junio 22, 2013

«El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo»

Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 23 de junio.

Tarea explícita –y nunca concluida– de nuestra Fe es conocer al Señor a creciente profundidad para serle progresivamente más fiel y poder testificar su Amor y Misericordia a todos, según ellos lo necesiten, cosa nada sencilla y muy exigente por la humildad y creatividad que implica.

El conocimiento de una persona no camina por los senderos de las teorías, sino por los de la vida, con sus altibajos y con la solidaridad que cada circunstancia nos pide, unas veces agradables y otras no tan lindas.

El conocimiento de cualquier persona, modela la nuestra: la cuestiona, le exige, la alimenta, le ofrece nuevas metas, le obliga a afrontar dificultades y problemas, le llama a creciente prudencia, le enriquece con la sabiduría nacida de la reflexión personal y del diálogo... Y si todo esto se mueve en el esfuerzo de conocer al Señor, nuestro Dios y Salvador, al Mesías, al Maestro y Guía... ¡Imaginarse la riqueza en la que vamos creciendo y los horizontes que se nos van abriendo!

Claro que la vida así enriquecida, se siente morir cuando la persona a la que conoce desaparece.

Es lo que sucede en los matrimonios profundos cuando muere uno de los cónyuges...

¿Qué nos sucedería con nuestra vida si desapareciera de ella Cristo?

¿Nos hemos hecho la pregunta? ¿Qué cambiaría? ¿Quiénes seríamos desde ese momento?

De algún modo este domingo se nos invita a reflexionar sobre esto.

De verdad, honestamente, ¿quién es Cristo para nosotros, hoy, en estas circunstancias? ¿Qué, en nuestra vida, da vueltas a su alrededor? ¿Qué podría seguir funcionando en nuestra vida sin Él? No hablamos de actividades, religiosos o no, –casi todas sustituibles– sino de dinámicas internas, de procesos, de criterios, de valores, de relaciones, de compromisos, de alegrías y renuncias...

Dios nos bendiga y nos dé a ser cada día más dóciles al Espíritu que nos invita a construir nuestra vida desde la Fidelidad a la Fe en Cristo y su Comunidad, en la que Él nos integró, Fe asumida el día de nuestro Bautismo y reafirmada, profundizándola, en la Confirmación.

Unidos en oración con María, la Madre fiel al Espíritu y Maestra de fidelidad para todos nosotros:

P. José Mª Domènech SDB

«El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo»

¿Qué cambiaría, en lo concreto de nuestra vida cotidiana, si no creyéramos en Jesús? Seamos honestos, porque sólo una respuesta honesta a esta pregunta nos dirá si somos, o no, cristianos de verdad. Pablo decía el domingo pasado: “Es Cristo quien vive en mí”... Su respuesta a esta pregunta ahora, sin duda, sería: ‘Viviría vacío y no podría llenarme con nada... ¡me moriría!’... ¿Y nosotros?

Para afrontar esta pregunta honestamente cada día, recibimos el Espíritu el día del Bautismo.

Son muchas las apreciaciones sobre Jesús, de cristianos y de no cristianos, de personas religiosas y de personas muy distantes a las expresiones de cualquier religión, e, incluso, de anticristianos.

Jamás acabamos de conocer a las personas, pero, cuanta menos intimidad tengamos con ellas y ésta sea poco frecuente, menos las conoceremos y, sin duda, desfiguraremos su realidad objetiva.

El Espíritu de gracia y súplica, del que habla el profeta, nos llama a la intimidad con el Señor, para hacer lo más importante: ¡seguirle!, aunque –y es inevitable– sea difícil, sacrificado y muchas veces tenga muchos contratiempos y cruces. No es suficiente cumplir religiosamente con el Señor.

Jesús ha constituido una Comunidad. Lo que identifica a sus miembros es que son seguidores de Cristo Jesús y nada más. En ella –para su maduración y desarrollo– el Espíritu de Jesús confía diversos servicios; pero sólo Cristo es el Señor y Salvador y sólo la docilidad a su Espíritu nos mantiene en la Voluntad de Cristo de colaborar, hoy en nuestra historia, en la obra del Padre.

