Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 26 de abril:
«Yo soy el buen pastor.» Jesús es claro. Lo que es, lo es para nosotros. Lo puede ser por vivir dócil a la vida del Padre que está en el Hijo gracias a la fecunda Comunión del Espíritu en ellos.
No ha venido para sustituir nuestra responsabilidad, sino para ayudarnos a que la percibamos con claridad, pues el pecado, que nos tiene cegados, no nos permite ver profundidad de la realidad; solo vemos su apariencia superficial y todavía con la ‘enferma’ visión que cada uno tiene, por eso es tan difícil –si no imposible– que solos construyamos la Comunión entre nosotros –a pesar de desearla ardientemente– y menos la paz, que es el más preciado de sus frutos.
La riqueza de nuestra realidad interior es inmensa. San Juan nos dice que somos hijos de Dios y no se ha manifestado aún lo que seremos, hasta que veamos a Dios cara a cara, como Jesús.
Él nos da una libertad que debemos aprender a usar escuchando su voz y siguiéndole, para que su Vida nueva reconstruya la nuestra –personal y social–. También hoy Jesús nos llama por nuestro nombre, nos guía, da su vida por nosotros, nos renueva y nos pide aceptar la verdad de su Amor: solo Él es el Salvador, de Él recibimos una vida llamada a madurar hasta ser como Dios.
Unidos en oración con María, la Madre del único Salvador, el Buen Pastor:
P. José Mª Domènech SDB
Jesús está en el templo de Jerusalén, donde se celebraba la fiesta de la nueva dedicación del templo; pues éste había sido profanado, a consecuencia de la mala conducta de las autoridades religiosas de la época. Aquí hay que situar este discurso del Buen Pastor: Él no profanará la misión dada por su Padre.
La consagración del Nuevo Templo, no hecho por manos humanas, será permanente por el don voluntario de la vida del que es el perfecto Templo de Dios: Él lo ha enviado como nuestro Pastor –toda la humanidad: israelitas o no–: su rebaño es universal, de todo tiempo, raza, nivel, sexo y sociedad.
Es necesario, vital, que todos tengan la oportunidad de encontrarse con Jesús, pues somos –todo ser humano– hijos de Dios. Pero no basta serlo, es indispensable aceptarlo para vivirlo y permitir que el Señor, nuestro Buen Pastor, nos vaya transformando la vida gracias a nuestra escucha y seguimiento.
Pedro confiesa a las autoridades quién es Jesús, al que ellos rechazaron. Se lo muestra con hechos y palabras. La reacción no será en absoluto acogedora: les domina la cerrazón y la muerte que les habita.
San Juan nos hace notar cuál es nuestra identidad natural y nuestra vocación natural y sobrenatural, ya que la naturaleza humana, cada persona humana –esté en el estado en el que esté, exterior o interiormente– es hija de Dios, porque Él le creó con sumo y eterno Amor, pues así es el Amor de Dios.
Lo que seremos se verá en la medida que vivamos en Dios. Esto comienza a ser realidad ya aquí, en el misterio de la caridad, por la Fe en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pero a su plenitud se llega en la Vida eterna, en la que vivimos la feliz presencia del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.
Los cálculos de interés egoísta, mientras nuestros hermanos, hijos o personas a nuestro cargo se hunden o pierden en los engaños de la realidad, nos distancian de la actitud de dar la vida del Buen Pastor, al que los cristianos decimos seguir. Ante el lobo que ataca –y lo hace siempre– no se puede calcular así.
La verdad es una y siempre libera, sana y salva, en la medida que es aceptada personal y sinceramente.
La curación del inválido en la puerta del templo ha permitido a éste entrar en él por su propio pie.
Dios nos dio la libertad para que asumamos nuestras decisiones, con la responsabilidad que supone.
El pecado esclaviza; Jesús nos libera de él: ¡es el Salvador! Pedro lo afirma con libertad y claridad.
La realidad de lo que somos por Voluntad de Dios es maravillosa, pero necesitamos asumirla ya ahora.
