enero 05, 2014

Epifanía del Señor


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para esta Epifanía del Señor.


La presencia de Dios entre nosotros ha estado siempre activa, aunque la humanidad, sólo se dio cuenta de ella en una muy pequeña porción.

Dios jamás nos dejó, pero, como les sucede a muchos ahora, no eran muchos los que se daban cuenta y se beneficiaban conscientemente de ella. Por eso Dios se hizo uno de nuestra especie, para que no pudiéramos dejarlo fuera de nuestra realidad y de nuestra historia, pues ya era uno de nosotros. Y quería serlo para todos, absolutamente para todos: ¡esto es lo que hoy celebramos!

Lo decimos en el salmo 71 y nos lo adelantó la primera lectura muchos siglos antes que sucediera. Sí, el centro será Israel, allí surgirá y de allí se esparcirá para todo el mundo... y eso, exactamente eso, es lo que ha sucedido, aunque es cierto que también se ha cumplido, y se sigue cumpliendo, el triste refrán de que “solo en su casa un profeta es rechazado”.

¿Cuál será, cuál es nuestra actitud? Porque tan casa suya es Israel, como lo es nuestro pueblo actual. Dios es, de hecho, de nuestra familia humana.

En la segunda lectura el Apóstol nos hace notar que la Salvación que nosotros vivimos es derecho de todos los pueblos, pues para ellos es. Nosotros nos hemos beneficiado de ella porque otros nos lo han comunicado y nos han ayudado a comprenderla y aprovecharla. No abandonemos nuestra responsabilidad humana y de Fe. Gracias a que otros fueron fieles, estamos en esta Comunidad, que por naturaleza de la Fe que profesa es católica y no puede quedar encerrada en sí misma. Su misión, dada por el mismo Señor Resucitado, es comunicar su Fe, primero a los de cerca, menores y mayores, y después a los de lejos. Es el único modo de adorar al Señor, pues es Él quien nos envía a proclamar la Salvación que obra en nosotros, pues esa es la que Él desea poder obrar en los que lo acepten de entre todas las personas que viven con nosotros en este mundo.

Como los magos sepamos ver los signos de la presencia de Dios, busquemos dónde encontrarlo en nuestra historia para adorarlo en la sencillez, humildad y obediencia, proclamando sus maravillas.

Problemas los tendremos siempre –como los tuvieron ellos– y los tuvieron todos los creyentes del mundo y los siguen teniendo ahora: unos graves, que hasta llegan a pedir y arrancar la vida con violencia para la fecundidad de la Fe en los lugares más difíciles, y otros más aparentemente ‘suaves’, que parecen no pedir nada extraordinario, pero, no nos engañemos, sí nos piden también la vida, aunque no sea con violencia o derramamiento de sangre.

No dar la vida por Cristo, es traicionar la Salvación recibida para comunicarla a los que seamos enviados, estén cerca o estén lejos.

Dios llene nuestra vida de generosidad y nos dé la decisión de ser evangelizadores con todo y con todos los que nos están cerca, aun respetando a toda persona, como se lo merece, pues Dios la hizo libre y le respeta este don.

María, nuestra Auxiliadora, estrella de la Evangelización y guía de sus hijos, nos acompaña.

Unidos en oración con María, la Madre de Jesús y comunicadora de la Vida y el Amor del Padre:

P. José Mª Domènech SDB

EPIFANÍA DEL SEÑOR

El profeta nos invita a la confianza. La razón está en el Señor que viene con su Salvación, no en nosotros. Él, si le dejamos, llenará de su luz la vida que crece en nosotros y alrededor nuestro. A Él
podemos abrirnos solo con una honesta atención y con nuestra voluntad de dejarnos iluminar y guiar.

La Salvación está destinada a toda persona, también a los que no conocen ni a Cristo ni a Dios.

Pablo nos confiesa que, ya ahora, la promesa del Señor, y su herencia, está siendo participada, gracias al Evangelio de Cristo, por todos los que aceptan al Señor de la Vida. También los paganos –no llamados en un primer momento– que se abrieron a Dios, son miembros del único Cuerpo de Cristo.

Lo importante de esta fiesta no es el relato de los supuestos magos –y menos reyes–, sino la manifestación del Señor –epifanía–, es decir, Cristo se presenta a todos –y aceptado– como el Señor que rige la tierra y viene a salvarnos. Aunque muchos ‘grandes’ y autoridades se sobresalten y lo rechacen.

Los personajes presentados en el relato cada uno reacciona a su modo y bajo su responsabilidad: los
poderosos –Herodes, sumos sacerdotes y escribas– se apoyan unos a otros para afrontar lo que perciben como un peligro: ‘ha nacido el rey’, al que los extranjeros vienen a adorar, a rendirle homenaje.

Ésta no es la actitud de los judíos, pero sí la de María, su madre, los ‘magos’ y todos los sencillos.

La salvación llega para todos; pero para ver la luz y aceptar la salvación, se necesita vivir abiertos

El profeta nos invita a la esperanza. La “Luz” habla de redención por la presencia del Señor, pues, si se acepta la libre Presencia del Señor, renace la vida, porque surge la justicia y brota la paz.

La Vida nueva nos lleva, por su fuerza renovadora, a la comunión de todos los pueblos en una Comunidad de vida en el Señor Jesús y es así como revive la esperanza: ¡somos hermanos en el Señor!

Todo el que se abra vivirá y gozará las promesas del evangelio, del Cuerpo de Cristo y de su herencia

El proyecto de Dios, desde el inicio de la creación, ha sido de Comunión, pues ésta es la identidad propia del Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza. Lo único que se nos pide es fidelidad.

La Comunión de las personas divinas es el modelo que Dios ofrece a la humanidad: unidos en el amor fraterno, que viene de Dios, llega el enriquecimiento mutuo y construimos la familia humana.

Estamos llamados a construir hoy plenitud de vida. Toda marginación es muerte, fruto del pecado.

Del oriente buscaron al ‘Rey’ y, encontrado, lo adoraron como a su Señor y Dios y con Él regresaron

En la vida es más vital aprender a buscar con sincera honestidad, que lograr encontrar lo que deseamos; pues la primera actitud –y no la segunda– lleva a encontrar lo más importante en la vida, pues sabe aprovechar, sabe estar atento a los signos, sabe perseverar y, si es necesario, sabe sacrificarse.

María siempre vivió atenta a los signos de la presencia de Dios en su vida: ella es la toda pura, es decir, la que no tuvo, como centro de su vida, nada que la separara del Dios al que se había consagrado.

Los que buscan a Dios viven la alegría de encontrarlo, bendecirlo, adorarlo, ofrecerle su vida en paz y verla enriquecerse sin fin, porque Dios –riqueza suprema del hombre– siempre está presente, aunque no se nos presente siempre cómo y/o con la claridad que nosotros desearíamos.

Pidamos a María buscar siempre a Dios y aprender ver, en todo lo cotidiano, los signos de su Amor.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO C – TIEMPO DE NAVIDAD – EPIFANÍA DEL SEÑOR

Dios jamás nos olvida, pero no siempre nosotros le estemos atentos; pues, si lo estuviéramos, podríamos contemplar su Gloria y Salvación y vivirlas

Is. 60, 1-6:
¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor... Las naciones caminarán a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora... se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti... Todos ellos vendrán... trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor.

Salmo: 711-2.7-8.10-13: ¡Pueblos de la tierra, alaben al Señor!

Ef. 3, 2-3a.5-6:
¡Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes... Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.

Mt. 2, 1-12: Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén... Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto... los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño... el entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y, postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y... volvieron a su tierra por otro camino.









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