marzo 16, 2014

«Este es mi Hijo muy querido: ¡escúchenlo!»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 16 de marzo, I del período de Cuaresma.

La Cuaresma es camino de transformación de la vida de toda persona que se atreva a subir con el Señor al encuentro con Dios. Jesús, en un primer momento invita a sus tres íntimos, cada uno con su límites y defectos, pero íntimos incondicionales, y les concedió la gracia de ver cuál es el futuro que le espera al Hijo del hombre, hombre perfecto, y a cualquier hombre que se atreva a intimar con Dios como Él. Pedro equivoca el signo y cree que es una ventaja y se pone a total disposición de Jesús, Moisés y Elías, pero el Padre le corrige como diciéndole: “No. Se trata de abrirse como Jesús y a Jesús: ¡¡¡Escúchenle, Él les enseñará a caminar y a no equivocar el camino!!!” Subir con Jesús, intimar con Dios, escuchar con dócil disponibilidad la Palabra y ser concreto en el caminar y servir a los hombres en el camino de la vida. Sólo en la historia veremos y podremos encontrar a Dios, sólo ahí le serviremos y concretaremos nuestra adoración. Pero no pongamos el trabajo concreto para y en Cristo como el fin, pues no es ése el fin, sino llegar a una creciente intimidad con Dios, para que Él pueda transfigurar nuestra vida, como hizo con la de Jesús. ¿Quién más concreto que Él entre los hombres?, pero ¿quién más íntimo y atento con su Padre, Dios, que Él? Él es nuestro modelo. Solo así podremos marcar nuestro mundo con las huellas de alegría del Evangelio, es decir, de Jesús. Solo así podremos soportar (no ‘aguantar’, sino ‘llevar sobre nosotros’ con paz interior y hasta con gozo profundo) todo lo que hay que sufrir por el Evangelio, le dice el Apóstol Pablo a Timoteo y, en él, a nosotros.

Pedirle al Señor que descienda su Amor sobre nosotros, supone de nuestra parte que nosotros subamos a Él, pues cada uno debe hacer su parte. No lo olvidemos jamás, Jamás, JAMÁS. Dios nunca nos sustituye, pues los que debemos aprender y madurar somos nosotros: Él ya es perfecto, nosotros todavía no: ¡somos discípulos, somos caminantes, somos aprendices, estamos en un continuo entrenamiento y Dios, nuestro buen –y exigente– Padre, es el entrenador y su asistente es el Espíritu Santo, siendo el Hijo –Cristo Jesús– el modelo sobre el que el entrenador trabaja! La suerte nuestra es que estamos invitados a vivir en Cristo y Él nos habla continuamente para que entendamos al Padre y nos dejemos guiar por el Espíritu.

Dios nos invita a subir con Jesús para ir logrando, cada día más, una creciente intimidad con Dios y su Palabra, siempre, como Jesús, disponible a lo que nos pida. Por eso es vital que escuchemos con atención cariñosa la Palabra de Dios y subamos con Jesús, aunque muchas veces duela.

Unidos en oración con María, Madre atenta y dócil al Padre, al Hijo y al Espíritu de Amor:

P. José Mª Domènech SDB

«Este es mi Hijo muy querido: ¡escúchenlo!»

Jesús nos invita a subir con Él para transfigurar nuestra vida –su gran deseo– así seremos testigos creíbles de su presencia en la vida cotidiana, en cada lugar, entre personas comunes, aun en las dificultades, luchas y persecuciones. Él nos transfigura con la Palabra meditada personal y comunitariamente, con los sacramentos y la oración íntima y comunitaria: Vida de Dios fluyendo en el día a día para el mundo.

El final del camino es maravillosamente feliz, con una transformación impensable y ahora inimaginable: lo vemos en Abraham, quien deberá dejar sus seguridades para alcanzar una universalidad humanamente imposible, pero real y concreta para Dios, con la que hace pacto eterno y de la que somos parte.

Vemos a Jesús que se transfigura como anticipo de su resurrección y exaltación al cielo. Lo hace para nosotros. Nosotros –lo viven ya los santos– seremos elevados a la diestra del Padre, si aceptamos la lucha y el dolor propios de ser fieles al Señor de la historia, de la Vida, Libertad y Paz. ¡Todo será gloria!

Nadie nos quitará las dificultades y lo duro de esta vida en la que debemos ser luz y sal. Pablo nos pide no ceder sino caminar decididos en la libertad de dar la propia vida, aun en persecución y sufrimiento.

Ser fieles a Dios en un mundo que le ha dado la espalda –aun necesitándolo con urgencia y buscándolo donde no está– trae problemas. Pero es el único camino que puede llevar a muchos de nuestros hermanos a la Fe, pues no ven a Dios ni en la naturaleza ni entre los hombres esclavizados y cegados.

Solo la Fe nos permite ver y escuchar a Jesús y solo esto nos lleva a ser sus testigos. Pero esa Fe pide perseverancia y debe ser alimentada con la vida Comunitaria, la meditación de la Palabra, la oración personal y una esforzada vida de caridad y justicia. No hay Fe verdadera sin pisar firme en la historia, pues solo en ella podemos ir a la Casa del Padre, donde culminará definitivamente nuestra transfiguración.

La confianza de Abram nos enseña a superar toda seguridad humana y fiarnos solo de lo que Dios diga.

El pecado interrumpe todo diálogo con Dios. Él elige a Abram para reinstaurarlo. Éste le hace caso.

Dios pide confiar solo en Él, más allá de toda seguridad humana. La obediencia de la Fe lleva al éxito.

Las dificultades en la misión de ser testigos del Dios que nos ha salvado en Cristo no deben detenernos.

Cristo nos confió la Salvación que a Él le costó la vida entregada por nosotros. No temamos la lucha por ser fieles a lo que Él nos pide. Somos testigos del Amor de Dios que nos salva por la obediencia.

La fecundidad misionera, que es lo que se espera de nosotros, depende de nuestra fidelidad al Señor.

Lo que Jesús nos pide no es sufrir sino atrevernos a caminar en la gloria de Dios, aun en el sufrimiento.

¿Quién no desea paz y felicidad sin sobresaltos? Aquí Pedro lo demuestra, pero Jesús no se detiene.

El dolor y la pasión escandalizan, como si Dios perdiera. Jesús nos muestra el fin de la obra de Dios.

Se nos pide escuchar a Cristo y caminar en el mundo seguros obedeciendo a su Palabra de salvación.

Pidamos a María vivir obedientes a la Palabra de Dios para hacer su Voluntad, aun en las dificultades.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO A – TIEMPO DE CUARESMA – DOMINGO II

La Fe atenta y obediente a Dios nos garantiza el éxito en un mundo tan desorientado y corrupto. A él Dios nos envía para testificar su Amor y Salvación

Gn. 12, 1-4a:
El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti de bendecirán todos los pueblos de la tierra.» Abram partió como el Señor se lo había ordenado.

Salmo 324-5.18-20.22: Señor, que descienda tu Amor sobre nosotros

2Tm. 1, 8b-10:
Querido hijo: comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por su gracia... que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha manifestado en nuestro Salvador Jesucristo. Por Él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.

Mt. 17, 1-9: Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó aparte, a un monte elevado. Allí se transfiguró...: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz... se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré... tres carpas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: ¡escúchenlo!» Al oír esto los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «No teman, levántense.» Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo... Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos.»







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