Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 26 de junio, fiesta del Corpus Christi!
El domingo pasado celebrabamos al Amor de Dios manifestado a lo largo de toda nuestra historia con la intervención de las tres personas de la Santísima Trinidad: en la constante acción creadora del Padre; en la incesante actividad redentora del Hijo, en Cristo, y en la perpetua obra santificadora del Espíritu Santo en el corazón humano y en la Comunidad Eclesial.
Obra que apareció patente a nuestros ojos, no siempre atentos a los signos del Amor de Dios, con la encarnación del Hijo de Dios por la voluntad explícita del Padre y la consagración del Espíritu Santo.
Es un Misterio de Amor que la Iglesia siempre está gozando, proclamando y profundizando en su meditación de la Palabra y en la celebración de los distintos sacramentos que, en cada uno de sus miembros, van haciéndose historia al "encarnar" este Amor de Dios, la concreta redención de Cristo y la santificación que el Espíritu obra en cada persona y se muestra en cada una de sus actitudes, que se traducen, por la docilidad, en magníficas obras, especialmente en aquellos que reconocemos como santos, es decir, personas que, al igual que Cristo, han aceptado ser colabradores obedientes a las mociones del Espíritu Santo.
Este domingo la celebración centra su antención en un partitular misterio muy propio del Amor del Padre que desea hacerse en nuestra historia el permanente "Dios-con-nosotros". Estamos hablando del sacramento de la Comunión en el Hijo por la fuerza del Espíritu Santo: la Eucaristía.
El Cuerpo y Sangre de Cristo, hechos alimento de los discípulos para que sean sus testigos en medio de los hombres, es la maravilla más profunda del Amor de Dios a favor de toda persona en la historia humana.
Ya no es solo la Palabra ofrecida a través de los muy diversos profetas a lo largo de toda la historia, siendo el mayor y más perfecto de ello Cristo; ya no es solo el don de la Vida del Hijo de Dios hecho hombre en la oblación de la Cruz. Todo esto, por obra del Espíritu en el Amor del Padre, se ha condensado y se ha hecho alimento en la persona del Hijo de Dios encarnado que se hace pan de vida y bebida de Salvación y Santificación a favor de toda la humanidad, a través de la Comunidad cristiana que acepta la plenitud de la propuesta redentora del Señor sin ninguna restricción ni manipulación.
La Eucaristía es el sacramento de la autenticidad y de la plenitud del discipulado. No se puede ser discípulo de Jesús a plenitud de docilidad al Espíritu Santo si se desprecia o manipula el don de la Eucaristía, que a todos nos llama al don de la propia vida y a dejarnos alimentar por la misma persona del Hijo de Dios encarnado, guiados por el Espíritu Santo.
El Bautismo nos integra en la Comunión Trinitaria y la Eucaristía nos une al Cuerpo de Cristo alimentando nuestra Fe para que vivamos en creciente plenitud la Misión que Él mismo nos confió como Comunidad en la que cada persona asume sus personales responsabilidades, pero desde la riqueza comunitaria para que el Reino de Dios se haga concreto en cada una de las personas de nuestra gran Comunidad humana, pues para eso el Padre envió al Hijo y éste nos regaló, desde el Padre, al Espíritu Santo.
Que la Madre del Señor nos ayude a vivir abiertos a tanta maravilla de Dios a favor nuestro para que cada uno de nosotros podamos ser colaboradores de Cristo en la Redención del mundo al vivir cada día más profundamente dóciles a las indicaciones del Espíritu del Padre y del Hijo.
Dios nos bendiga a todos y nos haga verdaderos creyentes eucarísticos, es decir, totalmente entregados para el bien de los que nos rodean, como Jesús nos enseñó con su vida y el Espíritu nos invita a vivir. María es la primera modelo y todos los santos le han seguido e imitado, apoyándose en su maternal animación.
También nosotros podemos...
Entreguemos la vida, aunque nos parezca pequeña, débil y pobre, al Padre en Cristo por el Espíritu: eso es ser eucarísticos.
