septiembre 02, 2011

«Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente»


Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 4 de setiembre.

Como el buen padre nos recuerda en su mensaje, el domingo se celebra el día del migrante. Para nosotros, pueblos latinoamericanos, este día tiene un sentido especial, pues quién no tiene un conocido, amigo o familiar que ha partido a otro lugar para buscar su prosperidad.

Tengamos una oración por todos ellos, que deben vivir la realidad de una cultura diferente y están lejos de nosotros. Y recordemos también aquéllos que partieron dejando su hogar para misionar en otras tierras. Dios bendiga a todos ellos y nuestra MA los cubra con su manto maternal. Gracias.

Este día 4 de setiembre celebramos el día internacional de oración y reflexión ante la realidad del migrante. Tenemos la opción de utilizar los textos que, como posibilidad, nos ofrecen nuestros obispos, pero creo que es mejor seguir, al menos en nuestra parroquia, con la enseñanza regular que el Señor nos ofrece en la lectura continuada de cada domingo, puesto que ya el domingo pasado la interrumpimos por la fiesta patronal, que, dicho sea de paso y con mucha alegría, salió muy bien participada, gracias a Dios y a toda la generosidad de cada uno de los miembros de la Comunidad parroquial. Dios les pague todo esfuerzo de evangelización hecho con nuestras celebraciones, en las manifestaciones populares de Fe y en la liturgia tan bien vivida.

Pero “perdimos” –ganando otros aspectos de la Palabra– la invitación a fiarnos del Señor y regalarle nuestra vida en orden al bien de nuestros hermanos, entre los que están los migrantes.

Este domingo la Palabra nos invita al Amor que cuida al hermano y les da vida. Ese amor que se expresa en la corrección fraterna, buscando una vida más plena para el hermano, sea quien sea.

Es importante que toda nuestra vida se ancle en la profundidad del Evangelio, que es el Amor de Dios hecho historia; hecho carne en Cristo; hecho Comunidad de Cristo, su Cuerpo, como dice el apóstol Pablo.

Si logramos irnos adentrando en el corazón verdaderamente Paterno-Materno de Dios, entenderemos por qué Él no quiere la destrucción-muerte de nadie, pues todos y cada uno de los seres humanos son sus hijos. Para ellos, para todos ellos, creó la tierra como su casa y los llamó a formar en ella, entre todos y con el aporte de todos y cada uno, una familia universal. Todos tenemos derecho a movernos por nuestra casa, pero sabiendo que debemos respetar los distintos ambientes, según la finalidad que se les dio para el bien de todos. No puedo hacer lo que quiera en el cuarto de mi hermano, pues es el ámbito donde él se expresa con entera libertad, así como mi hermano deberá respetar, siempre, mi cuarto; y los dos deberemos respetar los distintos ambientes de la Comunidad familiar para que todos, y todo, se desarrolle en la debida y necesaria paz. Así debe ser con nuestra tierra y, respetando todos el derecho de migración que toda persona tiene para su propio desarrollo y la propia dignidad, así, por otro lado, todos los migrantes deben respetar los ámbitos y parámetros de vida de los pueblos a los que llegan, aportándoles su riqueza para el Bien Común de todos y para el Bien Común de la gran familia humana.

Esto es lo que nos invita a vivir nuestra Fe y el Papa y nuestro Pastores nos lo recuerdan para que no lo olvidemos y no perturbemos la paz global que todos debemos construir.

Ellos son como los centinelas que Dios ha puesto en su lugar de observación para avisar a los que se equivocan a fin de que rectifiquen de actitud. Lo único que los mueve es el Amor, que es la única deuda que todo ser humano, hijo de de Dios por creación personal, tiene con su hermano, pues es Dios quien nos hace percibir que somos hermanos, por muy diversos que sean nuestros temperamentos, lugar de origen, raza, lengua, cultura o religión.

En este Amor, que Dios infundió en el corazón de cada ser humano, y al que nos llama desde lo más íntimo de nuestra conciencia, es en el que se apoya la necesidad y el deber de ayudar a todo hermano a que sea cada día mejor y supere sus errores cuando se equivoca.

Si lo puedo ayuda en un diálogo personal y privado, adelante; si no lo logro, buscaré a otro hermano que tenga más influencia o capacidad para intentarlo entre los dos; si no lo logramos, buscaremos la autoridad de la Comunidad y, si tampoco con esto logramos ayudar a nuestro hermano a cambiar su errada actitud, por ser distante del Evangelio, eso quiere decir que perdió contacto vivo con Éste y su vida se mueve con otros criterios que no son los de Cristo. Deberemos tratarlo, entonces, como alguien que no vive la Fe en Cristo, aunque diga que cree en Dios y es cristiano porque está bautizado, y habrá que comenzar a ofrecérsela, como se la ofrecemos respetuosamente a los paganos…

Lo importante es ayudar al hermano, no juzgarlo y menos todavía condenarlo; aunque, muy a nuestro pesar, debamos constatar que sus actitudes ya no siguen los criterios del Señor Jesús, el único Salvador.

