noviembre 02, 2013

«Hoy ha llegado la Salvación a esta casa»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 3 de noviembre.

¡Qué maravilloso y consolador es saber que Dios ama la vida y todo lo que existe, sobre todo a la persona humana y por eso es indulgente con ella, puesto que conoce bien su debilidad, la natural y la adquirida por su propia imprudencia desobediente! No juzga, aunque Él es el permanente criterio de juicio para ver si nuestra vida va bien o mal; jamás condena, aunque lo hagan nuestros errores voluntarios; nos da su Espíritu para que sea núcleo de Amor en nuestra vida, aunque, a veces, no lo tomemos en cuenta; y, por fin, se hizo uno de nosotros para enseñarnos y animarnos a caminar en su grandeza y felicidad... ¿Qué más podemos pedir? ¿Qué nos falta para ser como Dios, es decir, para ser lo que estamos –por naturaleza creada– llamados a ser? Dios no se hizo hombre por deporte, sino porque nos era indispensable que lo hiciera, si no, toda la creación sería un gran fracaso: ¡Dios es siempre fiel a sus planes de Vida y Felicidad, aunque no lo entendamos!

Es justo, y saludable –es decir, nos hace bien hacerlo– bendecir al Señor siempre y sin descanso, pero con la vida, no solo con las palabras, pues éstas, si no están avaladas por la vida se convierten en una ‘falsedad objetiva’ que nos acusa todos los días... por eso el Apóstol, en su primera carta a los corintios, hablando de la mala celebración de la Eucaristía, dice, con dolida claridad: “Quien come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1Cor. 11, 29).

En la vida cristiana –como en la verdadera vida humana– lo real es la verdad interior, lo que se muestra fuera del ‘corazón’ o nace de su interior así o es mentira viva que condena al que la vive.

Por eso Pablo nos pide no ir tras cosas llamativas, sino cultivar el interior en el que vive el Señor y nos llama cada día a más, apoyándonos con todos sus dones: a eso Pablo lo llama “ser dignos” de su llamado. Es la actitud viva de Zaqueo, quien, ante la visita del Señor a su casa –al que recibe sinceramente– se pone a disposición de la Misericordia de Dios que le visita y opta por dejar todo lo que lo separe de Él, es decir, el egoísmo que lo lleva a las injusticias y malos tratos a los demás.

Dios nos bendice. Él nos ama. Abrámonos cada día más a su Misericordia: con Él nada se pierde.

Unidos en oración con María, la Madre de la Misericordia y del Amor Providente, Dios:
P. José Mª Domènech SDB

«Hoy ha llegado la Salvación a esta casa»

¿Cómo hacernos dignos de la Misericordia de Dios? ¡Imposible, pues ésta es un don nacido de la misma naturaleza de Dios! Lo que sí nos debemos preguntar seriamente es ¿cómo colaborar para que se haga real y fecunda la Misericordia de Dios en nosotros? Es lo que Pablo pide para nosotros.

La Misericordia de Dios es fruto de la inmensa grandeza de su poder, que es Amor eterno.

Nosotros somos sus beneficiarios, pero también responsables de ella en nuestra vida: se nos da gratis, sí, pero nos pide fecundidad. En esta fidelidad fecunda podemos entender lo que Pablo dice sobre “los haga dignos de su llamado” a la vida, por su Misericordia y por su deseo de que nuestra vida sea grande como la suya. Lo único importante es hacer fecunda en nosotros la Gracia de Dios.

Nos toca a nosotros el esfuerzo y a Dios su Gracia Providente. Él no falla jamás: ahí tenemos su Palabra, su Hijo encarnado, su Espíritu, la Comunidad, los Sacramentos... y nosotros, ¿qué?

Evitamos a “los malos elementos”, y es ‘prudente’, pero ¿imitamos a Jesús tratando de ayudarles a superar su situación –cuidándonos en Cristo– para no acabar atados al error? Eso es lo cristiano.

Dios vive inclinado a nuestra miseria con toda la Misericordia de su Amor. ¡Acerquémonos confiados, pues el Señor vino a salvar lo que estaba perdido, es decir, a nosotros, sus hijos amados!

Zaqueo aprovecha la llegada de Jesús en su vida: ¡Reacciona comprometiendo toda su persona!

También hoy Jesús nos dice a cada uno: “Baja rápido, porque tengo que ‘alojarme’ en tu vida”

¿Qué nos impide recibir a Jesús en nuestro mundo? ¿Qué intereses nos separan del Amor de Dios?

Dios ama la vida que ha creado –sobre todo al ser humano– y lo cuida como la niña de sus ojos

El verdadero poder de Dios se ve en su Misericordia que busca salvar al ofensor pobre y débil.

Dios ama a toda persona creada por Él y, en su pedagogía, no destruye al que le abandona o se le opone, sino que le hace ‘gustar’ las consecuencias de su pecado para que se arrepienta y vuelva.

Dios nos llama para vivir en su grandeza, pero no puede obligarnos, es necesario que nos fiemos

Alabamos al Señor por su Amor, que nos cuida maternalmente, pero con paterna firmeza.

Para Pablo es vital que nuestra fidelidad al Señor se apoye no en nosotros mismos, en nuestras expectativas o en profecías llamativas, sino en la vocación a la Vida y al Amor con la que el Señor nos ha llamado. No nos dejemos engañar: Dios nos cuida; ¡seamos dóciles! Eso es lo importante.

En Cristo, Dios nos invita a dejarnos salvar: aceptémoslo en nuestra vida y convirtiéndonos a Él

Zaqueo no era una persona ‘digna de aprecio’: su profesión –comprometida con el dominador– facilitaba la prepotencia y abuso; pero se abrió al paso de Dios por su vida. No perdió la oportunidad.

También nosotros somos llamados como Zaqueo, aunque no nos creamos tan ‘malos’ como él.

¿Nos sentimos llamados por Jesús, que desea entrar en nuestra vida, para ofrecernos la Salvación?

Sería trágico que Jesús pase hoy día por nuestra vida y nosotros no estemos atentos su llamado: ¡moriríamos pequeños y solos, después de haber tenido la misma Salvación de Dios en el interior!

Pidamos a María secundar ahora la vocación a la Vida Nueva y feliz a la que nos llama Jesús.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXXI

Dios es Misericordia y nos da su Salvación en Cristo; ésta llega a nuestra vida cuando le aceptamos en nuestra vida haciendo lo que nos pide

Sab. 11, 22-12, 2:
Señor, el mundo estero es, delante de Ti,... como un grano de polvo... Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho... ¿Cómo podría subsistir una cosa si Tú no quisieras?... Pero Tú eres indulgente..., Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. Por eso reprendes poco a poco a los que caen... recordándoles sus pecados para que se aparten del mal y crean en Ti, Señor.

Sal. 1441-2.8-11.13c-14: Bendeciré al Señor siempre y en todo lugar

2Ts. 1, 11-2, 2:
Rogamos constantemente por Uds., a fin de que Dios los haga dignos de su llamado y lleve a término en Uds., con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la Fe... Acerca de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, les rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni se alarmen...

Lc. 19, 1-10: Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad... un hombre muy rico, llamado Zaqueo,... quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro... Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban...: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la Salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»




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