Unidos en oración con María en el Corazón de Cristo para gloria del Padre:
P. José Mª Domènech SDB
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo»
En nuestra vida la presencia de Dios es real y concreta, pero no siempre la percibimos porque o no tenemos todos los “sentidos” adiestrados para percibirlo o porque no estamos atentos. Quien vive distraído, centrado en otras cosas, no ve a Dios, aunque esté ahí. Esto trae muchas consecuencias personales, familiares y, por tanto, sociales. Muchos contemporáneos no vieron en Jesús la presencia de Dios; otros sí, se gozaron y nos lo transmitieron.
La presencia o es total o no es del todo real. ¿Cómo es la nuestra ante los que nos rodean y ante Dios? La de Dios es total y constantemente centrada en nosotros para llenarnos de Vida.
La presencia de Cristo entre nosotros es múltiple: en la Comunidad, su Cuerpo Místico; en la persona del sacerdote que preside la celebración de los sacramentos y predica; en la vida del creyente y, sobre todo, en la Eucaristía, entregado para el alimento de la Fe de la Iglesia.
Pero para que tanta cercanía y regalo del “Dios-con-nosotros” dé su fruto en nosotros, es indispensable que lo aceptemos, le escuchemos con docilidad y lo recibamos en nuestra vida.
Dios nunca abandona: es el ‘Dios-con-nosotros’ para saciar nuestra hambre y nuestra sed
El pueblo de Dios, si quiere vivir en la Vida de Dios, que supera todas sus posibilidades, debe reconocer, aceptar y vivir totalmente en libre apertura a Dios. Él es quien le alimenta.
Debemos descubrir que sólo atentos y dóciles a su Palabra, gozaremos el don de su Vida.
Comulgar del don Eucarístico de Dios en Cristo es hacerse un cuerpo con Él y asumir su Vida
‘Beber la sangre’ era tomar, para uno mismo, la vida de un ser y, por eso, la ley lo prohibía; pero es Jesús quien entrega y ofrece su vida para la Vida Eterna de todos nosotros. El cuerpo designaba toda la persona y Jesús se ofrece como alimento para que seamos uno con Él.
Los cristianos, en actitud de creyente y humilde obediencia, tomamos en serio la voluntad de entrega eucarística de Jesús y, comulgando, la hacemos nuestra, expresándolo con el claro y explícito “Amén”, y, con la fuerza del alimento del mismo Cristo, la vivimos para bien de todos.
Cristo es el verdadero Pan de Dios: alimento de Vida Eterna, real y concreto, como su persona
Cristo se entregó a sí mismo no sólo en la predicación, ni solo en la cruz, sino que quiso entregarse como pan verdadero para que tengamos Vida Eterna, su Vida, la del mismo Dios.
No es un símbolo, sino un sacramento: don real y concreto que hace realidad lo que dice hacer. “Es mi Cuerpo”… y lo empieza a ser; “es… mi Sangre”, y lo empieza a ser de verdad. Y en cada uno de ellos, está Él en persona, todo entero, mientras ‘se vean pan y vino’.
Pidamos a María aceptar, en la Eucaristía, al real y concreto Maestro-Señor que nos enseña y alimenta para que vivamos en Comunión y seamos, entre todos, como Él, su presencia.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XIII
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Dios nos alimenta con su Palabra de Amor y su presencia más concreta está en la Eucaristía para la Vida Eterna y la Comunión de todos
Dt. 8, 2-3.14b-16a: "Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios te hizo recorrer por el desierto… Allí Él… te puso a prueba para conocer el fondo de tu corazón… te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná… para enseñarte que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No olvides al Señor que te hizo salir de Egipto… que, en esta tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná…"
Sal. 147: "Glorifica al Señor, Jerusalén".
1Cor. 10, 16-17: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de este único pan".
Jn. 6, 51-58: "Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Los judíos discutían… Jesús siguió diciendo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él. Así como Yo… vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por Mí…".
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