona y pueblo.
El Dios Uno y Trino, siempre presente en nuestra vida, nos bendiga y ayude a crecer en su Amor para dar al mundo lo único valioso: llenar de Vida la vida dando la propia vida como Jesús.
Unidos en oración con María en su mes y ya cercanos a la fiesta de la Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
La historia de esta Comunidad católica muestra la presencia del Espíritu en ella; ésta comienza con la gran manifestación-testimonio de Pentecostés, fruto de la resurrección del Señor Jesús.
Dios mismo viene a habitar no solo entre nosotros, como con Israel, sino en nosotros: en la Comunidad y en cada creyente, según lo prometido, no solo por Jesús, sino por los mismos profetas.
Fue un comenzar de nuevo como criaturas renovadas, recreadas según la Voluntad de Dios.
Dios lo crea todo con pureza total, sin mancha, nos toca mantenerlo así, pues ¡es nuestra historia! Recibimos la fuerza del Espíritu para que, con ella, según nuestro esfuerzo, construyamos un mundo que esté en sintonía perfecta con Dios, su Padre-Creador-Amor eterno e inmutable.
Dios no nos puede sustituir, pero sí puede –y desea que se lo permitamos hacer– colaborar con nosotros: cada uno es como es, pero el Espíritu Santo, sin cambiarnos, nos enriquece con sus dones y nos guía por los maravillosos, libérrimos y renovadores caminos de Dios: ¡Santidad!
La Iglesia se mantendrá libre, dinámica y capaz de superar su crisis, peligros y dificultades, muchas de ellas generadas por el propio pecado en sus miembros, si es dócil al Espíritu que la guía.
Dos mil años de vida nos muestran la eficacia del Amor del Padre en el Espíritu de Cristo Jesús.
Iglesia es la Comunidad de los creyentes en Jesús, animada y guiada por la presencia del Espíritu
Pentecostés es fiesta de la primera siega del trigo, a la que se unió la celebración de la Alianza en el Sinaí –primer fruto de la pascua judía, liberación de Egipto–. En esta fecha el Señor envía su Espíritu, primer fruto de la Pascua de Jesús, testimonio del Amor de Dios ante la multitud reunida.
Los apóstoles son enriquecidos y ellos, con docilidad, se dejan llevar por el Espíritu y testifican.
Pablo nos hace notar que en la Iglesia toda vida viene del Espíritu Santo para el bien de todos
La Iglesia es joven no por su ‘edad’, sino por su docilidad al Espíritu, el siempre actual, el siempre presente en todo, el siempre atento para mover y, si es necesario, remover hacia la Vida nueva.
Toda vida y todo bien en la Iglesia es obra del Espíritu, para el bien de todos en ella y del mundo. Y también en el mundo que nos rodea, toda obra buena tiene su primera raíz en la obra del Espíritu en los corazones de las personas de buena voluntad. Dios jamás espera: ¡es Amor fiel!
Cristo Jesús nos da su Paz y nos recrea con su Espíritu y, con Él, da la gracia del Perdón de Dios
El Espíritu nos hace uno, nos llena de la Paz de Cristo y nos enseña vivir y entregar el perdón, don de Dios por Cristo Jesús, ofrecido a todos los que buscan y aceptan la Salvación de Dios.
El instrumento de unidad del Espíritu es el perdón. Donde éste se da, la unidad se va forjando.
El aliento del Padre –su Espíritu–, ya presente en la realidad, forjó la humanidad, así el del Hijo forja la nueva humanidad, iniciada en la Iglesia, que acepta el don y la guía del Espíritu de Dios.
Pedimos a María tener un corazón abierto como el de ella y ser dóciles al Espíritu, que la llenó.
Hch. 2, 1-11: "Estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto, vino del cielo... un fuerte viento, que resonó en toda la casa... [y] vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron... sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos venidos de todas las naciones del mundo... [y] cada uno los oía hablar en su propia lengua... las maravillas de Dios".
Sal. 103 1ab.24ac.29-31.34: "Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra".
