A continuación, el mensaje y la sugerencia homilética que nos ha preparado el querido padre José María para esta semana:
¿A quién le gusta sufrir? A nadie porque somos personas normales.
Pero, ¿quién huye ante el miedo al sacrificio de uno mismo y sucumbe ante las dificultades que nacen del propio interior?
Las personas inmaduras, por no haber sido adecuadamente formadas a la perseverancia y comprensión; a digerir y superar las frustraciones de los contratiempos, de los fracasos y de las negativas; a reconocer, todos los días, sus errores y a corregirse humildemente de ellos, aunque lo tengan que intentar una y otra vez; a profundizar y alimenrtar los criterios profundos de sus opciones; a resistir ante la tentación constante de ceder al aplauso, de buscar quedar bien o de lograr las cosas al menor costo para mí, aunque sea duro y muy pesado para los demás; a pensar en el bien de los demás por encima de los intereses propios; al sacrificio y renuncia personal, si es necesario, para llegar a las metas trascendentes; a tener metas mucho más altas que el gusto o interés individual.
Nuestro mundo se ha ido volviendo miope, no logra percatarse del valor de la trascendencia y de su responsabilidad en la construcción de esta casa común; ha ido paralizando su conciencia, pues le faltan los criterios universales que superen las visiones ideologizadas, agnosticas e individualistas que hacen del goce y autocomplacencia casi el criterio fundamental de la vida. Por eso no logra comprender que es más grande dar la vida por la vida más plena de los demás que por conseguir cosas muy preciosas a los ojos individuales, pero que no construyen el bien común y al desarrollo digno de las distintas personas y pueblos, según la verdad de cada uno de ellos, sin manipulaciones o intereses políticos o económicos, siempre particulares y restrictivos, por eso incapaces de real y honesto diálogo.
¿Quién son Yo para ti? Nos pregunta Jesús a los que nos llamamos cristianos...
La boca y el corazón de Pedro contestó una cosa, pero su vida todavía contestaba otra... Necesitaba la presencia del Espíritu para no traicionarse...
¿Cuál es la respuesta de nuestra vida? ¿Sigue los criterios del Espiritu o los de la carne, los de Dios o los de los hombres?
¿Somos creyentes o tenemos fe, pero las obras van por otro lado?
¿Qué ve nuestro mundo en nuestras vidas: algunas costumbres cristianas, no muy coherentes que digamos, o convencimiento sincero de personas, tal vez débiles, que deben convertirse todos los días al Señor Jesús?
El Señor nos bendiga a todos y nos dé la voluntad de vivir todos los días buscando seguir las insinuaciones de su Espíritu de Vida.
Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:
P. José Mª Domènech SDB
¿A quién le gusta sufrir? A nadie porque somos personas normales.
Pero, ¿quién huye ante el miedo al sacrificio de uno mismo y sucumbe ante las dificultades que nacen del propio interior?
Las personas inmaduras, por no haber sido adecuadamente formadas a la perseverancia y comprensión; a digerir y superar las frustraciones de los contratiempos, de los fracasos y de las negativas; a reconocer, todos los días, sus errores y a corregirse humildemente de ellos, aunque lo tengan que intentar una y otra vez; a profundizar y alimenrtar los criterios profundos de sus opciones; a resistir ante la tentación constante de ceder al aplauso, de buscar quedar bien o de lograr las cosas al menor costo para mí, aunque sea duro y muy pesado para los demás; a pensar en el bien de los demás por encima de los intereses propios; al sacrificio y renuncia personal, si es necesario, para llegar a las metas trascendentes; a tener metas mucho más altas que el gusto o interés individual.
Nuestro mundo se ha ido volviendo miope, no logra percatarse del valor de la trascendencia y de su responsabilidad en la construcción de esta casa común; ha ido paralizando su conciencia, pues le faltan los criterios universales que superen las visiones ideologizadas, agnosticas e individualistas que hacen del goce y autocomplacencia casi el criterio fundamental de la vida. Por eso no logra comprender que es más grande dar la vida por la vida más plena de los demás que por conseguir cosas muy preciosas a los ojos individuales, pero que no construyen el bien común y al desarrollo digno de las distintas personas y pueblos, según la verdad de cada uno de ellos, sin manipulaciones o intereses políticos o económicos, siempre particulares y restrictivos, por eso incapaces de real y honesto diálogo.
¿Quién son Yo para ti? Nos pregunta Jesús a los que nos llamamos cristianos...
La boca y el corazón de Pedro contestó una cosa, pero su vida todavía contestaba otra... Necesitaba la presencia del Espíritu para no traicionarse...
¿Cuál es la respuesta de nuestra vida? ¿Sigue los criterios del Espiritu o los de la carne, los de Dios o los de los hombres?
