marzo 17, 2013

«Vete, no peques más»

Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este quinto domingo de Cuaresma, 17 de marzo.

El de Dios es un corazón que vive dando vida, aun cuando se encuentra con la muerte del pecador y de los que se creen justos. ¡Difícil saber cuál realidad es peor para el futuro! Yo sospecho que la segunda, pues ¿cómo podrá convertirse quien se cree bueno?

Dios lo hace todo nuevo, pero necesita que centremos nuestra vida en Él, pues sus maravillas no se imponen a nadie y quien no pone al Señor en el centro de su vida, lo deja –de algún modo– de lado, ya no le da el tiempo adecuado, pues ¡hay tantísimas urgencias cada día que no hay tiempo para perder! Y, aunque teóricamente no lo aceptemos, muchos casi viven como si Dios les hiciera perder tiempo.

La mujer adúltera no se puso frente a Jesús, como la samaritana no lo buscó, ni el ciego de nacimiento pidió ver, ni Lázaro que le resucitara: fue Jesús quien se acercó y actuó. A veces son las circunstancias: relación de personas que, con buena o mala voluntad, nos ponen en situación propicia para la acción de Dios y Él no pierde tiempo, se nos acerca y actúa de acuerdo a lo que es necesario en este momento... y nosotros, ¿cómo reaccionamos? La mujer aceptó el don del perdón; Pablo aceptó e hizo fructificar la gracia recibida; el profeta nos invita a saber reconocer que Dios está en nuestra vida haciendo cosas nuevas... Y éstas desean germinar en nuestra vida, pueblo, mundo. ¡Vean, gusten la bondad del Señor!

Toda una invitación a no esperar a mañana: hoy es el tiempo... la Salvación llega un año más... ¿La dejaremos pasar?

El domingo de Ramos viviremos cómo el triunfo del Señor se aproxima inexorablemente.

Sí, pasando por el sufrimiento, pero lo que se acerca es el triunfo, no el fracaso; aunque lo que aparece sea un rotundo fracaso. El mismo centurión romano supera el engaño y confiesa la verdad.

Aprendamos, estemos atentos, obedezcamos, no nos rebelemos, no nos resistamos, nos dirá Isaías. Lo mismo, aunque de un modo más vivencial y experiencial, es lo que dice san Pablo en su carta a los cristianos de Filipos. El salmo también lo confiesa desde el dolor inevitable, pues el mal hace temblar el universo y sólo se supera muriendo a la superficialidad humana y aceptando la sabiduría del Amor de Dios, que nos lleva al asombro y a la alabanza pública y constante. El evangelio de Lucas narra un acontecimiento mirado desde la Fe, pero sin ocultar la perplejidad que se despierta ante la necedad humana cuando ésta se cierra sobre sí misma.

La grandeza del hombre solo está en su origen y fin; principio y modelo: Dios, el Padre creador que glorificará a su Hijo absolutamente unido a Él por el Amor obediente.

María, Madre cercana al sufrimiento del hijo, por madre y por creyente, nos ayude a madurar nuestra Fe en una escucha atenta y humilde de la Palabra que nos lleve a la obediencia y al don de la vida para que los hermanos que nos rodean tengan vida y la tengan en abundancia, como es la Voluntad de Dios.

La bendición del Padre nos anima a caminar por este sendero de discípulo atento y fiel, que hace de Cristo Jesús el centro de su vida, el modelo de su amor y el horizonte de su historia.

Unidos en oración con María, la Madre de la Esperanza firme y creativa:

P. José Mª Domènech SDB





«Vete, no peques más»
¿Quién no necesita el perdón? Reconocer que lo necesitamos es saludable y acudir a pedirlo es verdadera obra del Amor de Dios. A veces los caminos de Dios son del todo inauditos e inesperados.

El perdón de Dios es absolutamente comprensivo: basta reconocer, acercarse y querer superar el mal.
Estamos ante una real consecuencia del mensaje del domingo pasado: el perdón de Dios es total y regenerador, pero no sustituye nuestra personal responsabilidad.

