septiembre 15, 2012

«El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 16 de setiembre.


Jesús se toma en serio, muy en serio, la preparación de los apóstoles. Desea saber cómo están asimilando su presencia y persona entre ellos y, si bien la respuesta de Pedro es satisfactoria no lo es su reacción... y era normal, todavía no vivía con la Sabiduría del Espíritu. El peso de su naturaleza y cultura reinante eran muy fuertes.

Seguir a Jesús, creer en Él, supone tomarlo muy en serio: sus palabras no son superfluas ni superficiales, sino que tienen un contenido vital y una intención clara de enseñar y orientar la vida.

Si la vida no se orienta por ahí, se diluye y nuestra Fe se convierte en una palabra vacía que no ayuda a nadie, pues acabamos siendo uno más, cuando no peores que los demás, ‘no-creyentes’.

Las palabras de Jesús necesitan ser escuchadas con atención, para captar lo que nos dicen; ser reflexionadas con seriedad, para desentrañar su contenido; y ser profundizadas con interés de conocer su raíz y sus consecuencias para nosotros o todos a los que van destinadas.

Por eso Jesús nos pide que, para seguirle, nos centremos en Él y tan sólo en Él; nos centremos en Él tal como estamos y con nuestra vida concreta, interior y exterior, pues no podemos evitarla: ¡sin auto-defensas!; nos centremos en Él tal como somos para poder caminar con Él sin hacernos trampa ni distraernos en lo que nos gusta o molesta. No hacerlo es perdernos en batallas ya perdidas, inútiles, pues el verdadero enemigo de nuestra vida es más fuerte que nosotros y sólo en Cristo tenemos defensa.

Al domingo siguiente Jesús, la Palabra de Dios, sigue en el mismo tema y nos aclara que esta actitud no nos será grata y menos cómoda, pues nos traerá dificultades, pero no se puede ser cristiano sin aceptar el dolor que implica seguir a Jesús contra-corriente y superando todas las inclinaciones que nos van auto-destruyendo, como persona y como Comunidades.

El martirio es elemento esencial de la vida del creyente, y esto desde el Antiguo Testamento. Nadie se escapa, o es rápido y violento, o es lento y con mucha exigencia de perseverancia.

Jesús vivió los dos martirios; nosotros, de ordinario, el segundo.

Lo más importante es no tener pretensiones que se salgan del modelo que nos da la propia vida de Jesús. Sólo podremos vivirlo así si tenemos un corazón dócil, como el de los niños amantes de sus padres, y una actitud que sepa acoger a los últimos y más necesitados desde la mirada de Dios, padre bueno y madre amante, que siempre prefiere a los más necesitados de cuidado y apoyo.

Nuestro afán y privilegio debería ser poder, y tratar de lograrlo, servir como Jesús a todos y con su libertad y criterios.

María sabe cómo hacerlo, pues siempre lo vivió así y se lo enseñó a Jesús: pidámosle que sea nuestra Maestra y comprometámonos a ser sus mejores alumnos.

Dios nos bendiga a todos para que siempre nos encuentre disponibles a lo que Él quiera, cuando Él quiera, como Él quiera y donde Él quiera, pues siempre será lo mejor.

Saludos y bendiciones a todos.

Unidos en oración con María, nuestra Madre y Maestra:

P. José Mª Domènech SDB

«El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo»


Jesús es el Mesías, pero ¿lo es para cada uno de los que lo seguimos?, ¿para ti, para mí? Él seguirá la Voluntad de salvación de su Padre, aunque las circunstancias no le sean muy agradables, ¿estamos dispuestos a seguirla también nosotros? o, más bien, tenemos otros planes, a nuestro entender, más lógicos.

Jesús desea conocer qué han entendido los discípulos sobre quién es Él. Pregunta en Cesarea, ciudad del norte de Galilea, donde nace el Jordán, tierra de bosques y praderas, ambiente de paz y serenidad.

