julio 17, 2010

Escuchar al Señor y Maestro

Las personas son lo más importante de toda la realidad existente. Y la relación con ellas es lo que mejor nos define por dentro (ante nosotros mismos) y por fuera en nuestra presencia e influencia social, cristiana y humana. ¡Cuántos nos creen (o no nos cree) a los cristianos por nuestra forma de trato! La primera prédica del Evangelio la damos con nuestras relaciones sociales y comunitarias.

Dios es la Comunión de tres personas. De ella depende toda la realidad que nosotros conocemos y la que no conocemos: su existencia, su sentido, su destino, su salvación y, en fin, su subsistencia más allá del tiempos, según el plan primigenio del Creador. Todo está asegurado por una sola realidad objetiva, proclamada por san Juan: "Dios es Amor", por lo tanto, es Vida, crecimiento, maduración, estimulo, renovación, recuperación, proyección con la garantía de bondad y vida eterna propia de Dios.

El ser humano está llamado, por naturaleza a construir una Comunidad de personas diversas, mujeres y varones, llamadas a madurar en la Comunión de personas, Comunidades y Culturas. El signo más claro de toda esa dinámica de Comunión para el desarrollo de las personas es el matrimonio, realidad proyectada al don mutuo de la vida y de la maduración de cada persona, las ya existentes y las que son llamadas a ello en la relación de respeto y donación mutua.

Es por eso que en la relación lo esencial es la apertura al otro en el respeto y el aprendizaje de saberlo recibir en cada momento y circunstancia, dándo a cada persona lo que ella necesita para madurar su ser y su relación con Dios, consigo mismo, las otras personas y la naturaleza. La relación sana lleva a una vida sana en todo sentido.

La Comunidad eclesial pide este tipo de dinámica y para lograrlo cada uno debe estar atento a los hermanos, como Dios lo está de cada uno de nosotros. Que esto supone más sacrificio del que pensamos, eso es normal y evidente, pero lo que debemos aprender es a vivirlo no como una carga, sino como un momento de ofrenda al Dios de la Vida para el desarrollo de la vida de cada uno de los hermanos y de la Comunidad en sí. Eso es lo que Cristo ya no puede hacer, pues este dolor nos toca asumirlo cada uno, pues la responsabilidad personal es insustituible. A eso se refiere Pablo cuando dice que 'completa en su carne lo que le falta a los sufrimientos de Cristo'.

¿Cómo podremos ser capaces de aceptar estos sacrificios si no alimentamos nuestra intimidad con Cristo y aprendemos de Él a vivir dando la vida? Es la 'mejor parte' que eligió María. Ciertamente Marta estaba entregando su vida al prepararlo todo, pero eso no se puede aguantar por mucho tiempo con pureza de intención y desinterés honesto, si uno no está lleno del Espíritu de Jesús. Pablo lo vivía y Abraham también en la Fe y Esperanza sin límites, pues sabía que Dios nunca falla en sus promesas.

Nuestra vida continuamente nos pone a prueba esta Fe y Esperanza, por eso tantas veces se resquebraja la Caridad en nuestras reaciones y vienen los malos tratos de los que hay que aprender a pedir perdón y debemos aprender a perdonarnos a nosotros mismos, pues muchas veces ésos se convierten en una pesada carga para el futuro y sus exigencias.

Dios nos bendiga a todos para que apredamos a intimar con Él para poder amar como Él.
Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:

P. José Mª Domènech SDB

Escuchar al Señor y Maestro

La verdadera hospitalidad está centrada en el huésped, con todo lo que trae su presencia, no tanto en lo que se le da, cuanto en la atención que se le presta, aunque aquéllo no sea indiferente, pues puede ser expresión del realismo, respeto y veneración con el que le tratamos.

Nuestra cultura occidental ha perdido mucho el sentido casi sagrado que tenía al inicio la hospitalidad, y que todavía conservan muchas culturas orientales y africanas.

Es verdad que saber aceptar a las personas con sus propias necesidades es la forma más excelsa de hospedaje. Significa darles entrada en nuestra vida. Es la actitud de Pablo en su relación con las diversas Comunidades Cristianas, a las que amaba y servía en Cristo.

