El padre José María nos envía su sugerencia homilética para este domingo 23:
Nuestro Rey, nuestro Señor
Nuestro mundo camina, con sano sentido, hacia la unidad. La unidad es siempre más segura y sana que la división y la comunión es más enaltecedora de la persona que el individualismo, siempre suicida y enemigo del diálogo.
Pablo nos presenta una unidad que nace del don de la propia vida, recuperada por la fuerza de la comunión con Dios, y de la unidad radical con los hombres, los hermanos. Esta unidad se muestra en la oblación de la vida, con lo cual le asesta a la muerte una herida destructora: y la herida es el Amor que da vida.
Dios resucita a su Hijo porque el Hijo, como hombre cabal, entrega su vida demostrando un soberano señorío sobre sí mismo y sobre el mundo circundante, al que no intenta someter, sino al que respeta desde la mejor de las dignidades, la del que busca conocer y ofrece lo mejor de sí sin condiciones ni intereses egoístas, y, de ordinario, hipócritas.
Este modo de vivir muestra su grandeza del hombre y el Señorío de Dios en ella, como fue al principio, antes que el pecado nos dividiera y nos llevara a temernos y amenazarnos.
Nada detendrá el Señorío del Señor, que es Paternidad, Redención y Santificación
El pensamiento débil, mostrado en las ideologías, siempre con pretensiones totalitarias y abrumadoras; los múltiples y renovados egoísmos, continuos conflictos, con motivaciones escondidas y cobardemente disimuladas y hasta negadas, nos dificultan la unidad.
Sólo en la unidad puede Dios reinar y esto se expresa en la paz y la vida donde todo, cada día adquiere belleza nueva, inédita: sonrisa, serenidad, diálogo, acogida, bondad, perdón.
Siempre es el Señor quien nos busca y nos acoge según la medida infinita de su Amor.
Pero la vida personal, si quiere gozar de este Señorío, debe acogerlo sinceramente cada día
Nuestros sentimientos pueden traicionarnos, pero en Dios todo es Señorío, grandeza, búsqueda del bien de todos: no juzga jamás, busca salvarnos desde nuestra más profunda miseria.
Dios nos ofrece lo mejor, pero no puede, sin destruirnos, violentar nuestra decisión, es necesario que, con honesto esfuerzo cotidiano, le acojamos con el sí de cada momento del día.
Una forma muestra que acogemos a Dios: abrirnos sinceramente al bien del hermano.
El juicio de Dios es, para cada uno, la propia actitud de vida y su relación con cada hombre.
El Señor nos lo da todo, pero solo será mi Rey si yo lo acepto como su discípulo e hijo amado
Nuestro mundo depende de nuestras relaciones y éstas de la honestidad de nuestras actitudes, sobre todo de las referentes a los que nos rodean. Algunas veces nos son tan poco importantes que ni nos fijamos en el modo como les tratamos “sin querer”.
La vida es un termómetro de nuestros criterios y valores; de nuestros señores y principios.
Pablo nos hace notar que Jesucristo, el Señor, busca que todo vuelva a estar en el Padre, como Él lo está, para que Dios sea todo en todos y la vida-paz reine en la alegría del Reino. Así lo pensó Dios al crear el mundo y así lo construyeron todos los santos de la historia.
Pidamos a María que demos a Dios, con nuestra vida en Cristo, como ella, todo el Señorío.
Pablo nos presenta una unidad que nace del don de la propia vida, recuperada por la fuerza de la comunión con Dios, y de la unidad radical con los hombres, los hermanos. Esta unidad se muestra en la oblación de la vida, con lo cual le asesta a la muerte una herida destructora: y la herida es el Amor que da vida.
Dios resucita a su Hijo porque el Hijo, como hombre cabal, entrega su vida demostrando un soberano señorío sobre sí mismo y sobre el mundo circundante, al que no intenta someter, sino al que respeta desde la mejor de las dignidades, la del que busca conocer y ofrece lo mejor de sí sin condiciones ni intereses egoístas, y, de ordinario, hipócritas.
