septiembre 09, 2011

«¿No debías tener tú también compasión... como yo la tuve de ti?»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 11 de setiembre.

Decidirnos por Cristo tiene sus serias consecuencias, también sumamente beneficiosas.

Ciertamente toda la vida es muy “seria”, y la sonrisa es una expresión de esta seriedad, tal vez una de las más importantes, pues los hermanos, todas las personas humanas, merecen el don de nuestra vida y ésta se entrega mejor teniendo nuestro espíritu lleno de serenidad y paz y la sonrisa, aunque no sea ‘espectacular’ es uno de sus signos. Los corazones amargados o llenos de angustia no llenan de vida a nadie, más bien la inquietan.

Decíamos que decidirnos por Cristo es serio, pues Él, para salvarnos y elevarnos, necesita que lo pongamos todo en sus manos: lo bonito y lo feo, lo grato y lo desagradable, lo que denominamos moralmente “bueno” y lo que no creemos que lo sea tanto, lo que nos enorgullece y lo que nos avergüenza, lo que nos permite caminar con la cabeza alta y lo que casi nos impide presentarnos en público sin temer reprimenda o crítica o humillación no exentas de razón en los hechos.

Cuando nos ponemos en las manos de Dios Él nos puede elevar; pero si le escondemos algo, si no se lo confiamos, si se lo negamos, Él no nos lo quitará, por muy malo que sea para nosotros, pues Dios jamás violenta a nadie: desea que todo sea por la vía de la buena voluntad, sencilla, leal, honesta, humilde y grata… Pablo nos dice que a Él no le gusta que le demos nada a la fuerza.

De ahí viene la invitación, que escuchamos el domingo pasado, a estimular y orientar al hermano para que supere su error, sea cual sea éste.

La importante invitación del domingo anterior, éste se hace explícita petición, con toda la gravedad de sus consecuencias: ¡¡¡Perdona a tu hermano siempre!!!

No seas necio, no guardes rencor, pues degrada al que lo hace, quien se muestra poco sensato y, por tanto, no de fiar. Guardar rencor supone haber juzgado, condenado y sentenciado y, al no poder aplicar la sentencia al momento, ésta se alarga en el tiempo, sin que, de ordinario, le llegue a afectar, sino hasta muy tarde, al –a nuestros ojos– “culpable”. Pero a quien siempre afecta el rencor, perjudicándole gravemente, es al que lo carga y alimenta, como quien tiene en su seno a una rata rabiosa; esto sobre todo se da cuando el rencoroso percibe, de algún modo, la cercanía del supuestamente ‘culpable’.

Hemos nacido para ser como Dios, que es compasivo y misericordioso, por eso Dios es perpetuo generador de vida en todo y en todos. A Él pertenecemos, nos dice Pablo, no podemos vivir con otros criterios sin ofender a quien es nuestro Señor y dueño por conquista cruenta y soportando ensañamiento para librarnos de todo mal profundo, que es el único capaz de quitarnos la vida que Dios nos dio.

Perdona, nos pide el Señor; pues, si no lo haces, esto es signo que no perteneces al Señor y que te estás aprovechando de Él, cosa vil y degradante que te condena a ti mismo, por no esforzarte en tener las mismas entrañas del Padre, pero sí pretender usufructuar sus dones y misericordia…

¿Qué sucederá contigo cuando llegue el día de la verdad?

Cada día nos expresamos en nuestras actitudes, que éstas sean las que Dios nos propone y nuestra vida, aun en medio de problemas, que nunca faltan, será feliz, muy seriamente feliz, a profundidades mayores cada día.

María nos enseñe a construir siempre la vida desde la comprensión y la misericordia, con nuestros hermanos y también con nosotros mismos, como Dios lo hace.

Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:

P. José Mª Domènech SDB


«¿No debías tener tú también compasión... como yo la tuve de ti?»


¿Quién está libre de equivocarse y ofender a otra persona o ser ofendido por ella?