Para vivir el verdadero hospedaje cristiano, el que, en nombre de Dios, merece toda persona, es necesario vivir atento al modelo acabado de vida humana: Cristo.

Aprender cada día de Él es una tarea nunca acabada y siempre más y más necesitada, pues el Enemigo de la Vida siempre inventa nuevos modos de destruir o pervertir nuestras relaciones y convivencia.

Dios se nos presenta sin pedir permiso pero, en silencio y en otros, nos pide la debida atención

Abraham, hombre exitoso en relaciones humanas y también en los negocios, pero, sobre todo, amigo de Dios, reconoce al Señor en la presencia de los forasteros que llegan intempestivamente a las inmediaciones de su tienda. Los trata con veneración y respeto, como merece toda persona. Pero estos forasteros son especiales: son varios pero actúan como uno solo y muestran una misteriosa sabiduría respecto a los grandes anhelos que viven Abraham y Sara.

La presencia de Dios siempre está oculta, pero real, en las personas que nos rodean. Solo sus amigos le saben descubrir y tratar como es de justicia para Él y para ellos mismos.

El cristiano debe saber sufrir para servir al hermano para que madure su Fe en Cristo

La Iglesia es nuestra Comunidad; en ella somos servidores de la vida de nuestros hermanos. Es tarea asumida en el bautismo y debemos aprender a vivirla con sus sinsabores y sacrificios, pues el desarrollo de la vida es la que más problemas trae, porque hay muchas resistencias. Vivir y sufrir con y en Cristo es la clave para madurar la vida de Fe de la Iglesia.

Lo mejor para una persona es saber escuchar a Dios, pues entonces su servicio será de calidad

Es bueno servir; pero es vital saber recibir los dones de Dios, que después entregaremos. El buen discípulo es, ante todo, atento receptor de la Palabra y Presencia de Dios.

Lo vivieron Abraham y Pablo, receptores delicados de Dios y servidores de sus planes.

Pidamos a María vivir, como ella, atentos a los dones de Dios para entregarlos a todos.

P. José Mª Domènech SDB


CICLO C - TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XVI

Recibir y escuchar al Señor y Maestro es lo más importante de la vida, pues es lo único que nos lleva a vivir como Él la Misión confiada


Gn. 18, 1-10a:
"El Señor se apareció a Abraham en la encina de Mambré… Cuando los vio corrió para darles la bienvenida… se postró… y dijo: «Señor, si me eres favorable, no pases de largo… permíteme que traigan agua para que te laves los pies y descanses a la sombra de la encina… repondrás fuerzas para seguir el camino…» Ellos le respondieron: «Muy bien, haz lo que has dicho»… Cuando todo estuvo a punto, tomó cuajada, leche y el ternero, se lo sirvió y se quedó de pie mientras ellos comían. Le preguntaron: «¿Dónde está Sara, tu esposa?» Abraham respondió: «Está dentro de la tienda» Le dijo: «El año que viene volveré y Sara, tu esposa, habrá tenido un hijo»."

Salmo 14: "Señor, ¿quién puede entrar en tu casa?".

Col. 1, 24-28:
"Estoy contento de sufrir por ustedes pues así continúo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en bien de su cuerpo, que es la Iglesia, de la que yo soy servidor… El propósito de Dios es éste: que Cristo, la esperanza de la gloria que ha de venir, esté en ustedes. Nosotros lo anunciamos sin hacer distinciones; invitamos a todos, los instruimos en todos los secretos de la sabiduría para llevarlos a la plenitud de Cristo".

Lc. 10, 38-42: "Jesús entró en un poblado y fue recibido por una mujer llamada Marta. Su hermana, que se llamaba María, estaba sentada a los pies de Jesús y escuchaba su palabra, mientras Marta se afanaba por prepararlo todo. Marta dijo a Jesús: «Señor… por favor, dile [a mi hermana] que me ayude». El Señor le contestó: «…María eligió la mejor parte y nadie se la quitará»."

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