La Fe nos lleva a conocer a Jesús, sentirnos amados por Él, amarle y seguirle, aun en la cruz.

El profeta percibe que el siervo traspasado por las rebeldías de los supuestos creyentes, los salvará

El Antiguo Testamento, varias veces, anticipa la pasión salvífica del Mesías –siervo de Dios– que, dando su vida, traspasada por la condena, llevará al arrepentimiento los que le rechazaron.

El Espíritu de Jesús es el autor de tal maravilla de amor en el Mesías y en sus discípulos salvados.

El Bautismo se explica por la Fe del pueblo de Dios, que se forma al seguir a Cristo: eso le salva.

La Fe no es teoría, es Comunión vital con Cristo en su Comunidad y esfuerzo de vivir en Él y como Él gracias a la escucha atenta de su Palabra y alimentándonos en el don de su Vida, en todos los sacramentos que la Comunidad celebra, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación.

En Cristo no hay discriminaciones: todos somos discípulos, servidores los unos de los otros según el Espíritu nos concede para el bien de la Comunidad, de los que nos rodean y gloria del Padre.

Jesús pide, personalmente, que expresemos nuestra Fe no solo en palabras, sino también en obras

La confesión de Pedro sobre pasa todos los criterios y mentalidades de la época; probablemente, ni Pedro logró comprender toda su amplitud, pero se atrevió a ser dócil al Espíritu y se manifestó.

Pero Jesús, por un lado, pide silencio y, por otro, muestra la verdadera realidad del “ser Mesías”: fidelidad hasta final y nos lo propone a nosotros, sin ambigüedades. O con Él en todo, o lejos de Él.

Dios hoy también nos pregunta a nosotros, a cada uno en concreto: la respuesta la da la vida.

Pidamos a María saber renovar y alimentar cada día nuestro compromiso bautismal con Cristo.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XII

Lo vital en la vida de Fe es seguir al Señor en Comunión con la Comunidad a la que el Señor nos ha unido; para eso hemos recibido su Espíritu

Zac. 12, 10-11.13:
Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica. Al mirarme traspasado por ellos mismos, se lamentarán como por el hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito... Aquel día, habrá una fuente abierta en la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza.

Sal. 62 2-6.8-9: "Mi alma tiene sed de Ti, Señor, Dios mío".

Gal. 3, 26-29:
Todos ustedes, por la Fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, porque habiendo sido bautizados en Cristo, han quedado revestidos de Cristo... todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

Lc. 9, 18-24: Un día en que Jesús oraba a solas, sus discípulos se le acercaron y Él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista; otros, que Elías; y otros, alguno de los profetas que ha resucitado». «Y ustedes –les preguntó–, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Él les ordenó terminantemente que no se lo dijeran a nadie y les decía: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después decía a todos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará».



junio 16, 2013

«Tus pecados te son perdonados»

Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 16 de junio.

¿Domingo de la Misericordia de Dios? Más bien, del Dios que nos conoce tan bien, que siempre está dispuesto a perdonar a quien se arrepiente y le pide perdón de algún modo, pues respeta a cada uno y sus decisiones, favorables o adversas, pero siempre fruto de la propia decisión.

Sí, Dios está siempre cercano y lleno de un amor respetuoso y creativo, que vive en nuestro interior esperando ser aceptado. Él comprende muy bien todo lo que nos pasa, pues nos ha creado con gran ilusión y nos respeta, pero no cede en su esfuerzo de lograr el éxito en su plan de grandeza a favor de cada uno de sus creaturas humanas. ¿No equivocamos? ¡Sí, lamentable, pero es natural, por nuestra debilidad –tanto la natural, como la impuesta por el pecado que nos marcó, ya desde el principio, la existencia–; por nuestra ignorancia respecto a la realidad objetiva de las cosas, de las personas y de nosotros mismos; por la inmadurez en nuestro desarrollo y por el ambiente, muy perturbado por el pecado personal y por organizaciones muchas veces indignas nuestra vocación!

