diciembre 15, 2013

«Estén siempre alegres»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 15 de diciembre.

Recordemos que hoy nos corresponde encender tres velas de nuestra Corona de Adviento rezando con la familia la siguiente oración:

En las tinieblas se encendió una luz,
en el desierto clamó una voz.
Se anuncia la buena noticia:
"¡El Señor llega!
Preparen sus caminos
porque ya se acerca.
Adornen sus almas
como una novia se engalana
el día de su boda"
Ya llega el mensajero.
Juan Bautista no es la luz,
sino el que nos anuncia la luz.
Al encender estas tres velas
cada uno de nosotros quiere ser
antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes.
¡Ven, Señor, ven a salvarnos,
envuélvenos en tu luz,
caliéntanos en tu amor!

Tomado de El Pan del Alma


El domingo primero se nos invitaba a la atención y vigilancia; el pasado a la conversión y en este domingo se nos pide que nos dejemos invadir por la alegría del Señor llega con la Salvación, aunque suponga mucha paciencia, como nos dice Santiago, para seguir la tarea evangelizadora que nos permite construir, en nuestro desequilibrado mundo actual, la civilización del amor y la vida para que nadie sea excluido por comportamientos en los que no prima ni la vida, ni el respeto por los débiles y los pequeños.

Juan, el Bautista, está en la cárcel y todavía le siguen algunos de sus discípulos, pero éstos no saben cómo situarse frente a esta persona que ahora llama tanto la atención de todos, para bien o para criticarlo. Juan ya dijo quién era, pero ellos parece que no entendieron, salvo Juan y Andrés que siguieron de inmediato a Jesús. Por eso Juan les manda a preguntar al mismo Jesús, para que sea Él quien les ayude a entender; pero Jesús no les explica nada, solo les pide que abran los ojos y los oídos para ver las maravillas que surgen por todas partes y entender lo que escuchan a muchos narrar y admirar. No se trata de hacerse fama, sino de abrir la conciencia a los signos del Amor de Dios que actúa y salva ahora. Pero eso es algo que debe hacer personalmente cada uno.

El Papa nos pregunta, de muchos modos, cuáles son los signos de vida y amor que esparcimos a nuestro alrededor como Evangelio viviente, para que los que nos rodean, y están desorientados o equivocados, reconozcan la presencia del Salvador. La nueva evangelización no es una teoría o una forma de hablar o vivir, sino un espíritu que lo transforma todo, aunque se usen palabras similares y formas parecidas a las de antes. Volvemos a lo que se nos pidió antes: es necesario que nos convirtamos al Señor de la Vida para que fluya la alegría y ésta sea a puerta por la que, paciente y serenamente, muchos vuelvan, hoy en día, a captar y vivir como vida suya el Evangelio.

Dios llega a nosotros con su Salvación. El Bautista nos lleva a Jesús, ¿nosotros vemos y oímos? María, la mujer atenta a toda presencia de Dios, nos enseña a escuchar la Palabra, a vivirla y a llenar nuestra vida de su alegría, aun en las dificultades, para seguir adelante en nuestro caminar evangélico en medio de nuestros hermanos, aunque ahora no veamos muchos frutos.

Unidos en oración con María, la Madre atenta que nos llena de su alegría y paciente esperanza:

P. José Mª Domènech SDB


«Estén siempre alegres»
El fuego siempre calienta, ¡y hasta quema lo que se ponga en él!, pero si estamos lejos, seguimos con nuestro frío, y no por el fuego, sino por nuestra decisión de mantenernos alejados de él y su fuerza y calor.

La alegría es un don de Dios. Él nos la dio al crearnos con su Amor paterno. Pero, por ser nosotros seres libres, es un don que nosotros debemos cuidar y profundizar con una creciente intimidad con Él.

Algo similar al pacífico gozo que viven los enamorados cuando están juntos, aunque no se digan nada, pero que crece si se desarrolla entre ellos una cálida y respetuosa intimidad que les lleve a ser mejores. Así desea nuestro Padre Dios que sea nuestra relación con Él. Él se nos acerca siempre, ¿y nosotros?

Hoy el Señor, a través de su Palabra, nos pide vivir en la alegría de sabernos cuidados y amados por Dios: la alegría del que vive en paz, gozo estable y sin estridencias; ésta le lleva a vivir y proyectarse en la esperanza y superando todo momento de desazón, limitación, debilidad, dolor, injusticia o crisis.

Lo que nos propone el Señor viene apoyado en su Amor estable y todo-poderoso que no abandona a ninguno de sus hijos, aunque no pueda –porque no quiere magullar su libertad– obligarle a nada; la persona debe aceptar la propuesta con suficiente conocimiento de lo que se le ofrece y en real libertad interior.

Santiago nos pide que no perdamos la calma: lo que Dios nos asegura es infalible: ¡se realizará!

¡Ánimo, no teman! El Señor viene a salvarnos; toda nuestra realidad se transformará ante su presencia.

El profeta llama a la alegría a todos, sobre todo a los atrapados en el mal. No teman: el Señor viene.

Todos necesitamos ser liberados de tantas cadenas –sociales, familiares, personales– de tantos pecados –personales y sociales– de tantos males que nos hemos echado encima. Para eso viene el Señor.

No perdamos la calma: tengamos la confianza y creativa paciencia del que está seguro de lo que viene

La paciencia industriosa y serena del campesino es la mejor imagen para indicar el fruto de la Fe en el Señor que llega a salvarnos y, precisamente por eso, llena nuestra vida de gozosa esperanza.

Siempre habrá límites, seamos comprensivos y pacientes sin dejar jamás de hablar como los profetas.

Miremos la realidad: con la presencia del Señor vuelve la paz y la alegría brota en el que se le acerca

Juan está inquieto por sus discípulos: ¿serán capaces de percibir la presencia del Mesías? Por eso los envía. Jesús no impone, solo pide atención y ver las señales de su presencia salvadora. ¡Es mi decisión!

Jesús nos pide que no le atemos a nuestros criterios y tiempos, pues acabaremos escandalizados de Él.

Pidamos a María vivir, sin condiciones, en la alegría de la salvación que Jesús nos ofrece y ella vivió.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO A – TIEMPO DE ADVIENTO – DOMINGO III

El Señor viene a salvarnos: Él sana y renueva la alegría de su Amor en nosotros; nos pide le recibamos sin condiciones para que gocemos siempre más

Is. 35, 1-6a.10:
¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la espeta!... Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón... Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!... Él mismo viene a salvarlos.» Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor... los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán.

Sal. 1456-10: Señor, ven a salvarnos.

St. 5, 7-10:
Tengan paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrados esperan el fruto precioso de la tierra... Tengan paciencia y anímense, porque la venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

Mt. 11, 2-11: Juan Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que Uds. ven y oyen: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia se anuncia a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!» Mientras los enviado de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver en el desierto?... ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.»





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