Somos hijos de Dios, ya que Dios es Padre de todos –de cada ser humano– siempre y en todo lugar.
Lo que Juan dice va más allá: nuestro futuro será maravilloso, pues Dios nos pensó felices en su Casa.
Es necesario ver a Dios ‘cara a cara’ y somos santos si vamos aprendiendo a hacerlo desde ahora.
Sabiendo que no estamos solos, pues Cristo nos guía y acompaña, nuestra esperanza se fortalece.
Nuestra vida no está abandonada a su suerte: el Padre envía a su Hijo para que nos guíe hacia Él.
Jesús se nuestra como nuestro Buen Pastor. Bueno, pues siempre da su vida para defender la nuestra.
Él no hace cálculos en base a intereses egoístas: su absoluto interés es vivir la Voluntad de Padre.
La Voluntad del Padre es una: que sus hijos lleguen a su Casa sin perderse y siempre gocen como Él.
Como el Padre da vida, ésa es la forma de vivir de su hijo, y más la del Pastor, si quiere ser bueno.
Pidamos a María ser, para nuestros hermanos, pastores como Jesús, que damos la vida para su bien.
Hch. 48-12: Pedro inspirado por el Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y cómo fue sanado, sepan Uds. y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de Uds. por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, el que Uds. crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos... Porque en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual podamos salvarnos.»
Salmo 1171.8-9.21-23.26.28-29: Den gracias al Señor, porque es eterno su Amor.
1Jn. 31-2: Miren cómo nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y lo somos realmente. Si el mundo no nos conoce es, porque no lo ha reconocido a Él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
Jn. 1011-18: Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es el pastor, y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo, las arrebata y las dispersa... Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí –como el Padre me conoce a Mí y Yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre.»
«Yo soy el buen pastor.» Jesús es claro. Lo que es, lo es para nosotros. Lo puede ser por vivir dócil a la vida del Padre que está en el Hijo gracias a la fecunda Comunión del Espíritu en ellos.
No ha venido para sustituir nuestra responsabilidad, sino para ayudarnos a que la percibamos con claridad, pues el pecado, que nos tiene cegados, no nos permite ver profundidad de la realidad; solo vemos su apariencia superficial y todavía con la ‘enferma’ visión que cada uno tiene, por eso es tan difícil –si no imposible– que solos construyamos la Comunión entre nosotros –a pesar de desearla ardientemente– y menos la paz, que es el más preciado de sus frutos.
La riqueza de nuestra realidad interior es inmensa. San Juan nos dice que somos hijos de Dios y no se ha manifestado aún lo que seremos, hasta que veamos a Dios cara a cara, como Jesús.
Él nos da una libertad que debemos aprender a usar escuchando su voz y siguiéndole, para que su Vida nueva reconstruya la nuestra –personal y social–. También hoy Jesús nos llama por nuestro nombre, nos guía, da su vida por nosotros, nos renueva y nos pide aceptar la verdad de su Amor: solo Él es el Salvador, de Él recibimos una vida llamada a madurar hasta ser como Dios.
Unidos en oración con María, la Madre del único Salvador, el Buen Pastor:
P. José Mª Domènech SDB
«Yo soy el buen pastor»
Jesús está en el templo de Jerusalén, donde se celebraba la fiesta de la nueva dedicación del templo; pues éste había sido profanado, a consecuencia de la mala conducta de las autoridades religiosas de la época. Aquí hay que situar este discurso del Buen Pastor: Él no profanará la misión dada por su Padre.
La consagración del Nuevo Templo, no hecho por manos humanas, será permanente por el don voluntario de la vida del que es el perfecto Templo de Dios: Él lo ha enviado como nuestro Pastor –toda la humanidad: israelitas o no–: su rebaño es universal, de todo tiempo, raza, nivel, sexo y sociedad.