Este modo de vivir muestra su grandeza del hombre y el Señorío de Dios en ella, como fue al principio, antes que el pecado nos dividiera y nos llevara a temernos y amenazarnos.
Nada detendrá el Señorío del Señor, que es Paternidad, Redención y Santificación
El pensamiento débil, mostrado en las ideologías, siempre con pretensiones totalitarias y abrumadoras; los múltiples y renovados egoísmos, continuos conflictos, con motivaciones escondidas y cobardemente disimuladas y hasta negadas, nos dificultan la unidad.
Sólo en la unidad puede Dios reinar y esto se expresa en la paz y la vida donde todo, cada día adquiere belleza nueva, inédita: sonrisa, serenidad, diálogo, acogida, bondad, perdón.
Siempre es el Señor quien nos busca y nos acoge según la medida infinita de su Amor.
Pero la vida personal, si quiere gozar de este Señorío, debe acogerlo sinceramente cada día
Nuestros sentimientos pueden traicionarnos, pero en Dios todo es Señorío, grandeza, búsqueda del bien de todos: no juzga jamás, busca salvarnos desde nuestra más profunda miseria.
Dios nos ofrece lo mejor, pero no puede, sin destruirnos, violentar nuestra decisión, es necesario que, con honesto esfuerzo cotidiano, le acojamos con el sí de cada momento del día.
Una forma muestra que acogemos a Dios: abrirnos sinceramente al bien del hermano.
El juicio de Dios es, para cada uno, la propia actitud de vida y su relación con cada hombre.
El Señor nos lo da todo, pero solo será mi Rey si yo lo acepto como su discípulo e hijo amado
Nuestro mundo depende de nuestras relaciones y éstas de la honestidad de nuestras actitudes, sobre todo de las referentes a los que nos rodean. Algunas veces nos son tan poco importantes que ni nos fijamos en el modo como les tratamos “sin querer”.
La vida es un termómetro de nuestros criterios y valores; de nuestros señores y principios.
Pablo nos hace notar que Jesucristo, el Señor, busca que todo vuelva a estar en el Padre, como Él lo está, para que Dios sea todo en todos y la vida-paz reine en la alegría del Reino. Así lo pensó Dios al crear el mundo y así lo construyeron todos los santos de la historia.
Pidamos a María que demos a Dios, con nuestra vida en Cristo, como ella, todo el Señorío.
P. José María Doménech Corominas, sdb
CICLO A – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXXIV
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Ez. 34, 11-12.15-17: "Yo mismo buscaré a mis ovejas... las recogeré de todos los lugares por donde se habían dispersado... Buscaré a la oveja perdida... A ustedes, mis ovejas, les voy a juzgar..."
Salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta"
1Cor. 15, 20-26a.28: "Cristo resucitó de entre los muertos... Cristo el primero, después,... los que son de Cristo; al fin... devolverá a Dios, su Padre, el Reino. Porque Él debe reinar hasta que Dios le someta a todos sus enemigos. El último enemigo destruido será la muerte... El Hijo mismo se someterá al Padre... Así Dios será todo en todos."
Mt. 25, 31-46: "Cuando el Hijo del Hombre venga con su poder... se sentará en su trono de gloria... y separará a unos de otros. El Rey dirá a los de su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino que Él les tenía preparado... Les digo con toda verdad que todo lo que hicieron a uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicieron... "
Salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta"
1Cor. 15, 20-26a.28: "Cristo resucitó de entre los muertos... Cristo el primero, después,... los que son de Cristo; al fin... devolverá a Dios, su Padre, el Reino. Porque Él debe reinar hasta que Dios le someta a todos sus enemigos. El último enemigo destruido será la muerte... El Hijo mismo se someterá al Padre... Así Dios será todo en todos."
Mt. 25, 31-46: "Cuando el Hijo del Hombre venga con su poder... se sentará en su trono de gloria... y separará a unos de otros. El Rey dirá a los de su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino que Él les tenía preparado... Les digo con toda verdad que todo lo que hicieron a uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicieron... "
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