agosto 07, 2011

«Hombre de poca Fe, ¿por qué dudaste?»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 7 de agosto.

Creo que este domingo el Señor nos invita, una vez más, a tomar muy en serio nuestras decisiones, puesto que ellas definen nuestra vida y, frente a ellas, Él no puede hacer otra cosa que respetar lo decidido por nosotros; acercarse, en la medida que se lo permitamos, y ofrecernos los dones que realmente necesitamos, sabiendo que solo recibiremos lo que le aceptemos nosotros a Él y tal como se lo aceptemos… lo demás se perderá para siempre en nuestra historia y en la de los que nos rodeen en cuanto recibido de nosotros.

Puesto que somos libres, así son las cosas y esto jamás será diferente. La libertad que Dios nos dio para que construyamos nuestra vida en el tiempo de decisión, en esta segunda etapa de nuestra vida, jamás nos será quitada, aunque con algunas de nuestras decisiones nos encaminemos por un sendero de necedad mortal, arrastrando a otros con nosotros.

Es lo que Pablo lamenta dolorosísimamente respecto a su pueblo: de él nació Jesucristo, según la carne, del linaje de David, cumpliendo todas las Escrituras y no fue aceptado como el Mesías de Dios. Los guías del pueblo lo traicionaron por buscarse a sí mismos y sus intereses, que neciamente identificaban con los de la nación, como si defendieran los planes de Dios, al que traicionaban con su cerrazón, miopía y dureza de corazón.

Por eso Él nos invita a perseverar en la confianza en su Presencia liberadora, sanadora y santificadora. No le ha fallado jamás a nadie y jamás lo hará. Así le invitó a Elías y así le invita hoy a la Iglesia y a todas las Comunidades cristianas, sobre todo cuando éstas se sientan en la vorágine de la tempestad que el maligno, constante enemigo de la vida, de la paz y de la alegría profunda, desata contra la Iglesia y sus hijos, los discípulos de Jesús.

Todas sus promesas de Dios se han cumplido y se seguirán cumpliendo, pero ninguna de ellas nos será jamás impuesta, pues esto sería degradante y Dios, como buen Padre, jamás lo hará.

Los únicos que tenemos la posibilidad de degradarnos, somos nosotros mismos con nuestras decisiones, tanto las personales, como las sociales y comunitarias.

Debilidades, errores y desatinos siempre los tendremos, puesto que somos pobres, limitados y débiles seres humanos, pero nuestro Dios es el Padre Todopoderoso que jamás está lejos de ninguno de nosotros. Su Misericordia es eterna y su fidelidad dura por todas las edades.

Confiemos en el Señor y, cuando sintamos que nos hundimos, no dudemos en acercarnos a Jesús y suplicarle que nos auxilie, que nos salve, que nos dé una mano; y Él nos da no solo una mano, sino toda su Vida, que es Eterna; todo su Amor, que se ha hecho Alimento Eucarístico y Sacramente de Reconciliación; toda su Providencia que es Comunidad de vida para ofrecer Vida Nueva a toda persona de buena voluntad. No cedamos al desaliento jamás, Dios siempre está cerca y nos ama sin condiciones. No lo dudemos: ¡sin condiciones! Sólo nos pide que nos abramos a Él, sino ¿cómo podría ayudarnos sin imponerse? Y eso no es ayuda, sino avasallar con el propio poder, aunque sea por el cariño que nos tiene, pero ¿dónde queda nuestra dignidad de hijos llamados a la libertad, si ésta no se nos respeta?.

María, nuestro Auxilio, nos enseña a escuchar a su Hijo y a vivir diciendo en cada actitud y decisión: “Hágase tu Voluntad, Padre”.

Recemos unos por otros para que cada día seamos más fieles al Amor del Señor y lo demos a los más débiles, sobre todo a los más propensos de ser engañados: los niños, adolescentes, los jóvenes y la gente sencilla y necesitada. Seamos para ellos signos del Amor del Padre cariñoso.

Dios les bendiga copiosamente.

Unidos en oración con María, nuestra Madre Auxiliadora:

P. José Mª Domènech SDB

«Hombre de poca Fe, ¿por qué dudaste?»