Es necesario, vital, que todos tengan la oportunidad de encontrarse con Jesús, pues somos –todo ser humano– hijos de Dios. Pero no basta serlo, es indispensable aceptarlo para vivirlo y permitir que el Señor, nuestro Buen Pastor, nos vaya transformando la vida gracias a nuestra escucha y seguimiento.
Pedro confiesa a las autoridades quién es Jesús, al que ellos rechazaron. Se lo muestra con hechos y palabras. La reacción no será en absoluto acogedora: les domina la cerrazón y la muerte que les habita.
San Juan nos hace notar cuál es nuestra identidad natural y nuestra vocación natural y sobrenatural, ya que la naturaleza humana, cada persona humana –esté en el estado en el que esté, exterior o interiormente– es hija de Dios, porque Él le creó con sumo y eterno Amor, pues así es el Amor de Dios.
Lo que seremos se verá en la medida que vivamos en Dios. Esto comienza a ser realidad ya aquí, en el misterio de la caridad, por la Fe en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pero a su plenitud se llega en la Vida eterna, en la que vivimos la feliz presencia del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.
Los cálculos de interés egoísta, mientras nuestros hermanos, hijos o personas a nuestro cargo se hunden o pierden en los engaños de la realidad, nos distancian de la actitud de dar la vida del Buen Pastor, al que los cristianos decimos seguir. Ante el lobo que ataca –y lo hace siempre– no se puede calcular así.
La verdad es una y siempre libera, sana y salva, en la medida que es aceptada personal y sinceramente.
La curación del inválido en la puerta del templo ha permitido a éste entrar en él por su propio pie.
Dios nos dio la libertad para que asumamos nuestras decisiones, con la responsabilidad que supone.
El pecado esclaviza; Jesús nos libera de él: ¡es el Salvador! Pedro lo afirma con libertad y claridad.
La realidad de lo que somos por Voluntad de Dios es maravillosa, pero necesitamos asumirla ya ahora.
Somos hijos de Dios, ya que Dios es Padre de todos –de cada ser humano– siempre y en todo lugar.
Lo que Juan dice va más allá: nuestro futuro será maravilloso, pues Dios nos pensó felices en su Casa.
Es necesario ver a Dios ‘cara a cara’ y somos santos si vamos aprendiendo a hacerlo desde ahora.
Sabiendo que no estamos solos, pues Cristo nos guía y acompaña, nuestra esperanza se fortalece.
Nuestra vida no está abandonada a su suerte: el Padre envía a su Hijo para que nos guíe hacia Él.
Jesús se nuestra como nuestro Buen Pastor. Bueno, pues siempre da su vida para defender la nuestra.
Él no hace cálculos en base a intereses egoístas: su absoluto interés es vivir la Voluntad de Padre.
La Voluntad del Padre es una: que sus hijos lleguen a su Casa sin perderse y siempre gocen como Él.
Como el Padre da vida, ésa es la forma de vivir de su hijo, y más la del Pastor, si quiere ser bueno.
Pidamos a María ser, para nuestros hermanos, pastores como Jesús, que damos la vida para su bien.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO B – TIEMPO PASCUAL – DOMINGO IV
El cristiano, hijo de Dios como toda persona humana, está llamado a ser buen pastor de quien le rodea iluminando su vida con la vida y Luz de Cristo
El cristiano, hijo de Dios como toda persona humana, está llamado a ser buen pastor de quien le rodea iluminando su vida con la vida y Luz de Cristo
Hch. 48-12: Pedro inspirado por el Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y cómo fue sanado, sepan Uds. y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de Uds. por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, el que Uds. crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos... Porque en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual podamos salvarnos.»
Salmo 1171.8-9.21-23.26.28-29: Den gracias al Señor, porque es eterno su Amor.
1Jn. 31-2: Miren cómo nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y lo somos realmente. Si el mundo no nos conoce es, porque no lo ha reconocido a Él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
Jn. 1011-18: Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es el pastor, y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo, las arrebata y las dispersa... Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí –como el Padre me conoce a Mí y Yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre.»