Nada se pierde definitivamente, si nosotros no queremos perderlo, ¡ni con el pecado! Basta para ello que reconozcamos el error, lo confesemos, es decir, lo abandonemos en el corazón del Padre, y estemos dispuestos a colaborar en lo que el Señor nos pida; lo demás lo hará el Amor del Dios con su perdón y trabajo de reconstrucción de nuestro interior, ciertamente con nuestro esfuerzo.

David tiene plena conciencia de lo que ha hecho y confiesa a Dios su pecado ante el profeta, recibiendo de él la seguridad del perdón, aunque no se puedan evitar las consecuencias históricas.

Pablo, dando a Dios absoluta libertad, pone en manos de Cristo toda su vida y se identifica con Él.

La mujer sabe quién es, pero también sabe bien quién es el Señor para los que parecen no ser nada. Ella se acerca, confiesa con sus lágrimas, expresa su amor incondicional con sus besos y su voluntad de absoluta dedicación al Señor con la unción. No le importa la imagen, sino la realidad. Simón, mira desde fuera y sin amor alguno, por eso se equivoca totalmente y no entiende nada. Está tan centrado en sí mismo que ni siquiera tiene con Jesús, su invitado, los rituales de cortesía.

Dios nos bendiga y nos ayude a fiarnos de Él confiándole lo que perturba nuestra vida y no la deja avanzar por los caminos de la dignidad y la felicidad que Él pensó para nosotros desde siempre.

Unidos en oración con María, nuestra Maestra de vida y confianza en el Amor redentor de Dios:

P. José Mª Domènech SDB

«Tus pecados te son perdonados»

¿Quién no necesita comprensión, misericordia y perdón en su vida? Dios, que es Padre con sensibilidad materna, lo sabe bien y está siempre dispuesto a perdonar a cualquiera que se lo pida.

La viva experiencia de Pablo le lleva a construir toda su vida desde su encuentro constante con el Señor Jesús que “me amó y se entregó por mí”. Su fidelidad es a una persona, no a normas.

El error es propio de la debilidad humana –y nadie se escapa de ella, ni Jesús–; pero la fortaleza nos viene de un Amor que se nos adelanta –ofreciéndonos su Vida– y nos acompaña constantemente –ofreciéndonos perdón, reconciliación y reconstrucción interior–, ya que lo necesitamos.

Lo importante es el arrepentimiento, que viene de Dios, no el remordimiento, que es maligno. David reconoce su pecado, lo confiesa y lo deja en las manos del Señor con voluntad de enmendarse.

La prostituta reconoce al Señor, se abandona a Él, le expresa su identificación incondicional.

Pablo, se compromete del todo con el Señor, se acepta a sí mismo y bendice la obra de Dios en él.

En nuestra vida concreta, ¿qué actitud tomamos ante el Señor? ¿Le vivimos como vital-necesario?

David se reconoce débil y caído ante el Dios que, sin justificar su pecado, no lo condena a él

El pecado humilla; sentirnos constantemente culpables no nos permite vivir libres para el bien.

Dios desea liberarnos y nos da la certeza de que Él suprime el mal, si se lo confiamos. Nos quedan las consecuencias, fruto de nuestros actos, pero nosotros quedamos libres para vivir en Su Paz.

La experiencia de la salvación del Señor hace que la vida no tenga sentido sin Él en ella

Pablo cree absolutamente en Cristo, pues tiene profunda conciencia de que la salvación de Cristo es, y será, un personal acto de amor de Dios hacia él: ¡por eso su vida es toda y solo del Señor!

Centrarse en la ley le llevó al odio y muerte. Cuando aceptó el Amor de Dios en Cristo quedó liberado de toda ‘ley’ para vivir en la libertad del Amor de Dios que da vida dando la propia vida.

La Misericordia de Dios nos precede, pues el Amor de Dios está por encima de nuestras decisiones

El verdadero profeta sólo hace referencia a Dios, que le envía para que oriente a los hombres en su camino hacia la Casa del Padre, para que no se engañen ni ante las apariencias ni ante el poder.

Lo principal que Jesús muestra es el Amor misericordioso de Dios hacia pobres y arrepentidos.

Dios no juzga; solo salva y ofrece la salvación a cualquiera que esté arrepentido, sea quien sea.

