mayo 27, 2012

Pentecostés


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 27 de mayo.


El Amor de Dios, que es el aliento, la fuerza, la dinámica profunda de vida de Dios, nos crea-cuida dándonos una existencia para una feliz eternidad y nos recrea, ante nuestra debilidad y pecado, con la Redención de su Hijo, Jesucristo, que celebramos y renovamos en cada sacramento, especialmente en cada Eucaristía.
Nadie está fuera del alcance del Espíritu de Dios.

Nunca nada en la historia le ha sido extraño, aunque Él no sea conocido, reconocido ni apreciado por gran parte de la humanidad y hasta de nosotros mismos, los bautizados.

Dios, con su Espíritu, guía los corazones hacia el Bien y la Paz, aunque muchos no lo perciban o no lo reconozcan e, incluso, algunos lo nieguen. Así como no podemos evitar respirar, no podemos evitar vivir en el Espíritu de Dios, porque su Amor nos mantiene en la existencia y constantemente nos llama a una mayor dignidad personal y social.

La Iglesia es uno de sus instrumentos de influencia y acción, el más claro y privilegiado, pues en ella, Comunidad con límites y debilidades, Él no deja de manifestarse y actuar en favor de todos y para el bien de todos.

Todo lo da para el bien de toda la humanidad y conduce a la Iglesia para que sea un signo cada día más claro ["Luz" y "Sal", la llamó Jesús] de su voluntad de Salvación y Vida Nueva, Diálogo y Paz, Bien y Solidaridad, Reconciliación y Perdón...

Es verdad que todo queda supeditado, como sucede en el resto de la humanidad, a la libre decisión de cada persona, comunidad y sociedad, pero el Espíritu Santo no deja jamás de actuar, mover, guiar, enseñar, llenar, quemar, renovar...

Es el misterio de la Paterna Maternidad de Dios y creo podemos decir que el Espíritu es su dimensión materna: lleno de discreción, respeto, sencillez, eficacia silenciosa, delicadeza, presencia continua, consuelo, paz, serenidad, sanación...

Es Maestro, pero no impone, aunque jamás deje de proponer nuevas lecciones; es Guía, pero jamás violenta ningún camino, aunque, con mano suave y susurro delicado y continuo, según las disposiciones de cada uno, vaya sugiriendo; es el 'Otro Defensor' que está con nosotros para que el enemigo de toda vida y bien no nos vuelva a aplastar y, si se lo permitimos por nuestro descuido o necia rebeldía, podamos encontrar el camino de superación de toda esclavitud o condena.

¡Es el gran don de Cristo Jesús y del Padre! ¡¡Que lo sepamos aprovechar y secundar todos los días de nuestra vida!!
Él hace de toda vida, en todo rincón del mundo, un camino de grandeza y santidad... ¡¡¡También por eso lo llamamos Espíritu Santo!!!

María, nuestra Buena Madre Auxiliadora, nos enseña a ser como ella, dóciles a este mismo Espíritu que hizo en ella tantas maravillas: lo mismo quiere hacer con todos y cada uno de nosotros, ¡para eso nos lo envió Jesús!

Dios nos bendiga a todos y nos enseñe a ser arcilla dócil en sus manos de tal artista.

Unidos en oración con María, nuestra Auxiliadora, en su fiesta:

P. José Mª Domènech SDB
Pentecostés


San Lucas, en el evangelio, narra la venida de Jesús y el nacimiento de la pequeña Comunidad de discípulos que le siguen y, en los Hechos de los Apóstoles, narra la venida del Espíritu Santo y el desarrollo de la Comunidad de los discípulos de Jesús, llamada a transformar toda la Comunidad humana.

Todo, ayer y hoy, en Cristo Jesús y en su Comunidad, es fruto de la acción constante del Espíritu.