Dios nos bendiga a todos y nos ayude a caminar como hermanos de todos, ya que, en el fondo, somos todos migrantes que avanzamos por la vida camino a la Casa del Padre, de cuyo seno salimos, como fruto de su Amor.

Unidos en oración con María:

P. José Mª Domènech SDB

«Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente»

Un momento muy difícil para toda persona es cuando se equivoca gravemente. Entonces le gustaría encontrar la comprensión y apoyo de todos, pero, por desgracia, lo que demasiadas veces encuentra es juicio y condena y esto no le ayuda a madurar ni a integrarse.

No tenemos derecho a juzgar a ninguna persona, porque no la conocemos bien, aunque creamos conocerla: ¡eso es mucha soberbia! Toda persona es un misterio y sólo Dios la conoce bien. Por eso Él nos pide no juzgar, sino ayudar, estimularla para que se supere en todo.

Por esto la única tarea que tenemos con nuestro hermano, quien camina a nuestro lado, es amarle con toda el alma, animarle, avisarle de sus errores, ofrecerle nuestra ayuda y la de la Comunidad, indicarle caminos adecuados de maduración, anunciarle que nadie está perdido, pues Dios a todos nos ama con la predilección propia de un perfecto padre-madre.

Es una terea vital y sustancial para el crecimiento de nuestra Comunidad humana y cristiana. No asumirla en serio es tan grave que nos condena como personas en situación de degradación, pues estamos traicionando nuestro ser hijos de Dios y, por tanto, hermanos de los que nos rodean; estamos traicionando la confianza que Dios puso en nosotros y que, sobre todo, los más débiles esperan de nuestra parte.

No se trata de obligar a nadie a que nos haga caso, pero, al menos, ofrecerle saber que no es bueno lo que está haciendo, pues se perjudica a él mismo, al perjudicar a otros que le rodean.

El Señor nos pide hablar claro, lo demás ya es responsabilidad de quien debe escuchar

Ezequiel, ante la tragedia de la infidelidad, vive la convicción de que no puede callar lo que Dios le pide comunicar a los infieles a la Ley: ¡debe ser fiel a Dios y a todos los hermanos!

Dios no acepta el silencio: ¡no es justo! Callar es asumir el fracaso del hermano.

Llamados a vivir el amor, el mismo Amor que Dios nos tiene, por eso no podemos callarnos

Lo básico es vivir en la dinámica de Dios: Amar dando vida y liberando. Es lo debido al hermano, compatriota o extranjero; no hacerlo es traicionar, abandonar, perder, condenarse.

Dios consideró que todo ser humano merecía Su Propia Vida; y se encarnó para dársela. Nada nos muestra más hijos fieles de Dios en la vida que ayudar a salvar a un hermano.

Al vivir atentos a la necesidad de apoyo del hermano, sabremos dirigirnos a Dios como Padre

Lo importante es el bien del hermano, no tanto juzgarlo. Si peca abiertamente, se le ayuda, personal o comunitariamente, a reconocer, y rectificar, su error y actitudes; y, si es necesario, se comenzará con él desde cero, como si fuera pagano, pues olvidó lo básico de la Fe.

El Amor de Cristo nos lleva a construir Comunión: Él nos preside y somos su Cuerpo.
Cristo, que nos une como Comunidad, da eficacia a nuestro decidir y a nuestro orar.

Pidamos a María que nos tratemos y ayudemos como hermanos en el Amor de Cristo.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XXIII
Dios desea cuidarnos a través de cada uno de sus hijos, toda persona humana, a la que le pide que, con su Amor, ayude a los hermanos


Ez. 33, 7-9:
"Hijo del hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte… si tú no hablas para advertir al malvado… el malvado morirá por su culpa; pero a ti te pediré cuentas de su sangre. Si tú adviertes al malvado… y él no se convierte, él morirá por su culpa; pero tú habrás salvado tu vida".

Sal. 94: "Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: «No endurezcan sus corazones»".

Rm. 13, 8-10:
"Que la única deuda con los demás sea el amor mutuo: quien ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos… se resumen es éste: “Amarás al prójimo como a ti mismo” El amor no hace mal al prójimo, por lo tanto el amor es la plenitud de la Ley".

Mt. 18, 15-20: "Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca a una o dos personas más… Si se niega a hacerles caso, dilo a la Comunidad. Si tampoco quiere escuchar a la Comunidad, considéralo como a un pagano o un publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que, si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre… se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos".



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