Me permito evocar hoy al santo hombre que, para mi cariño, siempre será "el Papa": el Papa de mi niñez, de mis años escolares y univer-
sitarios, el Papa que bendijo mi matrimonio a través de la elemosi-
neria apostolica del Vaticano.... el Papa que está guardadito al lado de El Pescador... en esa humilde tumba gris, cubierta de flores, tarjetas y rosarios, donde los turistas se comportan con más respeto, y los peregrinos no podemos contener las lágrimas.
Aquí les comparto mi cariño, como un homenaje a nuestro amado e inolvidable Papa Karol, el Papa "que vino de lejos" y que hoy, desde el cielo, está tan, tan cerca de nosotros.
Él debía trasladarse desde Lima al Callao, y era obligatorio su paso por la Av. Brasil... por mi centenario colegio María Auxiliadora. Mis papás nos levantaron en la madrugada, los 5 habíamos dormido vestidos, y nos llevaron en el auto para allá, abuelita incluida. La gente sacaba sillas para los adultos mayores, para los enfermos, había mucho movimiento a esa hora, ancianos y niños, tan inusitado! Al lado de mi colegio las Hermanitas de los Ancianos Desamparados alistaban a los viejitos para el paso del Papa...
Esperamos como dos horas en el frío de la madrugada pese a que era verano. Pero todos y lo digo en serio, todos los presentes, que éramos muchos, teníamos en la cara esa ilusión que sienten los niños en Navidad.
Y de pronto, apareció por la Pza. Bolognesi. Venían las motos y toda la seguridad, evidentemente, pero allí estaba él, paradito en su Papamóvil, aquél vehículo que había mandado preparar para que sus hijos podamos sentirnos más cerca de él.
Y así sucedió. Aún cuando no había nada coordinado, y absolutamente fuera de cualquier programa o protocolo, cuando él pasó frente a mi colegio... Todas las monjitas se habían reunido, de varias casas de Lima, las viejitas y enfermas en sus sillitas de ruedas inclusive, las aspirantes y novicias, todas jovencitas que no pasarían de los 20 años, sonreían emocionadas como cualquier otra lo haría ante un pop star, y a una señal de una de las monjitas mayores, todas salieron al encuentro del Papa Wojtyla con sus cestitas llenas de pétalos de flores de su jardín... y todos gritábamos "Viva el Papa!", "Juan Pablo II te quiere todo el mundo!", y sonaba la Marcha Pontificia, y aplaudíamos, y él nos miraba a todos, nos bendecía a todos, nos sonreía a todos con ternura.
Cuando por fin lo perdimos de vista, dudamos antes de movernos de nuestro sitio. Había sido un momento mágico, y nadie quería romper esa magia. Porque en vez de avanzar raudo y veloz, el Papa había disminuido la marcha para que sintamos su presencia. Porque para todos lo que estuvimos allí, fue tener un poquito de Dios con nosotros.
Han pasado 20 años de eso, y ese recuerdo, esa imagen, me acompaña y me ilumina el corazón. Y es lo que me hace aflorar lágrimas cuando veo esta otra imagen, de ese mismo maravilloso hombre, ahora tan indefenso y desvalido, tan enfermo, que se muere de ganas de hablarnos, de decirnos tantas cosas, y se desespera porque el dolor y la enfermedad no se lo permiten. Yo creo en el poder de la oración, creo que cuando muchas personas creemos en algo bueno nada nos puede vencer, y por eso te pido que te unas a todos los que en el mundo oran por él, simplemente por él, que no pierda su fortaleza ni su fe. Lo demás, está en las manos del Señor y su infinito amor de Padre.
Muchas gracias por leer este mail y por rezar por este ancianito enfermo que ha consagrado su vida al servicio de sus hermanos... por amor a Dios.