Dios hace cosas nuevas: nos renueva el corazón y, con él, renueva nuestros ambientes. No nos cambia el corazón, somos los mismos, con las mismas dificultades, pero nos da su Espíritu y, si lo aceptamos como nuestro guía, el corazón va cambiando sus prioridades; lo que era muy importante, es desplazado; y lo poco atendido, pasa a ser lo prioritario. La acción es suya, pero la decisión es nuestra. Por eso nos premia.

Para el apóstol san Pablo, conocer a Cristo, desde que lo aceptó en su vida, pasó a ser tan vital, que todo lo demás quedó como prescindible –desperdicio–, dice él.

¿Qué importancia tiene Cristo en nuestra vida? Es una pregunta vital, pues de su respuesta real, no la deseada o soñada, dependen todas nuestras actitudes vitales. ¿Cuántas veces deberíamos reconocer que somos personas más o menos religiosas –incluso “católicas”– pero, siendo honestos, no cristianos ¿Cuántos religiosos y sacerdotes podemos decir lo mismo que san Pablo en nuestra relación con Cristo?

Dios hace cosas nuevas. Cada redención es un hijo, una hija, que renueva su relación viva con el Padre

La acción de Dios es siempre constructora de novedad en el corazón y en la sociedad. Su sello, la alegría.

Lo que aplasta y atemoriza, también quita vida, por eso Dios lo destruye para que podamos vivir en paz.

Para Pablo esta relación era tan vital e importante que todo lo demás, ante ella, era secundario

Pablo deja el pasado, con todo lo positivo o negativo que en él vivió, y centra toda su atención en Cristo.

La presencia de Dios siempre es renovadora: es el signo de su Amor y nos lanza a recuperar o hacer madurar la filiación con la que nos creó. Por tanto, si el pasado es peso que no ayuda, no viene de Dios.

El perdón de Dios depende de su corazón paterno-materno que solo desea la recuperación real del hijo

A las primeras comunidades cristianas les costó mucho asimilar esta generosidad tan amplia del Señor.

Jesús no recrimina a la mujer; solo le pide que, en adelante, no peque más: sin concesiones, le pide que no se degrade ni ayude la degradación de otros equivocados. Se creen muy liberados, pero son esclavos.

La salvación de Dios es gratuita, solo nos pide vivir en su presencia, sentirse mirado, amado y renovado.

Pidamos a María nos enseñe a vivir en la presencia del Dios-Amor renovador de la vida y la esperanza.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO C – TIEMPO DE CUARESMA – DOMINGO V

El Amor de Dios nos renueva y llena nuestra vida de Esperanza, Paz y Alegría, pero es necesario acercarnos a Él o dejar que nos acerquen: Él es vida.

Is. 43, 16-21:
"Así habla el Señor, el que abrió un camino a través del mar... el que hizo salir... todo un ejército de hombres aguerridos; ellos... se consumieron como una mecha: «No se acuerden de las cosas pasadas... yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?... haré brotar aguas en el desierto... para dar de beber a mi pueblo, mi elegido, el que yo me formé para que pregonara mi alabanza»."

Sal. 1251-6: "¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!"

Flp. 3, 8-14:
"Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él... con [la] justicia... que nace de la Fe en Cristo... Así podré conocerlo a Él,... el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos... a fin de llegar... a la resurrección de entre los muertos... Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia delante y corro en dirección a la meta para alcanzar el premio del llamado... que Dios me ha hecho en Cristo Jesús".

Jn. 8, 1-11: "Jesús... Al amanecer, volvió al templo, todo el pueblo acudía a Él... se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro,... Moisés en la ley nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba... Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «Aquel de Uds. que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» E, inclinándose de nuevo, siguió escribiendo... Al oír estas palabras, todos se retiraron... comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer... e, incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?» «Nadie, Señor.», respondió ella. «Yo tampoco te condeno – dijo Jesús–. Vete, no peques más en adelante»."

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