¿Somos creyentes o tenemos fe, pero las obras van por otro lado?
¿Qué ve nuestro mundo en nuestras vidas: algunas costumbres cristianas, no muy coherentes que digamos, o convencimiento sincero de personas, tal vez débiles, que deben convertirse todos los días al Señor Jesús?
El Señor nos bendiga a todos y nos dé la voluntad de vivir todos los días buscando seguir las insinuaciones de su Espíritu de Vida.
Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:
P. José Mª Domènech SDB
«Y ustedes, ¿Quién dicen que soy?»
Ser cristiano supone, hoy y siempre, la diaria decisión de vivir en Cristo, aunque se tenga mucho miedo. La decisión es personal: optar por Jesucristo, cueste lo que cueste. La decisión del grupo no suple la mía, no es posible esconderse en la masa. Es actitud clara, visible en el diario vivir, no es poesía. Si no se da, estamos, tal vez, ante buenas intenciones, nada más.
Cuántas veces la vida, por los muchos problemas, que en cada persona adquieren su medida y tragedia, duele y se entenebrece, pero nunca se pierde, si la tenemos puesta en el Señor.
A cada persona le toca su decisión. En la medida que la tomemos apoyándonos en quien nos dé seguridad y garantía del éxito interior y profundo, tendremos la paz, serenidad y sabiduría necesarias para llegar al éxito íntimo que todos deseamos y al que no podemos renunciar.
La pregunta hecha por Jesús a Pedro es para todos. ¿Cuál es la respuesta que damos en nuestra vida? ¿a qué nos entregamos? ¿de qué huimos? ¿con quién y cómo nos comprometemos?
El amor objetivo o es extremadamente concreto o no es amor real
Siempre se nos presenta el mismo dilema, con múltiples formas y panoramas: ¿cumplimos o nos arriesgamos a darlo todo? La ‘locura’ de los enamorados es la propia del Amor verdadero que sabe leer correctamente los problemas e inventar respuestas muy concretas, aunque podrán ser muy sencillas, pero siempre muy exigentes y arriesgadas. Por eso se les dice “¡estás loco!”
Hay ‘prudencias’ que no son de fiar porque mutilan la vida y su futuro, hasta atrofiarla.
En Cristo hay un testamento tan prudente y realista que atemoriza: ¡Dar toda la vida! Solo así la podremos hacer fecunda. Quien se cuida, camina al fracaso del pudrirse infecundo.
Sólo una Fe objetiva, que en la Esperanza lleva al Amor, nos señala el camino de la entrega
Solo en la Fe que nos inserta en la Comunión Trinitaria tenemos la razón de ser de nuestra vida. Sí. Nuestro Padre, Dios, nos lo dio todo para que lo diéramos todo fecundando toda vida con la propia. Esta actitud exige conversión diaria, pues todos somos pecadores.
Creer que Dios jamás nos falla, que Él es nuestro éxito personal y que Éste es ya seguro, nos lleva a un Amor que no cede al miedo. Es normal que el dolor y la muerte den miedo.
Los apóstoles creen en Jesús, pero no en su Padre, ni les lleva su Espíritu, por eso fallan
Seguir a Jesús y su doctrina, como nosotros la captamos, es una cosa; amar como Él al Padre y sus planes, es otra. Para esto se necesita su Espíritu. Es la diferencia entre la religión, a nuestra medida, y la Fe en Cristo Jesús, Hijo amoroso del Padre, llevado por el Espíritu.
Todos estamos invitados, pero no todos deciden seguir a Jesucristo. Entonces no es el Espíritu de Jesús el que nos guía, sino el de nuestro mundo sin el Padre y... ¡fallamos en la Fe!
La Fe salva si lleva a las obras de Vida en la Verdad, propias del Espíritu del Padre.
Pidamos a María aceptar a su hijo Jesús con la libertad del Amor que da la vida como Él.
Is. 50, 5-9a: "El Señor me habló en la intimidad y yo no me resistí ni me eché atrás... no he escondido la cara delante de las ofensas y salivazos. El Señor me ayuda, por eso no me doy por vencido... sé que no quedaré avergonzado... Dios, el Señor, me defiende, ¿quién me podrá condenar?"
Salmo 114: "Seguiré caminando entre los que viven en la presencia del Señor"
St. 2, 14-18: "Si alguno dice tener Fe y no lo demuestra con las obras, ¿de qué sirve?... ¿la fe podrá salvarle?... Si no hay obras, la fe, ella sola, está muerta... Tú dices que tienes fe y yo tengo obras. Bien, entonces, si puedes, demuéstrame, sin obras, que tienes fe y yo, con mis obras, te demostraré mi Fe."