Pidamos a María conocer el corazón de Dios y vivir cercanos a Él y, así, ayudar a los pecadores.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XI


Dios siempre está dispuesto a perdonar al que -arrepentido y seguro de que Dios le ama y dio su vida por él– reconoce su pecado y pide perdón.


2Sam. 12, 7-10.13:
El profeta Natán dijo a David: «Así habla el Señor...: “Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor...; te di la casa de Israel y de Judá... ¿Por qué, entonces, has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita!... Por eso, la espada nunca se apartará de tu casa...”» David dijo a Natán: «¡He pecado contra el Señor!» Natán le respondió: «El Señor, por su parte, ha perdonado tu pecado: no morirás».

Sal. 31 1-2.5.7.11: "Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado".

Gal. 2, 16.19-21:
Como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la Fe en Jesucristo, por eso, hemos creído en Él... Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la Fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto en vano.

Lc. 7, 36-8, 3: Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó en la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad... se presentó con un frasco de perfume. Y, colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto el fariseo... pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca...: ¡una pecadora!» Pero Jesús le dijo...: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: «Pienso que aquel a quien más perdonó». Jesús dijo: «Has juzgado bien»... «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; ...ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella... desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que... sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados»... «Tu Fe te ha salvado, vete en paz». Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciado la Buena Noticia del Reino de Dios.


junio 09, 2013

«Yo te lo ordeno, levántate!»

Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 9 de junio.

La vida es un don de Dios y nadie tiene derecho sobre ella, pues todos la hemos recibido para administrarla en nuestra historia y para ayudar a los demás a que la administren lo mejor posible en el suya. La muerte natural siempre nos ronda, pero no debemos dejar que nos atrape, se nos meta dentro: ¡nacimos para ser libres y poder, así, vivir la vida que nos corresponde: la de Dios!

No creemos en unas verdades –aunque éstas están a nuestra consideración para vivir como el Señor nos pide– sino en la persona del Señor Jesús, el resucitado de entre los muertos porque Él es la Resurrección y la Vida. Él nos ha dado la vida –creándonos en el Padre, redimiéndonos con el don de su vida, en su muerte y resurrección, y llenándonos de su Vida en el Espíritu– para que maduremos en ella y la compartamos con los hermanos que nos rodean y muchísimas veces nos necesitan para apoyarse, consolarse, orientarse o reconstruirse en las más diversas circunstancias.

Nuestro Evangelio es la Salvación de Jesús, expresión del eterno Amor del Padre y de la constante Guía del Espíritu Santo. No es construcción humana –nos aclara Pablo– pues, como él, cada uno sabe su propia historia, que, como creyentes, confiadamente dejamos en el Amor del Padre.

Somos discípulos de Jesús y Él nos invita a construir, allí donde estemos, la vida que nos rodea y a reconstruir la que vemos que se ha perdido. La vida siempre ganará: éste no solo es mensaje del Evangelio de Jesús, sino también ‘evangelio’ de Dios en la naturaleza, al que poca atención, de ordinario prestamos: la vida siempre gana, salvo que la aplastemos, y, aún así, si ella se mantiene tal, sus posibilidades ahí están y acaba rompiendo rocas, resurgiendo en el desierto árido, emergiendo después de siglos de estar enterrada y sin facilidades...

Dios creó la vida y todo lo que la quiera hacer desaparecer, está destinado al fracaso, pues la obra de Dios es soberana y en renovación constante, no por nada nos ha dado su propio Espíritu.

¡Creamos en la vida y, como creyentes, seamos siempre constructores de la misma en todas partes!

El Dios de la Vida, el Dios de Elías, de Pablo, de Jesús nos enseñe a ser discípulos de tan buen Maestro y Señor resucitado, que, para garantizar la vida, nos envió al Espíritu Santo.

Unidos en oración con María, la Madre y Maestra que nos enseña a cuidar y estimular toda vida:

P. José Mª Domènech SDB

«Yo te lo ordeno, levántate!»

