noviembre 02, 2008

Fieles difuntos

El querido padre José María nos envía su sugerencia homilética para las lecturas de este domingo 2 de noviembre, día en que recordamos a nuestros hermanos difuntos. Previamente, su comentario para introducirnos en este tema:

Este domingo el Señor nos invita a reflexionar sobre el fin de nuestra vida.

No tanto enfocado en que nos vamos a morir, cosa evidente, sino referente a lo que estamos haciendo con nuestras vidas. ¿Qué es lo que es más importante en ellas? ¿Cuál es la verdad que sinceramente buscamos, si es que buscamos alguna? ¿Qué ocupa el centro de nuestra existencia? ¿Qué significa para nosotros la entrega de Jesús en la cruz? ¿Qué representan para nosotros las palabras de Pablo a los habitantes de filipos? ¿De verdad creemos que nuestro redentor vive, como confiesa Job, y sentimos-vivimos que nos sirve para algo?

No olvidemos que lo que no nos llega al fondo de nuestra alma, no mueve nuestra vida a la conversión, a la maduración personal.

Nuestra vida es un caminar, por diversas etapas, hacia la casa del Padre, de nuestro personal Padre, del que nos ha creado personalmente y nos llama, guía y espera también personalmente. Es un Padre que nunca nos pierde de vista porque nos ama, pero que tampoco nos obliga a nada, aunque su continua presencia providente es una oportunidad inconmensurable en posibilidades, pero también en responsabilidades...

No juguemos con la vida, pues solo tenemos una y es inmortal y se define con nuestras decisiones-actitudes
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Conmemoración de los fieles difuntos

La experiencia de la realidad “muerte” es muy variada. Cada persona tiene la suya, según lo que ha captado en su propia historia y lo que ha reflexionado a raíz de ello.

Dios no ha creado la muerte como experiencia traumática, triste realidad para algunos. Las personas de profunda Fe, como Pablo, no lo viven así, sino como un tránsito beneficioso, aunque casi nunca cómodo.

Para Jesús fue una experiencia doble: expresión de su fidelidad a Dios y, en Él, a los hombres, y, también, terrible experiencia de abandono a todo nivel: físico, psicológico, social y hasta religioso. La confianza se mantuvo en la profundidad de su existencia y marcó todo el devenir de sus últimas horas.

Fue tan peculiar la experiencia testificada, que el mismo centurión tuvo la sensación moral de encontrarse con el Hijo de Dios. El Espíritu hace transparentes las más variadas experiencias humanas, para que, quien busca la verdad, vea la mano de Dios.

Ningún elemento de la historia opaca la verdad cuando ésta se busca con honesta sinceridad

Muchas veces tenemos la impresión de que la vida se nos escapa, que no dominamos lo que nos rodea. Es una experiencia objetiva. La razón profunda es que la vida no la recibimos para apropiarnos de ella sino para madurar al compartirla entregándola.

Todo es una oferta para ganar, pero es muy diverso a lo que sucede en al campo económico; en la vida humana, cada oferta es una invitación a dar vida en las pequeñeces de cada día, actitud que, a la larga, se convierte grandes heroísmos, porque al dar vida despertamos la grandeza, no solo la nuestra, sino la de los que nos rodean: el beneficio del don es para todos.

Buscar la verdad de la vida es creer que nacimos para algo más que estar aquí y aprovecharnos de ella. Siendo egoísta no se aprovecha la vida. No es honesto y el castigo de esta falsa visión de la realidad es perdernos en nuestros enredos. Es la tragedia de la cultura actual: no busca la verdad con honestidad y se pierde en sus miedos, angustias y continuos disparates.

La propia existencia es trasparencia del Dios Amor eterno si es vivida desde la verdad

Ser honestos nos lleva a descubrir a Dios y comunicarlo a los otros en serenidad y paz.

Dios no se niega a nadie porque vive en todos. Él es vida y la da a todos sin cansancio.

La eternidad es una forma de existir, no una circunstancia. Es vivir en Dios sin egoísmos.

El dolor no ofusca la verdad si hay abandono en la Providencia divina, que nunca abandona

Somos lo que vivimos en nuestro interior. Jesús era el Hijo de Dios porque de este modo vivía cada uno de los momentos en su vida. La pasión no fue una desgracia sino la circunstancia en la que expresó hasta dónde estaba anclado en Dios. Si el centurión descubrió la verdad de Jesús no fue más que por la revelación que manifestaban las actitudes de Jesús

Pablo nos habla de transformaciones, pero se supone que a Dios le entregamos nuestra vida dándole la opción de hacer esta maravilla. Dios nunca actuará sin nuestro consentimiento.

Pedimos a María que nos enseñe a vivir desde el Señor de la vida cada instante del día.

P. José María Doménech Corominas, sdb

CICLO A – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXXI
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

Jb. 19. 1.23-27a: "...Yo sé que mi Redentor vive... después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a mi Dios; yo mismo lo contemplaré y no otro, mis propios ojos lo verán. "

Salmo 24: "A Ti, Señor, levanto mi alma"

Flp. 3, 20-21:
"Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: Cristo Jesús, el Señor. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso..."

Mc. 15, 33-39. 16, 1-6: "...Jesús gritó con voz fuerte: «Eloí, Eloí, ¿lamá sabaktaní?...» ...dando un fuerte grito, expiró... el centurión romano... al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente, este hombre era Hijo de Dios» [...] Al entrar en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido enteramente de blanco, que les dijo: «No se asusten. ¿Buscan a Jesús Nazareno, el que fue crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Miren el sitio donde lo pusieron»."

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