Mc. 8, 27-35: "Jesús, con sus discípulos, se fue por Cesarea de Filipo. Por el camino preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo... Y ustedes, ¿Quién dicen que soy?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Les prohibió que lo dijeran a nadie. Y comenzó a decirles: «El Hijo del Hombre debe padecer mucho...» Pedro... se puso a contradecirle. Pero Jesús… le dijo: «¡Apártate de aquí, Satanás! No piensas como Dios, sino como los hombres». Llamó a la gente y les dijo: «Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por Mí y el Evangelio, la salvará.»"
Cuántas veces la vida, por los muchos problemas, que en cada persona adquieren su medida y tragedia, duele y se entenebrece, pero nunca se pierde, si la tenemos puesta en el Señor.
A cada persona le toca su decisión. En la medida que la tomemos apoyándonos en quien nos dé seguridad y garantía del éxito interior y profundo, tendremos la paz, serenidad y sabiduría necesarias para llegar al éxito íntimo que todos deseamos y al que no podemos renunciar.
La pregunta hecha por Jesús a Pedro es para todos. ¿Cuál es la respuesta que damos en nuestra vida? ¿a qué nos entregamos? ¿de qué huimos? ¿con quién y cómo nos comprometemos?
El amor objetivo o es extremadamente concreto o no es amor real
Siempre se nos presenta el mismo dilema, con múltiples formas y panoramas: ¿cumplimos o nos arriesgamos a darlo todo? La ‘locura’ de los enamorados es la propia del Amor verdadero que sabe leer correctamente los problemas e inventar respuestas muy concretas, aunque podrán ser muy sencillas, pero siempre muy exigentes y arriesgadas. Por eso se les dice “¡estás loco!”
Hay ‘prudencias’ que no son de fiar porque mutilan la vida y su futuro, hasta atrofiarla.
En Cristo hay un testamento tan prudente y realista que atemoriza: ¡Dar toda la vida! Solo así la podremos hacer fecunda. Quien se cuida, camina al fracaso del pudrirse infecundo.
Sólo una Fe objetiva, que en la Esperanza lleva al Amor, nos señala el camino de la entrega
Solo en la Fe que nos inserta en la Comunión Trinitaria tenemos la razón de ser de nuestra vida. Sí. Nuestro Padre, Dios, nos lo dio todo para que lo diéramos todo fecundando toda vida con la propia. Esta actitud exige conversión diaria, pues todos somos pecadores.
Creer que Dios jamás nos falla, que Él es nuestro éxito personal y que Éste es ya seguro, nos lleva a un Amor que no cede al miedo. Es normal que el dolor y la muerte den miedo.
Los apóstoles creen en Jesús, pero no en su Padre, ni les lleva su Espíritu, por eso fallan
Seguir a Jesús y su doctrina, como nosotros la captamos, es una cosa; amar como Él al Padre y sus planes, es otra. Para esto se necesita su Espíritu. Es la diferencia entre la religión, a nuestra medida, y la Fe en Cristo Jesús, Hijo amoroso del Padre, llevado por el Espíritu.
Todos estamos invitados, pero no todos deciden seguir a Jesucristo. Entonces no es el Espíritu de Jesús el que nos guía, sino el de nuestro mundo sin el Padre y... ¡fallamos en la Fe!
La Fe salva si lleva a las obras de Vida en la Verdad, propias del Espíritu del Padre.
Pidamos a María aceptar a su hijo Jesús con la libertad del Amor que da la vida como Él.
Padre José María Domènech Corominas, sdb
CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXIV
Is. 50, 5-9a: "El Señor me habló en la intimidad y yo no me resistí ni me eché atrás... no he escondido la cara delante de las ofensas y salivazos. El Señor me ayuda, por eso no me doy por vencido... sé que no quedaré avergonzado... Dios, el Señor, me defiende, ¿quién me podrá condenar?"
Salmo 114: "Seguiré caminando entre los que viven en la presencia del Señor"
St. 2, 14-18: "Si alguno dice tener Fe y no lo demuestra con las obras, ¿de qué sirve?... ¿la fe podrá salvarle?... Si no hay obras, la fe, ella sola, está muerta... Tú dices que tienes fe y yo tengo obras. Bien, entonces, si puedes, demuéstrame, sin obras, que tienes fe y yo, con mis obras, te demostraré mi Fe."
Mc. 8, 27-35: "Jesús, con sus discípulos, se fue por Cesarea de Filipo. Por el camino preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo... Y ustedes, ¿Quién dicen que soy?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Les prohibió que lo dijeran a nadie. Y comenzó a decirles: «El Hijo del Hombre debe padecer mucho...» Pedro... se puso a contradecirle. Pero Jesús… le dijo: «¡Apártate de aquí, Satanás! No piensas como Dios, sino como los hombres». Llamó a la gente y les dijo: «Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por Mí y el Evangelio, la salvará.»"
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