octubre 10, 2014

«Mi banquete está preparado... vengan a las bodas»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 12 de octubre.

“Mi banquete está preparado... vengan a las bodas” El gran y eterno deseo del Padre, Dios, es que todos estén en la eterna fiesta de bodas de su Hijo con la humanidad honesta y de buena voluntad y con su Pueblo, el resto que se mantuvo fiel a Él y no despreció sus dones de Vida nueva. No necesitamos ser perfectos, nadie lo es, fuera de Dios, pero sí debemos aceptar que Él nos purifique, nos sane y nos salve, transformando nuestra vida, similar a un vestido hecho harapos de vida, en una Vida nueva, confeccionada por su Espíritu de Amor y Paz. Él nos ha preparado la fiesta en el monte del don de la vida de Jesús, montaña de las bodas eternas. Él nos invita y nos hace aptos para vivir en cualquier circunstancia con tal que nos mantengamos abiertos y fieles a su Voluntad.

Así es como llegamos al domingo siguiente: el de la Verdad de la Vida. “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” Cada realidad en su lugar, sin pervertir nada ni manipularlo ni desfigurarlo: ni la gloria de Dios, ni la dignidad de ningún gobierno o gobernante. Pero debemos tener muy claro que, si no somos capaces de respetar a nuestro Dios, ¿qué capacidad tendremos de respetar a nuestras autoridades y qué capacidad tendrán ellas de despertar este respeto si para ellas Dios es un instrumento, pero de ningún modo el Señor al que se someten con filial fidelidad?

Dios es el soberano de la historia y Él la dirige para el Bien Común; quien se le resista, se quedará en la cuneta. O crecemos y maduramos en la Fe o nos quedamos fuera, seamos quienes seamos.

Dios, en Cristo Jesús, nos anima y nos llama para que no nos perdamos. María nos auxilia para que estemos atentos a la voz de Dios que nos invita y aclara el sentido de nuestra vida.

Unidos en oración con María, la Madre atenta, dócil y feliz por los dones de su Hijo:

P. José Mª Domènech SDB

«Mi banquete está preparado... vengan a las bodas»

La Vida de Dios es una fiesta compartida ¡y es absolutamente para todos, buenos y malos! Todos están invitados, sólo se la pierden los que no aceptan entrar o los que entran, pero siguen igual que antes. El Rey solo pide la conversión, revestirse de Él. ¡No destruir la fiesta ni en uno mismo ni en el ambiente!

La imagen del banquete y de la fiesta, como relación de Dios con nosotros, es común en la Biblia, pero Dios quiere una fiesta que dignifique a todos, y no cualquier fiesta, y menos una que degrade.

Dios desea que vivamos su fiesta: el triunfo de la vida; que la disfrutemos en serio; pero eso no es posible en actitud egoísta o descuidada, como si nadie mereciera respeto. Dios es generoso ¿y nosotros?

Prepararnos bien a la fiesta es respetarla y adelantar al ahora la emoción gozosa de la misma.

La Eucaristía es la gran fiesta de la boda del Hijo de Dios con su Iglesia, al dar su vida por la humanidad. ¿Nos preparamos? o ¿vamos de cualquier manera o, tal vez, ni siquiera vamos? ¿Creemos que no tiene importancia y ninguna consecuencia, ni antes ni durante ni después? ¿Cómo valoramos los dones de Dios?

El poder de Dios es misericordia, es salvación: don de alegría para todos, sin exclusión de ninguna clase.

El profeta habla de cosas humanamente imposibles a un pueblo aplastado, pero les anuncia que la mano poderosa del Señor hace maravillas. La montaña es Sión; los pueblos son la humanidad. Dios nos llama a la fiesta de la Vida Nueva; dolor y muerte desaparecerán por la Salvación de Cristo, entregado en la cruz.

Hoy la mano poderosa de Dios se extiende a toda persona y ofreciéndole la Salvación. ¡Respondamos!

Si vivimos disponibles a Dios y a los hermanos, estaremos más abiertos a la misión que Dios nos confía.

La abierta disponibilidad al Evangelio prepara a Pablo para todo: lo agradable y lo desagradable. No necesita más que lo que Dios le ofrece: él se sabe bien cuidado por Dios y esto lo hace apto para todo y a fin de ofrecer a todos la Salvación. Los dones de Dios nos llevan a la libertad, para el bien de todos.

Pablo confía en Dios y su providencia, pero se alegra por lo recibido en prisión e invita a ser generosos y a compartir el dolor y necesidades del hermano: esto nos abre a la oferta inmensamente generosa de Dios.

No necesitamos se justos para intimar con Dios, pero sí debemos aceptar revestirnos de su Vida y su Paz

Jesús nos dice que Dios nunca deja de llamarnos, gratuitamente, a su fiesta. Nuestra respuesta nos define: expresa quiénes somos frente a Él. Él nos llama para invitarnos a su Vida, ¿le elegimos nosotros?

Todos estamos invitados al banquete en el que Hijo se estrega, pero con una condición. ¿Cuál? Llevar el vestido de fiesta: asumir en nuestra vida la vida de Cristo; no hacerlo es despreciarlo a Él y perdernos.

Pidamos a María aceptar en cada Misa –y vivir cada día– la Vida de Jesús: Él nos la confía para todos.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.

CICLO A – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXVIII

Dios nos invita a todos a vivir en su fiesta y nos ofrece lo mejor: participar de su propia Vida y gozar de sus Bienes; pero nosotros debemos confiar en Él.

Is. 25, 6-10:
El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos,... de vinos añejados... Él arrancará sobre esta montaña el velo que cubre a todos los pueblos... Destruirá la muerte para siempre, el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo... Y se dirá...: «Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación... ¡Alegrémonos y regocijémonos de su Salvación.» Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña.

Sal. 221-6: El Señor nos prepara una mesa.

Flp. 4, 12-14.19-20:
Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo... Yo lo puedo todo en aquél que me conforta. Sin embargo, ustedes hicieron bien en interesarse por mis necesidades. Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Mt. 22, 1-14: Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo: «El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió a sus servidores para avisar a sus invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado... todo está a punto: vengan a las bodas.” Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió sus tropas... Luego dijo a los servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren.” Los servidores salieron... y reunieron a todos..., buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró a ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo –le dijo– ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo a fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos.»





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