junio 16, 2012


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 17 de junio.


Parecería que este domingo el Señor nos quisiera decir: "¡No teman: Yo estoy, aquí, con Uds., y su éxito está garantizado, si me dejan caminar con Uds. y están dispuestos a seguir mis caminos, pues son los mejores: Yo hago siempre, y con todos los que se me confían, maravillas!" Los santos son personas comunes, con las cualidades de todos nosotros, que se fiaron del Señor.
"Haz todo lo que puedas, que Yo haré todo lo que sé", nos invita el Señor de la Vida.
Sembramos, Él hace crecer y madurar; cosechamos, Él ofrece, a manos llenas, los frutos cosechados.

Ni nuestro es el fruto, ni nuestro es el mérito del crecimiento; nuestro es solo el esfuerzo y la confianza y esto es todo lo que podemos dar. Cada uno a lo suyo: Dios, lo profundo y vital y nosotros, lo efímero, pero necesario; y, uniendo las dos vertientes de la vida, la tenemos completa y las obras resultan maravillosas, por eso Pablo vive con plena confianza, pues el Señor no falla.

Cuando Él llama y pide es porque sabe muy bien que podemos salir airosos del esfuerzo.

Lo que Dios nunca hará, para no humillarnos ni maltratarnos, es sustituirnos... Prefiere permitir que caminemos hacia el fracaso, que constantemente nos llamará a evitar y nos enviará a muchos que nos ayuden y enseñen a sortearlo, antes que sustituirnos en nuestras tareas personales y sociales, pues ésas nos gritan y hacen patente nuestra dignidad y la dignidad de toda persona humana, maravillosa obra de Dios.

Confiemos en el Señor, pero no dejemos de trabajar y orar para que siempre y en todo caminemos según la Voluntad del Señor de la Vida, para que todos tengan vida y la tengan en digna abundancia.

Dios nos acompaña siempre y nos pide colaboremos con Él para participar en la gozosa gloria de sus obras.

Dios nos bendiga a todos.

María nos enseñe a vivir según la Voluntad de Dios, lo más grande que el ser humano puede vivir.

Unidos en oración con María, nuestra Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

¡Cuántas veces la realidad parece decirnos que los esfuerzos que hacemos, sobre todo en el campo de la evangelización y formación de la Comunidad cristiana hoy en día, no sirven para nada o muy poco!

Rara vez los padres, y menos los educadores, logran constatar la grandeza que forman en aquellas personas que Dios les confió. Pero no olvidemos que todos los movimientos más valiosos en la persona se dan en el núcleo de ella y ahí solo habita uno que la conoce bien: Dios. Nosotros mismos no pocas veces nos desalentamos porque creemos no conseguir casi nada de lo que nos proponemos a profundidad.

Sólo la Fe nos permite avanzar con serenidad y es por la seguridad del Amor Providente de Dios.

Él jamás abandona a sus hijos, todo ser humano, pero trabaja por dentro y en el silencio del día a día.

El cuerpo –lo material– muchas veces engaña; lo bueno, como la maduración, no suele hacer ruido y avanzan en la sombra del pequeño paso, del gesto anónimo, del sencillo servicio diario, de la escucha.

Dios es tan poderoso que no impone ni su presencia ni su acción, para que su propuesta pueda ser aceptada en la libertad más plena posible. Se hará notar cuando Él así lo desee para nuestro bien especial.

La serenidad de una persona depende, sobre todo, de su vida interior, de su Fe, de su confianza en lo que está viviendo en la profundidad de su ser. Con esto firme, todo lo demás puede sacudirse o, incluso, derrumbarse, pero ella se mantiene en paz interior. Sabe que su vida tendrá buen resultado, pues tiene buenas bases, usa buen criterio y sigue un buen camino, que el mismísimo Dios acompaña.

Dios actúa engrandeciendo siempre todo lo que queda bajo su cuidado, por humillado que esté

El profeta-sacerdote vive el doble desastre de su pueblo: destrucción y destierro. Con todo, Dios le invita a proclamar que el Señor va a hacer la maravilla de exaltar a su Siervo, el más humillado por todos.

Está hablando del Cristo, de la dinastía de David, clavado en el Gólgota, pero exaltado al máximo.

Vale la pena confiar en quien se preocupa personalmente de nuestra grandeza y nos apoya para lograrla

Nos dice san Pablo que estamos siempre en tensión: vivimos en Cristo, en su Comunidad, pero no todavía definitivamente con Cristo, que es lo mejor. Muchas cosas nos limitan, pero Dios es fiel.

Lo que nos debe importar es serle fieles de palabra y de obra, pues Él es el criterio único de éxito.

Ser como Cristo: eso es ser cristiano. Él premiará, ya ahora, nuestra fidelidad con su Felicidad.

Los frutos de nuestra vida están en las manos de Dios, sí; pero Él cuenta con nuestro trabajo y esfuerzo

Nada le importa más a Dios que la salvación de cada uno de sus hijos, cada persona humana: se encarnó para que lo sintamos en nuestra propia carne y hueso: dio la vida por cada uno y se quedó como Comunidad que anima, sirve y celebra, como Palabra que orienta y como Pan de Vida que alimenta.

Aunque parezca que nada avanza: el Amor de Dios no se detiene jamás, hace que todo madure.

Nuestra labor es sembrar siempre, sin cesar; todo lo demás lo hace Él, en la persona y en la Comunidad.

La obra de Dios, infaliblemente, es engrandecedora de todo lo que se le confía, por pequeño que sea.

Pidamos a María vivir, como ella, confiados en el Señor y trabajando según su Voluntad de vida.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XI

El Señor, en su Amor incondicional, es el que hace madurar la vida en toda la realidad: Él nos pide que siempre trabajemos serenos y oremos confiados

Ez. 17, 22-24:
"Así dice el Señor: «Yo... tomaré... de un gran cedro... un brote de las más altas ramas y lo plantaré... en la montaña más alta de Israel. Él echará ramas y producirá frutos. Y se convertirá en un magnifico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él... Y todos... sabrán que yo, el Señor, humilló al árbol elevado y exalto al árbol humillado... Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré»".

Salmo: 91: "Es bueno dar gracias al Señor"

2Cor. 5, 6-10:
"...ahora caminamos en la Fe y todavía no vemos claramente... Sí, nos sentimos plenamente seguros, por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor: sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarle. Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, según sus obras,... lo que mereció durante su vida mortal".

Mc. 4, 26-34: "Jesús decía a sus discípulos: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa su semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra, por sí misma produce... Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz porque ha llegado el tiempo de la cosecha... ¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios?
Se parece a un grano de mostaza... es la más pequeña de las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más alta de las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra»... No les hablaba sino en parábolas, pero a sus discípulos, en privado, les explicaba todo".




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