1Cor. 12, 3b-7.12-13: "Nadie puede decir “Jesús es el Señor”, si no es impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente hay diversidad de dones pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común... Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo... todos hemos bebido de un mismo Espíritu".
Jn. 20, 19-23: "Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas... Entonces llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La Paz esté con Uds.!» Mientras decía esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría... Jesús les dijo de nuevo: «¡La Paz esté con Uds.! Como el Padre me envió a mí, yo los envío a Uds.» Al decir esto sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados, a los que Uds. se los perdonen, y serán retenidos a los que Uds. se los retengan»".
Con este domingo de Pentecostés se cierra el tiempo Pascual y se abre la séptima semana del tiempo ordinario, tiempo en el que nuestra vida camina por los caminos ordinarios, monótonos y sorpresivos de cada día tratando de ser, momento a momento, más fieles el Señor de la vida que nos dio la suya para rescatar y engrandecer la nuestra. Él, para que pudiéramos serle cada día más fieles en el servicio a los hermanos en los ambientes en los que nos ha puesto, nos concede la constante presencia de su Espíritu, que jamás se cansa de invitarnos a más y mejor en todo lo que vivimos, estemos donde y con quien estemos y estemos como estemos.
Para el Espíritu de Dios no hay imposibles. Si ahora, por desgracia, le decimos no, Él seguirá con nosotros, suavemente insistiendo, en el silencio de nuestra conciencia y en los rincones de nuestros ambientes, hasta que nos abramos y comprendamos las maravillas a las que nos llama.
Pentecostés era una fiesta semita, judía: la fiesta del inicio de la cosecha, el primer corte del trigo, a la que, con la liberación de Egipto, se le unió la de la entrega de la Alianza a Moisés en el Sinaí, como primer fruto de la Pascua Judía. En ella se juntaba el Pueblo para alabar al Señor por sus dones. Por eso Dios la eligió para manifestarse con el Espíritu creador –en el aliento de vida del Padre, al inicio,– y recreador con la resurrección de Jesús. Él testimonia la grandeza del Señor y su soberanía manifestando la autoridad de su Palabra. Él nos recuerda continuamente la Palabra de Jesús y la hace fecunda en cada Sacramento, muy particularmente en el Sacramento de la Redención, es decir, el Sacramento del Perdón de los pecados, por el que nos reintegramos, una y otra vez, en la Comunidad que no solo celebra la Salvación, sino que la hace historia con todos sus dones al servicio de la vida y de la Paz de la humanidad entera.
Como al principio fue el Padre, creando el mundo humano, después fue el Hijo, redimiéndolo de la esclavitud del pecado y de la muerte, ahora es el Espíritu guiándolo por los caminos de la Vida para que, con su entrega generosa, llene de Vida la vida de sus ambientes y la paz de cada casa y de cada persona y pueblo.
El Dios Uno y Trino, siempre presente en nuestra vida, nos bendiga y ayude a crecer en su Amor para dar al mundo lo único valioso: llenar de Vida la vida dando la propia vida como Jesús.
Unidos en oración con María en su mes y ya cercanos a la fiesta de la Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
PENTECOSTÉS
El Espíritu Santo es un don para toda la Iglesia, pues toda ella tiene la misma Misión del Señor. La historia de esta Comunidad católica muestra la presencia del Espíritu en ella; ésta comienza con la gran manifestación-testimonio de Pentecostés, fruto de la resurrección del Señor Jesús.
Dios mismo viene a habitar no solo entre nosotros, como con Israel, sino en nosotros: en la Comunidad y en cada creyente, según lo prometido, no solo por Jesús, sino por los mismos profetas.
Fue un comenzar de nuevo como criaturas renovadas, recreadas según la Voluntad de Dios.
Dios lo crea todo con pureza total, sin mancha, nos toca mantenerlo así, pues ¡es nuestra historia! Recibimos la fuerza del Espíritu para que, con ella, según nuestro esfuerzo, construyamos un mundo que esté en sintonía perfecta con Dios, su Padre-Creador-Amor eterno e inmutable.
