Como todas las semanas, el querido padre José María nos envía su paternal mensaje y la sugerencia homilética para los textos correspondientes a la liturgia de este domingo 24 de octubre.
24 de octubre. Día de San Antonio María Claret, misionero español que defendió la dignidad de la mujer y la santidad de la familia y del matrimonio en Cuba y España.
24. Día de nuestra MA.
¿Vale la pena esperar la ayuda del Señor?
Siempre vale la pena; pero no todos lo logran porque no todos creen de verdad en Él y desean que todo se haga según sus propios planes o tiempos y se desesperan al percibir que "dios tarda mucho o no hace caso"... ¡Como si así lograran más!
No es fácil creer, se necesita fiarse como los niños. Lo dijo muy claro Jesús: «Si no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos», que es el Reino del Amor confiado e industrioso.
No basta decir que se cree, es necesario hacerlo de verdad y esto supone la fidelidad de Jesús al Padre; la de Pablo a Cristo y, en Él, al Padre; la de Pedro, la de todos los santos, que pusieron, como María toda su vida en las manos de Dios pues estaban convencidos de ser amados y cuidados por Él y de Él aceptaban su Plan de entrega de vida, de 'oblación', como Pablo presenta el final de su vida.
No se trata de ser bueno o de hacer algo bueno o de portarse bien, sino de ser dóciles y abandonarse a la Voluntad del Padre y si Él, conociéndonos como nos conoce, nos llama para algo que nos deja perplejos, o permite algo que no pensábamos bueno para nosotros o nos hace esperar en lo que juzgábamos vital, pues lo aceptamos y tratamos de vivir en ello a la máxima plenitud posible su Amor y Don de Vida.
La humildad del publicano le abre al Amor cariñosamente materno de Dios; la soberbia del fariseo le cierra a todo don de alguien, ni de Dios ni de los hombres que, en el fondo de su alma, desprecian toda soberbia, aunque a veces la adulen, después de todo, creo yo que la adulación es una de las tantas formas de degradación y desprecio de la dignidad del otro. Y esto se muestra claro cuando éste cae en desgracia: los aduladores, si no se vuelven enemigos, desaparecen de su futuro, al menos inmediato.
Dios nos ayude a ser humildes, dóciles al Señor, como María, y disponibles a lo que Él, en su amorosa Providencia acepte o determine para nosotros.
Ante toda circunstancia una sola pregunta al Señor: "¿Qué deseas ahora de mí?"
Dios nos bendiga a todos.
Unidos en óración con María nuestro Auxilio:
P. José Mª Domènech SDB
¿Qué es lo más importante en la vida: cumplir exactamente las normas y leyes o esforzarse por dar vida y valorar a los que nos rodean, aun con sus límites y defectos?
¡Vivir es Amar: dar vida. El simple cumplir, aun reconociendo su real importancia, empequeñece, si no anula, la propia existencia y la de los demás, sometiéndola a un criterio limitante!
La vida, al entregarse, adquiere dimensión divina y perspectiva de eternidad, al dar al otro la novedad de la propia vida, multiplicándose, así, en el desarrollo de otras muchas vidas.
La felicidad que Dios puso en nosotros no cuaja hasta que no despierta felicidad en los que nos rodean. Estamos hechos para dar vida, porque el origen de nuestra existencia es Dios: Dador de Vida por Naturaleza. Pero no basta que Dios sea nuestro creador personal, y, por tanto, seamos sus hijos por creación, debemos aceptarlo personalmente, pues en Dios todo es libertad y nosotros hemos sido dotados de ella para que podamos aceptar ser hijos por adopción.
El egoísmo y la soberbia, que se pueden dar en la naturaleza humana, son aberraciones y degradaciones mayúsculas, pues atacan su propia identidad sustancial de personas libres.
Dios, siempre misericordioso y bueno, nos cuida, sobre todo en los momentos de debilidad
Convertirse significa aceptar los criterios de Dios. Éstos pasan a ser nuestra ley interior y, así, como Dios, con humildad de corazón y misericordia, tratamos al hermano débil y caído.
Dios deshecha los comportamientos sólo aparentes y la obediencia externa; pues desea un corazón dócil a su Voluntad de Vida, Paz y Dignidad para todos, sobre todo los marginados.
Su identidad de Madre-Padre le lleva a escuchar siempre las súplicas de los indefensos.
Lo que se nos pide es que seamos, como Dios, dadores de vida, de nuestra vida: éste es el éxito
Pablo hace el balance de su vida y puede estar satisfecho: ¡fue fiel! Su vida es una oblación, como la de Cristo, pues de Él aprendió a vivir como hijo de Dios y hermano de todos.
