febrero 09, 2013

«Serás pescador de hombres»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 10 de febrero.

Este domingo quinto está centrado en el llamado de Dios a diversas personas: tenemos de un profeta y dos apóstoles; sacados, los tres, de ambientes absolutamente diversos: uno, de la estirpe real de Israel; otro, fariseo todavía célibe, muy bien formado y acérrimo defensor de su Fe, y, el tercero, un pescador, casado y con una pequeña empresa familiar en sociedad con otra familia de pescadores.

Los tres tienen un encuentro honesto con Dios, encuentro que les lleva no solo a emocionarse –como nos pasa a muchos en nuestras experiencias religiosas– sino que a ellos les ayuda a darse cuenta de que son pecadores, impuros, no merecedores de la maravilla que viven y, por tanto, se despierta el temor ante lo insólito y desbordante. Es Dios, en su Amor de Misericordia, quien les devuelve la paz, el equilibrio, la visión más clara de las cosas y en la debida perspectiva.

Han sido llamados para proclamar la presencia gloriosa y salvadora de Dios; para anunciar el Evangelio de la Salvación a todos los pueblos y ‘pescar’ a los hombres de la terrible desazón de su mar de pobreza interior, de la vida insegura o, peor todavía, engañada o desviada de todo rumbo de paz interior y serenidad, para ser testigos de la Salvación, cierta y segura, sí, pero que debe ser aceptada cada día, y personalmente, pues no tiene en las instituciones ninguna garantía fuera de la presencia y acción del Señor de la vida y del Amor que salva.

El único que salva es el Señor.

Su gracia es la que nos ilumina y nos regala toda posibilidad de paz que supere todo desaliento y desorientación, que nunca faltan.

Para Él nada es imposible. Por eso puede hacer de los más débiles, personas maravillosas de las que no se esperarían resultados tan impensables y totalmente desproporcionados, más allá de nuestra pequeña y limitada comprensión humana.

Mirando la limitación y constantes errores, personales e institucionales, ¿cómo explicar que la Iglesia –Comunidad de los discípulos de Jesús, institución humana llena de debilidades– se mantenga viva durante dos mil años y se renueve sistemáticamente en Cristo y encontrando, hasta en los constantes errores y persecuciones a lo largo de todos los siglos, una fortaleza superior a lo previsible para madurar y seguir arraigándose donde sea el Señor aceptado?

Dios llama y nosotros respondemos, con defectos y todo, pero respondemos día a día o perecemos.

María nos enseñe a escuchar la Palabra y a responder a ella con temor y temblor, sí, pero también con confianza sencilla y renovada fidelidad.

Dios nos bendiga a todos para abrirnos a Él como Isaías, Pablo, Pedro, los apóstoles y los santos.

Unidos en oración con María:

P. José Mª Domènech SDB

«Serás pescador de hombres»

“No temas”. Dios nos llama a la confianza; es su respuesta ante nuestra perplejidad y el sentimiento de anonadamiento y temor ante la inmensidad del Dios que nos invita a comprometernos con Él. ¡Cómo nos cuesta confiar en nosotros mismos y en Él, al palpar nuestros límites y errores; pero Dios sí confía!

Todos los cristianos, por el bautismo, estamos consagrados a Dios para ser testigos de su Amor y Salvación, pero, hoy, debemos preguntarnos: ¿tenemos experiencia de un encuentro personal con el Señor?

Jeremías –lo vimos el domingo pasado– tuvo experiencia de la presencia de Dios en su vida desde el seno materno; Isaías tuvo la experiencia en un momento de profunda oración en el templo; Pablo la tuvo cuando iba en busca de cristianos para encarcelarlos; Pedro, en su ordinario trabajo de pescador, por hacer caso a una indicación ‘desatinada, por anti-profesional’, de Jesús.

Cuatro personas, cuatro experiencias. Nadie es despreciable y Dios no minusvalora nada ni a nadie.

Jesús sigue hoy llamando. ¿Le escuchamos; le hacemos caso; le respondemos, le seguimos confiados?

Él puede, Él quiere, Él trabaja para transformarnos, pero no puede hacerlo solo, pues no somos cosas.

¡Ay de mí: soy un hombre de labios impuros que vive en medio de un pueblo de labios impuros!

Isaías, ante la presencia del Señor soberano y tres veces santo, toma conciencia clara de su íntima y social realidad de pecador. Su mundo no es dócil al Señor de la Vida que los llama para salvar a todos. Salvar no es problema para Dios. Él purifica y fortalece; pero nos toca a nosotros decidirnos y ofrecernos.

Ante la llamada, Pablo responde con toda su vida asumiendo el mensaje de Vida confiado por el Señor.

Pablo reconoce no “merecer” (‘soy como fruto de un aborto’) la gracia del Señor que le ha salvado del engaño de la ‘religión verdadera’ y, por eso, se abandona del todo en Cristo Jesús, al que perseguía.

Para él lo más importante es que las Comunidades cristianas se mantengan fieles al Señor, que, por su muerte y resurrección, nos ha salvado del pecado y todos los engaños a los que éste lleva. Ante los dones de Dios, la única respuesta válida es la confianza de vivir a su disposición en y con la Comunidad.

Los errores nos pueden abrumar, pero el Amor de Dios los supera y nos pide llevar a otros la Salvación

El estupor de Pedro y sus compañeros no tiene límite: en Cristo perciben su poquedad y pecado, por eso, reverencialmente, le piden misericordia. Jesús, que nos conoce bien, sólo pide disponibilidad confiada.

Jesús pide a Pedro un favor público, después confianza ‘ciega’ sólo por ser Él y, por fin, seguimiento.

Cristo nos llama a todos, a cada uno para algo en particular, nos pide seguimiento obediente en la Fe.

Pidamos a María no centrarnos en los errores, sino solo en Jesús: seguirle a Él con docilidad incansable.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO V

Dios, para que crezcamos en su Gloria, nos llama a todos invitándonos a proclamar su nombre y construir su Reino en todas partes y de muchos modos

Is. 6, 1-2a.3-8:
"...yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso... Unos serafines estaban de pie... y uno gritaba hacia el otro: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria»... Yo dije:«¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!». Uno de los serafines voló hasta mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca y dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado se ha expiado» Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy, envíame!»."

Sal. 1371-5.7.8: "Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles".

1Cor. 15, 1-11:
"Les he transmitido en primer lugar, lo mismo que yo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego a más de quinientos... Por último, se me apareció también a mí... tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que Uds. han creído".

Lc. 5, 1-11: "...la multitud se amontonaba alrededor e Jesús para escuchar la palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago... vio dos barcas junto a la orilla...; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega más adentro y echen las redes». Simón respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos pescado nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes»... sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban por romperse... Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador»... Pero Jesús dijo a Simón: «No temas; de ahora en adelante, serás pescador de hombres». Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron".



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