Jesús, humano-cercano, es el Dios que jamás deja de estar atento a nuestra situación personal. Él –la Resurrección y la Vida– al entrar en una ciudad, se encuentra con la muerte y lo primero que hace es conmoverse, acercarse, tocar, renovar la vida en libertad y confiarla al cuidado de la madre.

«Yo te lo ordeno, ¡levántate!»... de tu desilusión, de tu fracaso, de tu pecado, de tu rencor, de tu pesimismo, de tu desesperanza, de tu adicción, de tus vicios... Te lo ordeno: ¡¡¡vive con futuro!!!

Es el Evangelio de Pablo, de la Iglesia: es Jesús, el Cristo, nuestra Vida, futuro de la humanidad.

Pecado es todo lo que quita vida a alguien. Sí, el pecado –personal y social– trae siempre la muerte y la más peligrosa es la que se presenta como placer, poder, progreso, fama, fuerza, tradición...

Saulo vivió este engaño, con la muerte añadida, pero Dios le liberó de ella por el Señor Jesús.

No se trata de vencer, sino de ser transmisores de vida y de paz, fruto y fuente de la Vida.

Jesús es la Vida y la restituye por propio poder; Elías sirve al Dios de la vida y la suplica para el niño. En la Eucaristía escuchamos a la Vida y nos alimentamos de Ella para darla a los hermanos.

El dolor de la muerte es ineludible; el Dios de la vida nos renueva la Fe y Esperanza por su Amor

La madre queda traspasada de dolor ante la muerte de su hijo y no comprende al Dios del profeta; lo mira como el causante de su desgracia, después de haberle ayudado. ¡Injusto, todo muy injusto!

Elías suplica y recibe el don de revivir al niño, así se muestra que el Señor es el Dios de la vida.

La experiencia salvífica Pablo le lleva a declarar la grandeza suprema del Evangelio que predica.

El Señor salva a cualquiera que se ponga a su alcance con honesta buena voluntad. No importa si, por la educación recibida, atacó y persiguió la Fe que después proclamará con toda su vida.

Dios nos elige desde el seno materno. Sí, pero no puede obligarnos a aceptarle: será necesario que Él nos dé su luz y que nosotros aceptemos tomarla en serio integrándonos en la Comunidad.

Jesús es Vida y mensaje de vida; viene a ofrecérnosla, ¿le seguiremos o sólo alabaremos a Dios?

Como en la vida, en Naim –‘La bella’– se dan, en el mismo ambiente, dos experiencias: el esperanzado avanzar de los discípulos de Jesús en la vida y el triste y lastimoso cortejo de la muerte.

Jesús se compadece en su interior y, desde la Vida, consuela: “¡No llores!”; toca y detiene la ley de la muerte; y dice desde su Vida: “Joven, yo te lo ordeno, ¡levántate!”. Lo entrega vivo a la madre.

Dios, como en Cristo, desea –ansía, nos pide– actuar sobre nuestra realidad de muerte a través de nuestra apertura, cercanía, compasión, intervención de vida para superar la muerte. Único camino.

Pidamos a María caminar siempre por la vida como Jesús: cercanos y dando en todo vida a todos.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO X

Dios, en Cristo Jesús, se muestra la Resurrección y la Vida. Nuestra misión en todo ambiente es dar vida siempre y llenar de esperanza a todos

Re. 17, 17-24:
"Cayó enfermo el hijo de la viuda que había socorrido al profeta Elías... tanto que quedó sin aliento de vida. Entonces la mujer dijo al profeta...: «¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios?...» «Dame a tu hijo», respondió Elías. Lo tomó del regazo de la madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho e invocó al Señor diciendo: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me la dado albergue la vas a afligir...?» Después se tendió tres veces sobre el niño,... y dijo: «¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!» El Señor escuchó el clamor de Elías... y éste revivió. Elías tomó al niño... y se lo entregó a su madre... La mujer dijo entonces a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está... en tu boca»".

Sal. 29 2.4-6.11-12a.13b: "Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste".

Gal. 1,11-19:
"Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente Uds. oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba... a muchos... en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre, y... se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato,... me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui... a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor".

Lc. 7, 11-17: "Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente... la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaba se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos... alababan a Dios diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo»."