Desde Piura, el Padre José María nos envía su comentario para la lectura del domingo 22 (XVI, ciclo C).
El querido Padre ha estado de cumpleaños. Pidamos al Señor le conceda muchas satisfacciones y frutos en su ya muy fecunda vocación, y que quienes tenemos la suerte de contar con su apoyo pastoral, aun a la distancia, podamos replicar estos beneficios espirituales con nuestros seres queridos.
Buscar la intimidad con Cristo
Cuando el Señor Jesucristo nos visita, estamos siempre ante una revelación del Amor vivificador de Dios. Él camina por nuestros caminos, puede llenar nuestras vidas de sentido, nos ofrece la felicidad que Él mismo vive... Dejarlo entrar en nuestra casa no es un acto protocolar o sólo de buena educación, sino lo más inteligente que podemos hacer, pues el resultado es sólo beneficio para nosotros y para aquellos que compartirán con nosotros la riqueza de nuestra vida. Pablo acogió al Señor en su existencia y nos ha beneficiado a todos, sin distinción.
La hospitalidad es una actitud que nos libera de nosotros mismos y nos lleva a reconocer en la otra persona el misterio de una presencia que nos supera, que no dominamos, que no conocemos y que, por tanto, debemos respetar y venerar porque es portadora de novedad y no podemos darnos el lujo de despreciar. La persona es un misterio de Dios, seamos honestos.
Jesús nos dice que hay una sola cosa importante: acoger al Señor que llega a la propia vida, dejarlo entrar en el propio interior y darle la importancia que se merece. Escucharle, darle atención... No tanto que reciba cosas buenas de parte nuestra, cuanto que sienta que nos interesa Él como persona, lo que nos puede compartir... en respuesta, compartiremos nosotros.
Abraham percibe la sagrada presencia del Señor en los visitantes: son tres, pero les habla en singular, llamándoles: “Señor”. Le venera, lo pone todo a su disposición, está dispuesto a lo que Él quiera compartirle.
Pablo vive sólo para servir al Señor en su Iglesia y sufre por ella como su Señor sufrió por él... Se une a esos sufrimientos como quien los toma como propios, como participación en la vida oblativa de su Maestro. Entiende que es lo que le corresponde: el Maestro lo dio todo y ahora le toca a él, entregándose en el sufrimiento de su propio cuerpo... por la Iglesia a la que ha sido enviado: vive como el Maestro que lo envía. La finalidad es sólo una, cumplir la misión que el Señor le ha confiado: que todos los hombres maduren como personas hasta llegar al nivel de vida interior del propio Hijo de Dios encarnado, es decir del Hijo del Hombre.
Ésta es la plenitud a la que debemos tender todos. Pero, para ello, necesitamos toda la atención e intimidad de María... La actividad es imprescindible, pero sin la intimidad y atención al Señor, todo podrá acabar en un querer quedar bien y hacerlo todo ‘como es debido’, y pediremos que nos ayuden, dejando, a veces, muchas cosas importantes, e incluso vitales.
La cariñosa y firme llamada de atención de Jesús a Marta debemos tomarla muy en serio todos: tanto los cristianos sencillos, sin cargos ni cargas de servicio, cuanto, sobre todo, los que tienen ministerios para el servicio de la santidad de la comunidad. Quien sea Jerarquía de la Iglesia de Dios debe estar mucho más atento a esto puesto que ¡puede engañar al vivir engañado!
El primer deber del ministro ordenado de la Iglesia... El primer deber de los consagrados para la salvación de todo el mundo, los cristianos, es la intimidad con Jesús. No buscarla, no alimentarla, no cuidarla, no estimularla es traicionar la propia consagración y la propia misión.¡Ser honesto y veraz!: tarea para poder vivir en la casa del Señor. Pidámoselo a María.
La hospitalidad es una actitud que nos libera de nosotros mismos y nos lleva a reconocer en la otra persona el misterio de una presencia que nos supera, que no dominamos, que no conocemos y que, por tanto, debemos respetar y venerar porque es portadora de novedad y no podemos darnos el lujo de despreciar. La persona es un misterio de Dios, seamos honestos.
Jesús nos dice que hay una sola cosa importante: acoger al Señor que llega a la propia vida, dejarlo entrar en el propio interior y darle la importancia que se merece. Escucharle, darle atención... No tanto que reciba cosas buenas de parte nuestra, cuanto que sienta que nos interesa Él como persona, lo que nos puede compartir... en respuesta, compartiremos nosotros.
Abraham percibe la sagrada presencia del Señor en los visitantes: son tres, pero les habla en singular, llamándoles: “Señor”. Le venera, lo pone todo a su disposición, está dispuesto a lo que Él quiera compartirle.
Pablo vive sólo para servir al Señor en su Iglesia y sufre por ella como su Señor sufrió por él... Se une a esos sufrimientos como quien los toma como propios, como participación en la vida oblativa de su Maestro. Entiende que es lo que le corresponde: el Maestro lo dio todo y ahora le toca a él, entregándose en el sufrimiento de su propio cuerpo... por la Iglesia a la que ha sido enviado: vive como el Maestro que lo envía. La finalidad es sólo una, cumplir la misión que el Señor le ha confiado: que todos los hombres maduren como personas hasta llegar al nivel de vida interior del propio Hijo de Dios encarnado, es decir del Hijo del Hombre.
Ésta es la plenitud a la que debemos tender todos. Pero, para ello, necesitamos toda la atención e intimidad de María... La actividad es imprescindible, pero sin la intimidad y atención al Señor, todo podrá acabar en un querer quedar bien y hacerlo todo ‘como es debido’, y pediremos que nos ayuden, dejando, a veces, muchas cosas importantes, e incluso vitales.
La cariñosa y firme llamada de atención de Jesús a Marta debemos tomarla muy en serio todos: tanto los cristianos sencillos, sin cargos ni cargas de servicio, cuanto, sobre todo, los que tienen ministerios para el servicio de la santidad de la comunidad. Quien sea Jerarquía de la Iglesia de Dios debe estar mucho más atento a esto puesto que ¡puede engañar al vivir engañado!
El primer deber del ministro ordenado de la Iglesia... El primer deber de los consagrados para la salvación de todo el mundo, los cristianos, es la intimidad con Jesús. No buscarla, no alimentarla, no cuidarla, no estimularla es traicionar la propia consagración y la propia misión.¡Ser honesto y veraz!: tarea para poder vivir en la casa del Señor. Pidámoselo a María.
Padre José María Doménech, sdb
Este comentario está basado en las siguientes lecturas:
Gn. 18, 1-10a; Salmo 14; Col. 1, 25-28; Lc. 10, 38-42
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