CICLO A – TIEMPO DE NAVIDAD – DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA
La familia, signo del Amor de Dios, dador de Vida y humanidad, nos lleva a ser personas y a madurar como tales y como sociedad.
La familia, signo del Amor de Dios, dador de Vida y humanidad, nos lleva a ser personas y a madurar como tales y como sociedad.
Sir. 3, 2-6.12-14: "En los hijos el Señor elogia al padre y sentencia a favor de la madre. Quien honra al padre expía sus pecados y quien honra a la madre gana un tesoro... Hijo mío, acoge a tu padre en la ancianidad... Dios no olvidará la piedad que tengas con tu padre, lo tendrán en cuenta para expiar tus pecados."
Salmo 127: "Felices los que temen al Señor y siguen sus caminos."
Col. 3, 12-21: "Tengan los sentimientos que convienen a los escogidos por Dios... compasión, bondad, humildad, serenidad, paciencia; sopórtense unos a otros... El Señor les ha perdonado, hagan Uds. lo mismo... el amor todo lo une y perfecciona... Que la Palabra de Cristo habite en Uds. con toda su riqueza... todo lo que hagan... háganlo en nombre de Jesús, dirigiendo, a través de Él, a Dios, el Padre, una acción de gracias digna... Esposas... esposos... hijos... padres..."
Mt. 2, 13-15. 19-23: "...el ángel del Señor se apareció a José en sueños y le dijo: «Levántate enseguida, toma al niño con su madre y huye a Egipto quedándote ahí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo»... “He llamado de Egipto a mi hijo”. Cuando murió Herodes... José se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel... se retiró a la región de Galilea y fue a vivir al pueblo de Nazaret... “Le llamarán nazareno”."
La Familia, signo humano de la Trinidad, siempre ha estado en el centro de la Providencia Divina: Dios le ha otorgado promesas maravillosas, tiene necesariamente sus propias tareas y goza del cuidado privilegiado del mismo Dios. ¡Felices los que se dejan guiar por lo que el Señor les indica, pues Él no falla ni abandona jamás, por esto el éxito les está asegurado!
La familia, en el plan de Dios, es garantía de éxito en la vida, tanto personal como social.
Dios está comprometido con la vida y ésta expresa su grandeza en el ser humano.
La persona humana no puede desarrollarse en la soledad y el abandono. Esto ya se dice en el Génesis. Aquí se nos muestra a un Dios que ha unido a la familia un cúmulo de ventajas y promesas sin parangón. Sólo la fidelidad a Dios tiene mayores ventajas.
Para Dios los padres, expresión de su Amor Providente, son sagrados. Quienes los respetan y atienden debidamente, tienen resultados de paz, purificación y vida eterna, que es el definitivo fin de nuestra vida. El Señor ha concedido la vida para que ésta se desarrolle sin fin y en felicidad creciente. ¿De qué serviría vivir si todo acabara en angustia y muerte?
La vida misma nos pide que la tomemos en serio, pues se construye en el don propio.
Pero la vida, como todas las cosas importantes, no se desarrolla sin costo personal.
Se necesita esfuerzo para liberarse de todo lo que nos impide la generosidad de dar la propia vida a beneficio de los demás. El primer don de la vida es tratarnos unos a otros con respeto y generosidad, paciencia y comprensión; tratando a los demás, nos dice Jesús, como deseamos que lo hagan con nosotros en circunstancias similares. La medida de nuestro “deber” es el bien que esperamos recibir. Así trata Dios a sus hijos: con Amor serio y sincero.
Lo más importante en la vida familiar es la comunicación y el perdón. Es signos de la presencia de Dios y de nuestra confianza en su Providencia. Por eso Jesús nos los da cada día.
Estas actitudes llevan a todos los miembros de la familia a construir una vida que favorece a cada uno de sus integrantes, superando toda la miopía y aislamiento del individualismo.
El futuro de paz vive de la humilde disponibilidad, atenta escucha y responsable obediencia
El peligro de muerte siempre está amenazando a la familia. Viene desde dentro, que es el peor y más difícil de superar, y desde fuera. No hay mayor daño de la familia que su desintegración y el fracaso de sus miembros en su misión de darse vida creciente unos a otros.