El Espíritu es presentado, en la Biblia, con figuras, de las cuales la más usada es la de “Aliento, soplo, de Dios”. Su presencia es tan vital que aparece desde el comienzo, en la creación: “El soplo de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Gn. 1, 2), hasta el final de la historia: “El Espíritu y la novia dicen: ‘¡Ven!’” (Ap. 22,

El Espíritu Santo, para Lucas, es elemento fundante de la Comunidad del Resucitado: ella es convocada por la Palabra que el Espíritu les mueve a proclamar, es enriquecida por los dones que Él confía a todos y es alimentada por la Eucaristía y la vida de Comunión de la que Él es garante de fecunda fidelidad.

La razón básica de su presencia es dar Unidad y Vida de Salvación a nuestras frágiles Comunidades.

La Comunidad formada por el Espíritu de Jesús está llamada a ser Jesús en el mundo: fuente inagotable de perdón y paz para los marginados. Ella sólo podrá cumplir su misión si es fiel y dócil al Espíritu.

El Espíritu Santo viene para que tengamos la capacidad vital de anunciar, desde la vida, al Resucitado


En Pentecostés los judíos celebran la confirmación de su liberación de la esclavitud, al aceptar la Ley que Dios les da como modo interior de vida para que sean orientación de vida para toda la humanidad.

Pentecostés es un dato histórico concreto, la fecha de un acontecimiento vital para la Iglesia. El inicio de una Misión que compromete toda la vida de quien cree, liberado ya de la ‘muerte’, en Cristo resucitado.

Todo lo bueno que recibimos viene del Espíritu y para el bien de todos, pues de todos Dios es Padre.

El don del Espíritu es misterio de unidad en la diversidad para el Bien Común de todo el mundo.

Hemos nacido, a la vida y a la Fe, para el Bien Común en el Dios-Amor-y-Vida: de esto que se deriva todo bien personal. En la Fe cristiana el individualismo es negación de la Fe y de todos los dones de Dios.

El Espíritu nos lleva a formar un solo cuerpo en Cristo, para gloria de Dios y el bien de la humanidad.

Recibimos el Espíritu para vivir la misión de Cristo: dar la vida para dar ofrecer paz interior y perdón real

Dios nos ama tanto que nos da lo más íntimo de Él: su aliento, su respiración, su Espíritu de Amor.

San Juan sitúa el don del Espíritu ya en la tarde del domingo de Pascua. El aliento del Padre y del Hijo inaugura una nueva creación, la del Espíritu de Dios. Así fue el principio de la humanidad. Ahora, Dios actúa sanándonos de la rebeldía y del pecado e insertándonos en la Comunión de Amor de Dios.

La Paz, en el Amor que da Perdón y Vida, es el don básico del Espíritu. Los demás dones son para hacer fecunda en la Comunión, en la Verdad y en el Servicio, la Comunidad de los discípulos de Jesús.

Para Jesús la acción del Espíritu Santo en la Iglesia es vital, como la suya: completa su obra en todos.

Pidamos a María vivir unidos y siempre dóciles al Espíritu Santo para ser testigos del Resucitado.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO B – TIEMPO DE PASCUA – DOMINGO VIII
PENTECOSTÉS

El Señor nos da su Espíritu, que es el del Padre, para que podamos ser como Dios, es decir, gestores de un mundo donde todos vivan con dignidad y paz

Hch. 2, 1-11:
"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa... Vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua... decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son galileos? ¿Cómo es que cada uno
de nosotros les oímos hablar en nuestra propia lengua?...»"

Salmo 103: "Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra".

1Cor. 12, 3b-7:
"Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo... hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu... es el mismo Dios que realiza todo en todos. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el Bien Común... Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo... todos hemos bebido de un mismo Espíritu".

Jn. 20, 19-23: "Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con Uds.!» Mientras les hablaba, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con Uds.! Como el Padre me envió a mí, yo también les envío a Uds.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: « Reciban el Espíritu Santo. Los pecados les quedan perdonados a los que se los perdonen, y serán retenidos a los que Uds. se los retengan»."





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