septiembre 19, 2012

«El que recibe a uno de estos mis pequeños en mi nombre me recibe a mí»


Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 23 de setiembre.



«El que recibe a uno de estos mis pequeños en mi nombre me recibe a mí»


¿Cuál es el centro de nuestra vida?: ¿El Señor Jesús, expandir su Reino, ser el primero, tener prestigio, ganar...? Preguntas importantes. ¡Cuántas veces ante ellas nos auto-defendemos! ¿Por qué?

Santiago nos hace notar, y el evangelio nos lo muestra, lo que pasa cuando andamos entre peleas, tantas veces generadoras de discordias y hasta de rupturas –a veces muy prolongadas– que degradan tantos ambientes y relaciones, aun en lo más sagrado de la vida como es la familia, el matrimonio o la amistad.

Jesús nos enseña el camino al Padre, por eso Marcos, con frecuencia, lo muestra uniendo dos verbos: ‘caminar’ y ‘enseñar’. De esta marcha nos separan nuestros afanes particulares que rebajan el divino valor de la persona humana. Queremos ser tan grandes –a nuestro modo– que nos empequeñecemos y acabamos siendo ridículos a los ojos de cualquier persona sensata, aunque no conozca los planes de Dios.

¿Por qué abrazó Jesús al niño? ¿Qué quiso decir a los apóstoles, tan sordamente ambiciosos de poder y grandeza? El abrazo de Dios es para los que son como niños, porque desear la ‘grandeza-poder’ aleja de Dios –si no llega a hacernos sus enemigos– por muy ‘santos-consagrados’ que creamos ser o seamos.

Quien sirve en el Señor, atrae conflictos, pero jamás vivirá abandonado, sino lleno de paz y vida.

La reflexión de Israel tiene en cuenta el conflicto que genera la fidelidad a Dios: estorba a los perversos

Fastidia que alguien, con su vida y palabras, demuestre que vivimos mal y que es posible vivir bien.

Muchos judíos sufrieron por eso y Jesús más. Siempre ha sido así y siempre lo será, pues la conciencia no duerme jamás. Ser fiel a Dios engendra furia en los que le son infieles, pues muestra su degradación y falta.

Santiago desea hacernos comprender que las actitudes muestran si nuestro corazón está en Dios o no

La naturaleza humana tiene una malsana inclinación, y una muy sana llamada a la vida. El Espíritu anima la segunda y la carne incita a la primera: lo que decidimos define nuestra vida y su futuro.

Los frutos de la vida cristiana están enraizados en el Espíritu Santo y se muestran en la vivencia de las bienaventuranzas: abandono en Dios, justicia y paz, perdón y comprensión, fortaleza y pureza de vida.

Vivir el Espíritu del Señor Jesús supone asimilar su criterio básico: sencillez en el servir dando la vida

Jesús hace una propuesta que va totalmente contra de la mentalidad reinante. ¿Quién desea servir y busca ser el último? Para eso se necesita vivir en la Sabiduría del Espíritu, realidad muy deseable para todo creyente, pero que no es común ni entre los bautizados.

Dios es el servidor de la Vida plena de toda persona y pide a sus fieles ser servidores como Jesús.

La visión de Dios sobre la vida, cada vida personal, es esencial para los bautizados. Si no nos abrimos a ella, no viviremos como niños ante el Dios que nos ama y nos sirve y no seremos cristianos.

Pidamos a María asumir el plan de Jesús: servir y amar como Dios a los últimos con sencillez.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.



CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXV

El ideal de todo cristiano sincero es servir como Jesús, aunque no le aplaudan o hasta le persigan los falsos que usan el poder para aprovecharse de él.


Sb. 2, 12.17-20:
"Dicen los impíos: «Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar;... Veamos si sus palabras son verdaderas... Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará»."

Salmo 53: "El Señor es mi apoyo verdadero".

St. 3, 16-4, 3:
"Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y, además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera... ¿De dónde provienen las luchas... que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones...? Ustedes
ambicionan y, si no consiguen lo que desean, matan;... combaten y se hacen la guerra. Uds. no tienen porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones".

Mc. 9, 30-37: "Jesús... no quería que nadie supiera [que Él con los discípulos atravesaba la Galilea] porque les enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y, tres días después..., resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto... una vez
que estuvieron en casa, les preguntó: «¿Qué hablaban en el camino?» Ellos... habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce, y les dijo: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último... y el servidor de todos». Después, tomando un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos mis pequeños en mi nombre me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquél que me ha enviado»."




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