marzo 21, 2012

«El que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 18 de marzo.


¿A quién le gusta sufrir?

La respuesta es obvia: a nadie, a no ser que no sea una persona demasiado normal.

Una cosa es que tengamos razones muy profundas y muy abarcantes de la persona humana que dan a nuestro dolor tal sentido y valor que lo aceptamos de buen grado, no porque nos guste sufrir (pues seríamos enfermos de masoquismo), sino porque así podemos ayudar a otras personas y llegar a niveles de mayor libertad interior, pero entonces lo que nos mueve no es el dolor en sí, sino otras razones mayores y más profundas y enaltecedoras de la experiencia.

Tampoco a Jesús le gustó y, como es normal, vivió tal angustia, dice el evangelista, que se sintió morir y sudó sangre; pero el temor no le ganó, sino su confianza radical en el Padre, del que era consciente que recibía siempre lo mejor, aunque no fuera de su agrado, como en ese momento, y ganó también su amor inmenso a los hermanos, a los que deseaba liberar de la esclavitud del pecado y de la muerte.

Para dar el fruto de la Salvación y de la Vida Nueva, era necesario que matara la muerte, fruto del pecado, haciéndose víctima del pecado y dejando que la muerte lo 'destruyera' para bajar a su seno y, desde ahí, "reventarla" (nunca más exacto ha sido la término).

Jeremías nos comenta como que Dios se dio cuenta que las leyes, mientras se mantengan externas a la conciencia y amor humano, no mueven a nadie y nada consiguen, sino mayor esclavitud, de la que todos desean liberarse, quedando atrapados en su deseo no maduro de libertad. Como que Dios descubre, nos dice Jeremías, que es necesario que la ley llegue al corazón, que debe actuar con la fuerza del amor o no servirá y, por eso, habla de la Nueva Alianza como la plenitud de la misma al poner el espíritu que creó la ley dada a Israel a través de Moisés, en el mismo corazón de la persona humana y así darle el verdadero sentido. Lo mismo dirá Jesús en el sermón de la montaña: "no vine a suprimir la ley, sino a darle plenitud..." Todo debo cumplirlo, hasta lo más mínimo, pero no porque es una norma (de quien sea), sino porque amo a mi hermano como Dios le ama... y así llegamos a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto...

Pero esto supone disciplina, renuncia, aceptación de la muerte dolorosa a nosotros mismos. Supone no aferrarse a la vida personal, sino preferir, por encima de todo, el bien de los hermanos; supone una mirada más abierta y una vida más profunda y generosa; supone la madurez de pensar en el bien del otro más que en el propio, con la convicción de que éste es el mejor camino para llegar al mayor bien personal: la Vida eterna.

Todo este camino, que lo vivió el hombre-Dios, Jesús, implica lágrimas y súplicas con gemidos inenarrables. Por eso necesitamos pedir al Señor cada día que nos dé un corazón nuevo, impregnado de su Amor oblativo y más grande que nosotros mismos.

Dios nos bendiga a todos para que nuestra vida se abra, más allá de nuestros miedos naturales, a tan liberadores dones de Dios.

María nos acompaña en nuestro caminar hacia la Pascua, que es vivir y dar a Dios en el cotidiano entregarnos a los hombres con el mismo corazón materno de Dios, el Padre providente que resucita de entre los muertos a su Hijo Jesús, entregado como oblación para nuestra Vida Nueva.

Unidos en oración con María, la Madre y Auxiliadora de todos los que deseamos vivir con el corazón nuevo lleno del Espíritu de Dios:

P. José Mª Domènech SDB

«El que no está apegado a su vida en este mundo,
la conservará para la Vida eterna»

La Alianza de Dios es siempre la misma, pues su plan jamás cambia: la grandeza personal de cada ser humano, sin discriminación alguna: ¡que cada uno sea como Dios! Pero, como la persona tiene etapas de maduración, así se va presentando la Alianza: al inicio, ‘¡vive!’; con Abraham, ‘¡sé mi familia!’; con Moisés, ‘¡hazme caso!’; y, por fin, en Cristo, ‘¡sé como Yo!’

La nuestra es historia salvífica: diálogo continuo de Dios y el hombre para la grandeza de éste. Dios desea que toda persona le tome en serio, para que goce de la Salvación, pues se desvió.

Toda desviación trae no sólo desconcierto personal, sino también social; interior y exterior. El dolor que genera no viene de Dios, pero, en Cristo, Él lo asume personalmente para superarlo destruyendo su causa: la rebelde desobediencia, la sinrazón de la soberbia... el pecado.

La hora de Jesús, es la hora de la gloria de Dios y del hombre: Dar su vida para dar Vida.

El enemigo del hombre lo cierra en sí mismo. El amigo del hombre le invita a abrirse a la Vida. Toda vida debe abrirse a la maravilla de un Amor que, entregándose, le atrae y le llena de Vida Nueva. La Alianza se hace carne de Vida eterna en el Amor que se entrega para siempre.

La Alianza Nueva no supera, sino que pone plenitud a todo el diálogo de Amor llevado por Dios

Jeremías, unos 600 años antes de Cristo, ve el final de la historia, porque ha llegado, por el Espíritu, a sentir el corazón materno de Dios, que no cede al ver a su hijo tercamente encerrado.

No bastan las normas externas: el corazón debe impregnarse del espíritu que llevó a Dios, el Padre y creador, a darlas. Es necesario conocer a Dios en su mismo corazón. ¡Ésa es la tarea!

Jesús nos abre, con el don cruento de su vida obediente, a la libertad de ser hijos como Él

Jesús, en su horrible dolor, nos guía y nos abre al éxito en la tarea de conocer a Dios: vivir en Él para conocerlo; crecer en su pasión de Amor oblativo en obediencia sincera y humilde.

Jesús, abierto a todos, se inmola por todos: sufre la muerte y glorifica al Padre con su entrega

A nadie le gusta sufrir. El dolor, de por sí, produce rechazo; pero Jesús nos muestra que puede tener un sentido: dar vida. A eso llegamos, si aceptamos ofrecer lo vivido, aunque duela.

Jesús no fue un súper-héroe, sino una persona común. No nos salvó su muerte como tal; sino el don generoso de su vida en obediencia al Padre, superando el temor y angustia que sufrió.

Pidamos a María aprender cada día a dar la propia vida, atentos a lo que Dios nos pida.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO B – TIEMPO DE CUARESMA – DOMINGO V

Dios siempre busca nuestra grandeza: es, fue y será el fin de su Alianza; pero no nos la puede imponer, es también nuestra responsabilidad


Jr. 31, 31-34:
"Llegarán días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva alianza con la casa de Israel y la casa de Judá... Ésta es la alianza que estableceré con la casa de Israel...: pondré mi ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo... todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado".

Salmo: 50: "Crea en mí, Dios mío, un corazón puro".

Hb. 5, 7-9:
"Cristo dirigió, durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a aquél que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió, por medio de sus propios sufrimientos, qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación para todos los que le obedecen".

Jn. 12, 20-33: "Había unos griegos que... se acercaron a Felipe... y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús»… se lo dijeron a Jesús. Él respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tenga apego a su vida, la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna... Mi alma ahora está turbada ¿Qué diré: ‘Padre, líbrame de esta hora’? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!» Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volverá a glorificar»... Jesús respondió: «...Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto, sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»."





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