José nos muestra que para que la familia se desarrolle es necesario que la actitud de sus miembros esté centrada en el bien de los otros y no en las propias opiniones o conveniencias.
La humildad y obediencia responsable de José y María llevó a esta familia a mantenerse en creciente unidad, aún en la desgracia de la persecución, destierro y amenaza.
Pidamos a María construir cada día nuestras familias con los criterios de la Palabra.
Salmo 127: "Felices los que temen al Señor y siguen sus caminos."
Col. 3, 12-21: "Tengan los sentimientos que convienen a los escogidos por Dios... compasión, bondad, humildad, serenidad, paciencia; sopórtense unos a otros... El Señor les ha perdonado, hagan Uds. lo mismo... el amor todo lo une y perfecciona... Que la Palabra de Cristo habite en Uds. con toda su riqueza... todo lo que hagan... háganlo en nombre de Jesús, dirigiendo, a través de Él, a Dios, el Padre, una acción de gracias digna... Esposas... esposos... hijos... padres..."
Mt. 2, 13-15. 19-23: "...el ángel del Señor se apareció a José en sueños y le dijo: «Levántate enseguida, toma al niño con su madre y huye a Egipto quedándote ahí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo»... “He llamado de Egipto a mi hijo”. Cuando murió Herodes... José se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel... se retiró a la región de Galilea y fue a vivir al pueblo de Nazaret... “Le llamarán nazareno”."
La Familia, signo humano de la Trinidad, siempre ha estado en el centro de la Providencia Divina: Dios le ha otorgado promesas maravillosas, tiene necesariamente sus propias tareas y goza del cuidado privilegiado del mismo Dios. ¡Felices los que se dejan guiar por lo que el Señor les indica, pues Él no falla ni abandona jamás, por esto el éxito les está asegurado!
La familia, en el plan de Dios, es garantía de éxito en la vida, tanto personal como social.
Dios está comprometido con la vida y ésta expresa su grandeza en el ser humano.
La persona humana no puede desarrollarse en la soledad y el abandono. Esto ya se dice en el Génesis. Aquí se nos muestra a un Dios que ha unido a la familia un cúmulo de ventajas y promesas sin parangón. Sólo la fidelidad a Dios tiene mayores ventajas.
Para Dios los padres, expresión de su Amor Providente, son sagrados. Quienes los respetan y atienden debidamente, tienen resultados de paz, purificación y vida eterna, que es el definitivo fin de nuestra vida. El Señor ha concedido la vida para que ésta se desarrolle sin fin y en felicidad creciente. ¿De qué serviría vivir si todo acabara en angustia y muerte?
La vida misma nos pide que la tomemos en serio, pues se construye en el don propio.
Pero la vida, como todas las cosas importantes, no se desarrolla sin costo personal.
Se necesita esfuerzo para liberarse de todo lo que nos impide la generosidad de dar la propia vida a beneficio de los demás. El primer don de la vida es tratarnos unos a otros con respeto y generosidad, paciencia y comprensión; tratando a los demás, nos dice Jesús, como deseamos que lo hagan con nosotros en circunstancias similares. La medida de nuestro “deber” es el bien que esperamos recibir. Así trata Dios a sus hijos: con Amor serio y sincero.
Lo más importante en la vida familiar es la comunicación y el perdón. Es signos de la presencia de Dios y de nuestra confianza en su Providencia. Por eso Jesús nos los da cada día.
Estas actitudes llevan a todos los miembros de la familia a construir una vida que favorece a cada uno de sus integrantes, superando toda la miopía y aislamiento del individualismo.
El futuro de paz vive de la humilde disponibilidad, atenta escucha y responsable obediencia
El peligro de muerte siempre está amenazando a la familia. Viene desde dentro, que es el peor y más difícil de superar, y desde fuera. No hay mayor daño de la familia que su desintegración y el fracaso de sus miembros en su misión de darse vida creciente unos a otros.
José nos muestra que para que la familia se desarrolle es necesario que la actitud de sus miembros esté centrada en el bien de los otros y no en las propias opiniones o conveniencias.
La humildad y obediencia responsable de José y María llevó a esta familia a mantenerse en creciente unidad, aún en la desgracia de la persecución, destierro y amenaza.
Pidamos a María construir cada día nuestras familias con los criterios de la Palabra.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.