¿Quién no ha sufrido la presión de las dificultades, tentaciones, crisis o tentaciones que asustan y desestabilizan? Ante los fracasos y desalientos ¿quién no ha sentido, alguna vez, el gran peso de su propia debilidad, como quien se hunde en un abismo de muerte sin esperanza?

¡Cuánto nos gusta saber que podemos contar con alguien seguro y fuerte, pero, al mismo tiempo, respetuoso, estimulante de nuestra propia dignidad, que confía en nosotros y nos levanta!

Cristo nos llama a la serenidad, a la paz, a la tranquilidad: ¡¡Es Él quien nos acompaña!!

La experiencia de Pablo, judío, es terrible: medita en su pueblo y le duele que no acepten el final del camino iniciado con la docilidad de los patriarcas, y la fidelidad de los profetas.

Cristo, el Salvador de todos, no cierra a nadie el camino. Él es el prototipo de docilidad al Padre y fidelidad a su Voluntad, su oblación hace que la Alianza sea Eterna y Universal.

Podemos estar seguros en las promesas de Dios, pero creer no es natural, exige decisión.

Quien mira a Jesús y sigue su Palabra, superará el mal, por muy fuerte que sea su ataque.

El Señor de la Vida nos ama y cuida; sólo intimar con Él nos permite seguir siempre adelante.

Isaías estaba profundamente deprimido por las continuas desviaciones del pueblo y los constantes ataques a la fe en el Dios de Alianza. Éste le llama a madurar su intimidad con Él.

El Señor se presenta y se expresa salvando con el Amor que anima a vivir en confianza y serenidad; no en el poder que arrastra ni en la furia que quema ni en la fuerza que aplasta.

Los dones de Dios nos fortalecen para la Misión, pero no nos quitan nuestras limitaciones

A Pablo le duele que el Pueblo elegido, como tal, haya cortado en ellos los planes de Dios.

Dios trabajó y enriqueció a su Pueblo con todo para que lo vivieran y comunicaran. Pero éste se dejó llevar por otros dioses y otras promesas, sumiéndose en la ceguera y debilidad.

Nunca dejaremos de experimentar las dificultades, pero jamás estamos solos: confiemos en Él

La intimidad de Jesús con el Padre nos protege de las fuerzas del mal, simbolizadas por el mar, y más si está embravecido. Nosotros somos débiles y las dificultades nos lo muestran.

Pedro desea experimentar la libertad y dominio de Jesús aun en la tormenta y fragilidad personal, pero, para eso, necesita la confiada intimidad de Cristo con su Padre, su Fe.

La salvación no está en nosotros mismos sino en la humildad de reconocer nuestra pequeñez y debilidad y abrirnos honestamente al Señor y Salvador de la Vida y de la Paz.

Pidamos a María seguir, apoyarnos y alimentarnos de Cristo, más allá de las dificultades.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.



CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XIX
El Señor Jesús nos invita a intimar más con Él para que no nos hundan las dificultades y seamos fieles a la Misión que Él no confió.


1R. 19, 9.11-13:
"Llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche… le fue dirigida la Palabra del Señor…: «Sal y quédate de pie… delante del Señor»… Sopló un viento huracanado… Pero el Señor no estaba en el viento. Después… hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después… se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después… se oyó… una brisa suave… Elías se cubrió el rostro… salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta".

Sal. 84: "Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación".

Rm. 9, 1-5:
"Digo la verdad en Cristo, no miento… Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, a favor de mis hermanos, los de mi propia raza. Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas y de ellos desciende Cristo, según la condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente".

Mt. 14, 22-33: "…Jesús obligó a sus discípulos a que… pasaran a la otra orilla… Después subió a la montaña para orar a solas… La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas… A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos… se asustaron… y… se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: «…soy yo, no teman»… Pedro le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo Jesús. Pedro… comenzó a caminar sobre el agua… al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y… gritó: «¡Señor, sálvame!» Jesús… le decía: «Hombre de poca Fe, ¿por qué dudaste?»… subieron a la barca y se calmó el viento… se postraron ante Él diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios»".




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