Dios no nos puede sustituir, pero sí puede –y desea que se lo permitamos hacer– colaborar con nosotros: cada uno es como es, pero el Espíritu Santo, sin cambiarnos, nos enriquece con sus dones y nos guía por los maravillosos, libérrimos y renovadores caminos de Dios: ¡Santidad!
La Iglesia se mantendrá libre, dinámica y capaz de superar su crisis, peligros y dificultades, muchas de ellas generadas por el propio pecado en sus miembros, si es dócil al Espíritu que la guía.
Dos mil años de vida nos muestran la eficacia del Amor del Padre en el Espíritu de Cristo Jesús.
Iglesia es la Comunidad de los creyentes en Jesús, animada y guiada por la presencia del Espíritu
Pentecostés es fiesta de la primera siega del trigo, a la que se unió la celebración de la Alianza en el Sinaí –primer fruto de la pascua judía, liberación de Egipto–. En esta fecha el Señor envía su Espíritu, primer fruto de la Pascua de Jesús, testimonio del Amor de Dios ante la multitud reunida.
Los apóstoles son enriquecidos y ellos, con docilidad, se dejan llevar por el Espíritu y testifican.
Pablo nos hace notar que en la Iglesia toda vida viene del Espíritu Santo para el bien de todos
La Iglesia es joven no por su ‘edad’, sino por su docilidad al Espíritu, el siempre actual, el siempre presente en todo, el siempre atento para mover y, si es necesario, remover hacia la Vida nueva.
Toda vida y todo bien en la Iglesia es obra del Espíritu, para el bien de todos en ella y del mundo. Y también en el mundo que nos rodea, toda obra buena tiene su primera raíz en la obra del Espíritu en los corazones de las personas de buena voluntad. Dios jamás espera: ¡es Amor fiel!
Cristo Jesús nos da su Paz y nos recrea con su Espíritu y, con Él, da la gracia del Perdón de Dios
El Espíritu nos hace uno, nos llena de la Paz de Cristo y nos enseña vivir y entregar el perdón, don de Dios por Cristo Jesús, ofrecido a todos los que buscan y aceptan la Salvación de Dios.
El instrumento de unidad del Espíritu es el perdón. Donde éste se da, la unidad se va forjando.
El aliento del Padre –su Espíritu–, ya presente en la realidad, forjó la humanidad, así el del Hijo forja la nueva humanidad, iniciada en la Iglesia, que acepta el don y la guía del Espíritu de Dios.
Pedimos a María tener un corazón abierto como el de ella y ser dóciles al Espíritu, que la llenó.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO C – PASCUA / Tiempo ordinario – Domingo VII
Hoy es el cumpleaños de la Iglesia, Comunidad de Fe que, en el mundo, regala, con su propio testimonio, la Vida y Paz que Dios ofrece a todos.
PENTECOSTÉS
Hoy es el cumpleaños de la Iglesia, Comunidad de Fe que, en el mundo, regala, con su propio testimonio, la Vida y Paz que Dios ofrece a todos.
PENTECOSTÉS
Hch. 2, 1-11: "Estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto, vino del cielo... un fuerte viento, que resonó en toda la casa... [y] vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron... sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos venidos de todas las naciones del mundo... [y] cada uno los oía hablar en su propia lengua... las maravillas de Dios".
Sal. 103 1ab.24ac.29-31.34: "Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra".
1Cor. 12, 3b-7.12-13: "Nadie puede decir “Jesús es el Señor”, si no es impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente hay diversidad de dones pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común... Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo... todos hemos bebido de un mismo Espíritu".
Jn. 20, 19-23: "Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas... Entonces llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La Paz esté con Uds.!» Mientras decía esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría... Jesús les dijo de nuevo: «¡La Paz esté con Uds.! Como el Padre me envió a mí, yo los envío a Uds.» Al decir esto sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados, a los que Uds. se los perdonen, y serán retenidos a los que Uds. se los retengan»".
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