junio 24, 2012

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 24 de junio.


Todos somos llamados a ser precursores y testigos.

Juan lo fue; Isaías lo fue, Pablo lo fue y lo son todos los que se han ido sucediendo a lo largo de al historia: Profetas, Apóstoles y Testigos, en martirio o en la confesión de una vida en constante superación y renovación, aunque sea con caídas y levantadas, con esfuerzos renovados y con dolorosos desalientos que intentamos todos superar apoyados en el Señor, como todos ellos hicieron y siguen haciendo.

La mano del Señor está sobre todos nosotros: ¡ojalá nos demos cuenta para que cobremos ánimo!

Él nos envía al mundo de los que andan desorientados -a veces por voluntad propia- para que les comuniquemos el Amor de un Dios que no cede jamás ante el hundimiento o debilidad de sus hijos, todos los hombres...

¡Ojalá un día comprendamos que toda persona humana, sea quien sea y esté como esté o donde esté, es hija de Dios realmente, aunque ella, tal vez por no comprenderlo, no lo haya aceptado y expresado consciente y explícitamente!

Cuántos, que en el bautismo fuimos consagrados (cristos) en el Hijo de Dios, como testigos de su Amor, apóstoles de su Evangelio, sacerdotes de la Nueva Alianza, colaboradores en la construcción del Reino, y sacerdotes en el Sacerdote eterno para elevar el sacrificio de nuestra vida ofrecida a Dios en Cristo, logramos entender la maravilla de nuestra Fe.

Nuestra seguridad está en el Señor Jesús, nuestro único y absoluto Salvador, y en nada más.

Juan no lo expresó así, pero sí lo vivió así y nos dijo con claridad que entre nosotros había uno al que no conocemos y que es el más grande, el único grande, el absoluto de Vida y Salvación, por eso él no merecía ni desatarle la correa de las sandalias.

¿Vivimos así a Jesús? Porque si no nos esforzamos todos los días por hacerlo así, traicionamos nuestra vocación de ser luz para todas las naciones, hasta el confín de la tierra.

Zacarías, un sacerdote que aprendió en el silencio de la humildad y de la meditación a obedecer desde la Fe, la única obediencia que eleva y salva a la persona de su necia soberbia, grita, como una liberación, lo que el ángel le había comunicado y él, en un primer momento, no logró creer: "Juan es su nombre", es decir, El Señor es misericordioso con todos... También con nosotros, porque lo es con todos...
Confiemos y comprometámonos: ¡vale la pena! ¡¡¡DIOS ES DE FIAR!!!

Después de todo, ése fue el mensaje que la Palabra nos dio el domingo pasado.
¡Adelante con optimismo! No estamos solos y, por muy débiles que seamos, Dios está con nosotros como su Misericordia y Fortaleza: ¡TESTIFIQUEMOS SU AMOR SIN PARAR! ¡Él nos ha formado, y nos sigue formando, portentosamente!

Nuestro mundo necesita este testimonio vital de optimismo que nos impulsa a la solidaridad responsable y educativa.

María nos enseñe a ser tan valientes y decididos como Juan, yendo, cuando sea necesario, al desierto del silencio, de la disciplina, de la meditación, de la renuncia para salir de él fortalecidos y enfervorizados.

Dios nos bendiga a todos como Él sabe que cada una y cada uno necesita.
Unidos en oración con María, nuestra Madre Auxiliadora:

P. José Mª Domènech SDB

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA
Desde los primero siglos, la Comunidad cristiana celebró dos nacimientos: el de Jesús y el de Juan.

Así como el nacimiento de Isaac, humanamente imposible, fue un don de Dios, así fue el de Juan.

Zacarías, sacerdote, dudó y quedó mudo. El silencio le ayudó a preparar la obediencia de la Fe según pide Jesús y Juan muestra con su vida. En el Plan de Dios, el Antiguo Testamento anuncia al Mesías.

Juan es el último profeta que lo anuncia y el primero que señala su presencia. Ahora nos toca responder para el bien de toda la humanidad, destinataria de los dones de la Salvación, que abarcan toda la persona.

El nacimiento de Juan es signo de que Dios está comprometido con su pueblo, aunque éste se ha ido alejando de Él y está cada día más atrapado en la codicia de los poderosos y la presión de la sumisión.

Zacarías no comprendió la cercanía y misericordia de Dios: necesitaba acercarse más, meditar, permitir que el silencio hiciera resonar en él las promesas reiteradamente aseguradas por los profetas.

Dios pide obediencia de Fe; sus palabras no son en vano, pues siempre está cerca: nos conoce bien.

Dios siempre nos manda los mensajeros necesarios para que nos ayuden a abrir el corazón a Él, que es el único Salvador en Cristo. Con los que le creen, forma la Comunidad que se apoya en Él y le sigue.

El Señor elige y forma a sus elegidos para que sean testigos de la Verdad para el Bien a favor de todos

El profeta es elegido desde el principio y para el bien definitivo de todos los pueblos. Nadie es de menor importancia, pero no todos respondemos igual. Juan lo dio todo, como Isaías, como tantos otros.

Nuestra vocación es ser luz al estilo de Cristo. Nacimos para ser profetas del Amor de Dios.

Dios lo dirige todo al Bien de toda persona, siempre amada de Dios; nada queda a las circunstancias

Juan es enviado como testigo de un Amor que no duerme ni reposa: ¡siempre llama a más!

Lo que se nos pide es honestidad y verdad, con Dios, con nosotros mismos y con todos.

La Verdad nos dará la Libertad para hablar, obrar y entregar la vida en lo que Dios nos pida cada día.

Los planes de Dios son salvación y los acontecimientos nos preparan para que los sepamos aprovechar

Juan era testigo, sólo testigo de la Luz que, ya presente, nadie percibía. Ese testimonio es el que le da la grandeza que tiene en la Iglesia. La Luz primero le llenó a él y así se hizo testigo claro y valiente.

Zacarías obedece: «¡Su nombre es Juan!», dirá. Es decir, «‘El Señor’ es misericordioso». Lo sabe por experiencia personal: él, sacerdote rural, considerado como de segunda por los poderosos sacerdotes de Jerusalén, ha sido escuchado por Dios que le ha concedido un hijo, a pesar de su pequeña y débil Fe.

Llamados a ser ‘juanes’, precursores, testigos y profetas, fuimos ungidos (‘cristos’) en el bautismo.

Pidamos a María la valentía de vivir nuestra vocación: ser testigos de la presencia viva de Jesús.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XII
NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

Dios, en su Amor Providente, nos cuida y nos envía a los mensajeros más adecuados para que nos ayuden a vivir su Salvación, que es para todos

Is. 49, 1-6:
"¡Escúchenme... presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó...; desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano... Él me dijo: «Tú eres mi servidor, Israel, por ti yo me glorificaré»... yo dije: «En vano me fatigué...»... mi derecho está junto al Señor... Y ahora ha hablado el Señor...: «...Yo te destino a ser luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra»".

Salmo: 138: "Te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable"

Hch. 13, 22-26:
"Pablo decía: «...De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia... Y al final de su carrera, Juan Bautista decía: “Yo no soy el que Uds. creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias”. Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a Uds.: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios»."

Lc. 1, 57-66.80: "Cuando llegó el tiempo... Isabel... dio a luz un hijo. ...sus vecinos y parientes... se alegraron con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías..., pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan»... Entonces preguntaron... al padre... Éste pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan». Todos se quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios... Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano de Dios estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel".




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