Dios, Padre Bueno y Justo, es la recompensa de todos sus hijos fieles, como nos mostró, con la Resurrección, ser la recompensa de Jesús, el Cristo de Dios, el Redentor, el Salvador.
El Apóstol ve con claridad que sus compañeros podían abandonarlo, pero jamás lo hace el Padre, quien siempre estuvo con él, sobre todo en los momentos más críticos y desesperados.
Dudar de la cercanía de Dios es una tentación contra la Fe y esto nos quita la Esperanza porque se debilita el Amor. Solo la oración humilde y sencilla, apoyada en el Amor de Dios, nos puede defender de tan destructiva tentación que nos lleva a juzgar y a condenar rompiendo la Comunión con Dios y con los hermanos.
La debilidad y pequeñez humana no alejan de Dios, sino que nos acercan, si se las confiamos
Los soberbios, centrados en sí, usan a Dios sin fiarse de Él, más bien le juzgan en todo.
Sólo la humildad, en su realismo, sabe recibir los dones de Dios y valorar su acción en nosotros. Si Dios es recibido y secundado con dócil sencillez, muestra sus maravillas eternas.
Pidamos a María la humildad disponible de Pablo, pues siempre necesitamos de Dios.
Sir. 35, 12-14.16-18: "El Señor hace justicia; no se deja llevar por el prestigio de los hombres, no se deja influir por nadie en prejuicio de los pobres… no se hace el sordo ante el clamor de los huérfanos… de las viudas… los gritos de auxilio de los desvalidos atraviesan las nubes… El Señor… no tardará en salir a favor de ellos".
Salmo 33: "El pobre invocó al Señor y Él le escuchó".
2Tm. 4, 6-8.16-18: "…mi vida ya es una ofrenda como una libación derramada sobre el altar. Ya me ha llegado el momento de romper amarras y dejar el puerto… ya tengo reservada la corona que me he ganado… todos me han abandonado. Que Dios les perdone… Dios me ha salvado de las fauces del león… me salvará para el Reino celestial…"
Lc. 18, 9-14: "Jesús dijo esta parábola refiriéndose a quienes se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo… oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás…” En cambio, el publicano… se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí…!” Les aseguro que éste último volvió a casa purificado, pero no el primero…"
24 de octubre. Día de San Antonio María Claret, misionero español que defendió la dignidad de la mujer y la santidad de la familia y del matrimonio en Cuba y España.
24. Día de nuestra MA.
¿Vale la pena esperar la ayuda del Señor?
Siempre vale la pena; pero no todos lo logran porque no todos creen de verdad en Él y desean que todo se haga según sus propios planes o tiempos y se desesperan al percibir que "dios tarda mucho o no hace caso"... ¡Como si así lograran más!
No es fácil creer, se necesita fiarse como los niños. Lo dijo muy claro Jesús: «Si no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos», que es el Reino del Amor confiado e industrioso.
No basta decir que se cree, es necesario hacerlo de verdad y esto supone la fidelidad de Jesús al Padre; la de Pablo a Cristo y, en Él, al Padre; la de Pedro, la de todos los santos, que pusieron, como María toda su vida en las manos de Dios pues estaban convencidos de ser amados y cuidados por Él y de Él aceptaban su Plan de entrega de vida, de 'oblación', como Pablo presenta el final de su vida.
No se trata de ser bueno o de hacer algo bueno o de portarse bien, sino de ser dóciles y abandonarse a la Voluntad del Padre y si Él, conociéndonos como nos conoce, nos llama para algo que nos deja perplejos, o permite algo que no pensábamos bueno para nosotros o nos hace esperar en lo que juzgábamos vital, pues lo aceptamos y tratamos de vivir en ello a la máxima plenitud posible su Amor y Don de Vida.
La humildad del publicano le abre al Amor cariñosamente materno de Dios; la soberbia del fariseo le cierra a todo don de alguien, ni de Dios ni de los hombres que, en el fondo de su alma, desprecian toda soberbia, aunque a veces la adulen, después de todo, creo yo que la adulación es una de las tantas formas de degradación y desprecio de la dignidad del otro. Y esto se muestra claro cuando éste cae en desgracia: los aduladores, si no se vuelven enemigos, desaparecen de su futuro, al menos inmediato.
Dios nos ayude a ser humildes, dóciles al Señor, como María, y disponibles a lo que Él, en su amorosa Providencia acepte o determine para nosotros.
Ante toda circunstancia una sola pregunta al Señor: "¿Qué deseas ahora de mí?"
Dios nos bendiga a todos.