Pedro responde, aunque, después, los hechos hablarán de otro modo. ¿Qué responden nuestras actitudes?

Creer y obrar, de hecho, se corresponden; si no es así, lo primero es, al menos, inconsistente. Lo que marca la vida son las actitudes –ni las palabras ni los sentimientos– pues éstas son las que nos llevan a decidir. Las obras no salvan de por sí, pero dicen, de ordinario, cuál es la dirección o raíz de nuestra vida.

¿Qué dirección tiene mi vida? ¿Cuál es el criterio que la dirige? ¿Qué modelos sigue? Son preguntas importantes y la respuesta la dan los hechos no las palabras ni las apariencias de pertenencia a...

Isaías muestra al Siervo de Dios en sus actitudes profundas: obediencia sufriente, pero en paz segura

¿A quién, con estructura interior sana, le gusta sufrir? ¿No nacimos para ser felices? Cierto, pero el ser humano, al optar con sus propios criterios –o antojos– tan miopes, equivocó el camino y generó para sí, y los que le rodean, un mundo de sufrimientos en continuo y lamentable progreso, contra el que hay que bregar y luchar. No fue Dios quien lo pensó, Él creó otra realidad, pero somos libres y decidimos.

Dios viene a nosotros asumiendo toda nuestra realidad para elevarla. ¡Real modelo de vida plena!

Santiago nos reclama ser objetivos, nada de decir que tenemos Fe, pero vivir ajenos a lo que Dios pide

O vivimos lo que decimos creer o, seamos honestos, no digamos que tenemos esa Fe que reclamamos. ¿Vida de Fe en camino y con errores? Eso es normal, por eso está la invitación constante a convertirnos, pero ¡sin conversión sincera no hay Fe real!: ¡¡Ésas son las obras de las que habla Santiago!!

Siempre habrá dificultades, pero contamos con la fuerza de la Gracia: si creemos, aprovechemos.

El Señor es claro y tajante: seguirle no será ni cómodo ni placentero, pero el triunfo está asegurado.

Seguir a Jesús, a su Gloria real, pide renunciar, asumir y obedecer; otras propuestas son engañosas.

La respuesta de Pedro fue correcta. Pero no bastaba decirlo, debía pensar y actuar en consecuencia.

Quien quiera seguir sus propias opiniones, puede hacerlo –es libre–, pero el final es la autodestrucción.

La palabra de Jesús es diáfana, no admite discusión, por eso hace callar a Pedro: “No piensas como Dios” ¡y eso es mortal! Es tajante, pues nos va la fidelidad al Padre y la Vida permanente de toda persona.

Jesús es claro: el sufrimiento, antes de llegar a su Gloria, es inevitable, también para quien le siga.

Pidamos a María abrir el corazón con decisión para seguir a Jesús sin discutir lo que nos pide, sino viviéndolo con honestidad, aun teniendo en cuenta nuestra debilidad y la necesidad de conversión diaria.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.



CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXIV

Jesús es muy claro en su palabra, no engaña jamás: o aprendemos a escuchar y vivir las exigencias planteadas por Él para salvarnos o fracasamos.


Is. 50, 5-9a:
"El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volvía atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda... sé muy bien que no quedaré defraudado… Sí, el Señor viene en mi ayuda, ¿quién me va a condenar?"

Salmo 114: "Cantaré en la presencia del Señor".

St. 2, 14-18:
"¿De qué le sirve a uno, hermanos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?… la Fe, si no va acompañada de obras, está totalmente muerta. Sin embargo, alguien puede objetar: “Uno tiene fe y el otro obras”. A éste habría que responderle: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi Fe”."

Mc. 8, 27-35: "Jesús salió con sus discípulos... en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». «Y ¿quién dicen Uds. que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada... Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a contradecirlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a los discípulos, lo reprendió diciendo: «¡Retírate, ..., Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Entonces Jesús, llamando a la multitud junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y la Buena Noticia, la salvará»."





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