Todos somos débiles y podemos pecar contra Dios y contra el hermano. La vida humana no puede evitar las heridas, aunque nos amemos. Y, si nos amamos, éstas son más dolorosas. Es la realidad. Dios nos conoce bien, y ¡por dentro!, porque nos ama con toda su Vida: ¡es nuestra vida! Él siempre perdona a todos, si se lo aceptan, pues no puede imponérnoslo, pues somos libres.

Si Dios nos tratara según nuestras faltas, ¡ya estaríamos destruidos!

Lo dio todo para que su perdón y Vida Nueva llenara nuestra vida, nuestro interior.
Aceptar el amor de Dios y dejarnos llenar por Él, mueve a aprender a perdonar también nosotros. Sólo el Amor de Dios nos permite comprender y vivir su misericordia y compasión.

Somos de Cristo, pues su Amor, una vez asumido, nos redime e impregna nuestra vida.

Si el hombre no quiere aprender a perdonar, su propia actitud le juzgará y condenará

Perdonar siempre será difícil. El hombre sensato sabe que debe aprender de Dios a perdonar, pues Él es justa bondad y misericordia y, si la vivimos en nosotros, nos salvaremos.

Toda la alianza de Dios fluye de su misericordia y compasión, nos toca trabajar para vivir según ella. Los grandes beneficiados seremos nosotros y la toda Comunidad humana.

Aceptar la misericordia de Dios significa abrirnos a que ésta se haga carne en nosotros.

El valor de nuestra vida está en la grandeza de aquel de quien nos fiemos aprendiendo de Él

Cuanto más una persona se cierra en sí misma, más pierde. Cristo es modelo de apertura al bien del otro y de entrega de la propia vida para que todo humano llegue a la real libertad.

Para la perenne vida feliz de la persona humana es crucial aceptar ser para Dios. Y serlo es posible porque Cristo se entregó por nosotros: ¡por eso somos de Él y a Él nos debemos!

El Dios de la vida, que es misericordia, nos pide perdonar al hermano siempre, aunque duela

El Perdón de Dios, como su Salvación, es gratuito; pero, para que fecunde en nosotros, debemos aceptarlo y hacerlo nuestro: debe impregnarnos y, aunque a veces duela, hacerse actitud personal en nuestro perdón sincero, acogida y apoyo para la superación del hermano.

Nuestra deuda con Dios es inmensa: resulta ridículo que estemos mirando la pequeña deuda de nuestro hermano hacia nosotros… ¿Somos más que Dios, que nos perdonó y perdona?

Cristo nos invita a la sensatez del perdón, pues nos abre a Dios y nos libera de todo.

Pidamos a María aprender a perdonar al hermano como Dios nos perdona a nosotros.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XXIV
Perdonar redime a la persona de sus degradaciones,
pues le acerca al corazón bueno de Dios
y la hace impulsor de vida, como Él


Eclo. 273, 30-29, 7:
"El rencor y la ira son abominables, y son patrimonio del pecador. El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu prójimo y, cuando ores, serán absueltos tus pecados… Acuérdate del fin y deja de odiar: piensa… en la muerte, y sé fiel a los mandamientos…; piensa en la alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa".

Sal. 102: "El Señor es bondadoso y compasivo".

Rm. 14, 7-9:
"Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor; tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos".

Mt. 18, 21-35: "Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano…? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «…¡hasta setenta veces siete! Por eso el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores… le presentaron a uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar… el rey se compadeció y… le perdonó la deuda. Al salir este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y… le dijo: “Págame lo que me debes”. El otro… le dijo: “Dame un plazo y te lo pagaré”. Pero él no quiso… Los demás… se apenaron mucho y fueron a contarlo a su Señor. Éste lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste y te perdoné la deuda. ¿No debías tener tú también compasión de su compañero, como yo la tuve de ti?” E, indignado, el rey lo puso en manos de los verdugos hasta que pagara la deuda. Lo mismo hará mi Padre… si no perdonan de corazón a sus hermanos»."




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