Unidos en óración con María nuestro Auxilio:
P. José Mª Domènech SDB
"El pobre invocó al Señor y Él le escuchó"
¿Qué es lo más importante en la vida: cumplir exactamente las normas y leyes o esforzarse por dar vida y valorar a los que nos rodean, aun con sus límites y defectos?
¡Vivir es Amar: dar vida. El simple cumplir, aun reconociendo su real importancia, empequeñece, si no anula, la propia existencia y la de los demás, sometiéndola a un criterio limitante!
La vida, al entregarse, adquiere dimensión divina y perspectiva de eternidad, al dar al otro la novedad de la propia vida, multiplicándose, así, en el desarrollo de otras muchas vidas.
La felicidad que Dios puso en nosotros no cuaja hasta que no despierta felicidad en los que nos rodean. Estamos hechos para dar vida, porque el origen de nuestra existencia es Dios: Dador de Vida por Naturaleza. Pero no basta que Dios sea nuestro creador personal, y, por tanto, seamos sus hijos por creación, debemos aceptarlo personalmente, pues en Dios todo es libertad y nosotros hemos sido dotados de ella para que podamos aceptar ser hijos por adopción.
El egoísmo y la soberbia, que se pueden dar en la naturaleza humana, son aberraciones y degradaciones mayúsculas, pues atacan su propia identidad sustancial de personas libres.
Dios, siempre misericordioso y bueno, nos cuida, sobre todo en los momentos de debilidad
Convertirse significa aceptar los criterios de Dios. Éstos pasan a ser nuestra ley interior y, así, como Dios, con humildad de corazón y misericordia, tratamos al hermano débil y caído.
Dios deshecha los comportamientos sólo aparentes y la obediencia externa; pues desea un corazón dócil a su Voluntad de Vida, Paz y Dignidad para todos, sobre todo los marginados.
Su identidad de Madre-Padre le lleva a escuchar siempre las súplicas de los indefensos.
Lo que se nos pide es que seamos, como Dios, dadores de vida, de nuestra vida: éste es el éxito
Pablo hace el balance de su vida y puede estar satisfecho: ¡fue fiel! Su vida es una oblación, como la de Cristo, pues de Él aprendió a vivir como hijo de Dios y hermano de todos.
Dios, Padre Bueno y Justo, es la recompensa de todos sus hijos fieles, como nos mostró, con la Resurrección, ser la recompensa de Jesús, el Cristo de Dios, el Redentor, el Salvador.
El Apóstol ve con claridad que sus compañeros podían abandonarlo, pero jamás lo hace el Padre, quien siempre estuvo con él, sobre todo en los momentos más críticos y desesperados.
Dudar de la cercanía de Dios es una tentación contra la Fe y esto nos quita la Esperanza porque se debilita el Amor. Solo la oración humilde y sencilla, apoyada en el Amor de Dios, nos puede defender de tan destructiva tentación que nos lleva a juzgar y a condenar rompiendo la Comunión con Dios y con los hermanos.
La debilidad y pequeñez humana no alejan de Dios, sino que nos acercan, si se las confiamos
Los soberbios, centrados en sí, usan a Dios sin fiarse de Él, más bien le juzgan en todo.
Sólo la humildad, en su realismo, sabe recibir los dones de Dios y valorar su acción en nosotros. Si Dios es recibido y secundado con dócil sencillez, muestra sus maravillas eternas.
Pidamos a María la humildad disponible de Pablo, pues siempre necesitamos de Dios.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO C - TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XXX
Dios está centrado en nuestra vida y su éxito en fidelidad, que es lo único que lleva a la madurez la felicidad que Él nos regaló al crearnos
Dios está centrado en nuestra vida y su éxito en fidelidad, que es lo único que lleva a la madurez la felicidad que Él nos regaló al crearnos
Sir. 35, 12-14.16-18: "El Señor hace justicia; no se deja llevar por el prestigio de los hombres, no se deja influir por nadie en prejuicio de los pobres… no se hace el sordo ante el clamor de los huérfanos… de las viudas… los gritos de auxilio de los desvalidos atraviesan las nubes… El Señor… no tardará en salir a favor de ellos".
Salmo 33: "El pobre invocó al Señor y Él le escuchó".
2Tm. 4, 6-8.16-18: "…mi vida ya es una ofrenda como una libación derramada sobre el altar. Ya me ha llegado el momento de romper amarras y dejar el puerto… ya tengo reservada la corona que me he ganado… todos me han abandonado. Que Dios les perdone… Dios me ha salvado de las fauces del león… me salvará para el Reino celestial…"
Lc. 18, 9-14: "Jesús dijo esta parábola refiriéndose a quienes se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo… oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás…” En cambio, el publicano… se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí…!” Les aseguro que éste último volvió a casa purificado, pero no el primero…"
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