noviembre 02, 2008

Sobre la muerte...

Comparto con ustedes esta reflexión preparada por el padre José María a propósito de la conmemoración de hoy.

1.- ¿Podemos considerar la muerte una tragedia?
Nosotros, los cristianos, no. Los que creemos en el Dios- Amor y Vida, que nos llama a mucho más que a pasar por esta vida, no podemos creer que el futuro es la muerte porque lo que Dios nos pide no es que tengamos vida, sino que vivamos en creciente plenitud. No hay otra forma de vivir que hacerlo en proceso sin fin de desarrollo interior, pues otro modo de hacer es acabarnos y no nacimos para acabarnos sino para no acabar nunca...

Somos, por la naturaleza dada por Dios, inmortales. La muerte es solo un paso, como lo fue nuestra llegada a esta etapa de la vida o, como dicen muchos, a nuestro mundo.

2.- Este nuestro mundo ¿entiende la muerte?
Creo que no. Porque no entiende la profundidad de la vida. Somos terriblemente superficiales, y mucho más en los tiempos actuales; no llegamos a los ejes-clave de nuestra existencia.

Nos invade la pobreza de pensamiento y nos alejamos de la paz interior, cosa que no dificulta mucho encontrar los caminos adecuados para la paz exterior, pues la segunda es hija de la primera.

3.- ¿No somos herederos de nuestros propios disparates?
Somos herederos de nuestra superficialidad, de nuestro creer que tenemos derecho a darnos gusto, que nacimos para que se haga lo que deseamos... Y creer esto es un soberano disparate.

La vida, ninguna vida, funciona así. Ningún ser de este mundo puede hacer lo que se le antoja, pues las normas de la vida, de nuestra compleja vida, tienen en cuenta todo lo que cada uno es y está llamado a ser. En nuestro mundo los caprichos se pagan. No podemos pensar que el mundo es nuestro y, por eso, podemos hacer lo que nos parece. Necio, esto es necio. Se trata de un antropocentrismo absurdo, irrespetuoso, suicida, destructor y, por todo esto, falso.

De este modo nada tiene equilibrio y todo camina a la desaparición y muerte... Y la muerte acaba siendo una angustia porque no percibimos el otro lado de la vida... El lado eterno, desde el que se entiende muy bien la necesidad de equilibrio, respeto, coherencia, diálogo, acogida, comprensión... No nacimos para la muerte, sino para la vida y ésta es siempre eterna.

4.- ¿Cómo hacer para que tengamos un poco de paz a la hora de morir?
Precisamente comprender que nuestra vida tiene sentido desde la eternidad del Amor de Dios, de quien venimos nosotros.

Lo ateos han definido su vida desde una negación arbitraria, un verdadero acto de Fe, pues negando a Dios se pierde la objetividad de la existencia y se logra la incomprensión de muchos elementos de la realidad, sobre todo los más complejos y problemáticos los más necesitados de equilibrio y salud interior para ser acogidos y asumidos desde el respeto y la paz.

El dolor solo se entiende desde el amor de un Dios que no nos abandona, sino que nos sostiene y da sentido, en su Providente Cercanía Amorosa, a los sinsabores de la angustia y sufrimiento humano. Si estamos solos, si nadie nos ama desde siempre y para siempre, si nuestra vida acaba en la tumba... ¿para qué vivir, para qué darle a alguien algo que yo pierdo sin ganar nada? El valor de la entrega no está en la entrega misma, sino en el bien que se deriva de ella, para el que recibe el don y para el que lo da, pues, sin ser egoístas, la naturaleza humana siempre espera, por derecho natural, un beneficio...

El Amor de Dios le invita a dar la vida, pues el beneficio llegará sin dudarlo. Jesús lo dijo bien claro: “Busca primero el Reino de Dios y su justicia...”, es decir, la vida y el bien de tu hermano, “y lo demás se te dará por añadidura”. No se trata de ser interesado, pues pierdes la visión de la realidad, ya que te miras el ombligo, se trata de buscar ser como Dios: dadores de vida, pues Dios no deja sin recompensa nada de lo que se haga por Él.

5.- ¿Cuál es el sentido de tener un recuerdo de nuestros difuntos?
Orar por ellos y tomar conciencia de qué es lo importante en nuestra vida.

No se trata de aferrarnos a este estadio o etapa transitoria de nuestra vida. Eso es perdernos en lo que pasa y olvidar que caminamos a casa, a la Casa del Padre, por quien hemos sido creados humanos para que aprendamos a vivir como hijos y caminemos en la voluntad del Padre, que es que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad.

Así vivió Jesús y los grandes justos, que tenían muy claro que Dios es el Dios de los que viven amando y a Él levantan su alma en los momentos de angustia, como Jesús. El resultado es que Dios siempre nos transforma y da paz.


Padre José María Doménech, sdb.

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