enero 01, 2011

Santa María, Madre de Dios




Para iniciar bien el nuevo año, tenemos el mensaje y las sugerencias homiléticas del querido padre José María.


A pesar de los 106 mensajes que esperan ser leídos, llegados desde el día 25, y agradeciendo todos sus saludos y oraciones por mi ministerio e intenciones, no quiero dejar pasar la oportunidad de poder enviarles a tiempo las sugerencias homiléticas que corresponden al 1° y al 2 de enero.

La Navidad, este año, ha resultado ser un tiempo muy rico en Palabra concentrada en muy pocos días, cosa que no suele pasar en otras fiestas. Todo está muy seguido y exige atención para no perder tanta riqueza.

El primero celebramos a santa María, Madre de Dios, el Dios de la Vida y de la Paz y reflexionamos sobre el gran Don: su Hijo Único encarnado por nosotros.

Si escucháramos con la atención interior y siempre disponible de María, de otro modo iría nuestra vida. Nuestro mundo vería con mayor nitidez la claridad del Evangelio que a nosotros nos corresponde esparcir por identidad cristiana...

Pero todos estamos en camino, y, a veces, hasta nos estancamos o por nuestras debilidades y cerrazones o, peor todavía, porque, absolutamentete desquiciados, creemos que ya estamos bien y solo debemos mantenernos.

En la vida cristiana, es decir, en la filiación divina, no avanzar en la intimidad y docilidad al Señor, es retroceder y tricionar los planes de Vida Nueva de Dios en favor de los hombres, varones y mujeres, sus hijos e hijas, también a nuestros cuidados confiados, y también, por lo anterior, abandonar en su desconcierto a nuestro mundo, tan atacado por el enemigo, que jamás descansa...

En realidad, un verdadero salesiano, como Don Bosco, no puede descansar ni en su camino personal y comunitario de Fe ni en su misión de testificar el Evangelio a todos, en especial a los últimos y más necesitados, sobre todo de los jóvenes... Nunca deja de orar por ellos, nunca deja de meditar para ellos, nunca deja de vivir con ellos, aunque no siempre esté físicaeante a su lado, por lo que sea.

Sólo el Señor Jesús nos tranmite lo que Dios es, nunca dejemos de vivir en Él y con Él: en la meditación de su Palabra, en la vitalidad comprometedora y proyectiva, de sus sacramentos, en la Comunión misionera de su Comunidad y en la intimidad luminosa y sazonadora de la intimidad orante con el Señor. Sólo así seremos lo que Dios quiere: bendición para Su Pueblo y Gloria de Dios, que tanto nos ha bendecido y nos glorifica en Cristo.

Dios nos bendice a todos, seamos bendición Suya para todos nuestros hermanos como lo fue, y es, María y como lo mostraron Don Bosco y María Mazzarello.

Unidos en oración con María, nuestra Madre Auxiliadora:

P. José Mª Domènech SDB



SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
Jesús es la bendición de Dios a su Pueblo; Él nos llega por María, la Madre que medita con dócil sencillez la acción de Dios en la historia



Nm. 6, 22-27: "Bendigan al pueblo… con estas palabras: «Que el Señor te bendiga y te guarde, te dé ver la claridad de su mirada, se apiade de ti... Que el Señor te mire y te dé la paz»..."

Salmo 66: "El Señor tenga piedad y nos bendiga".

Gal. 4, 4-7:
"Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo... para que llegáramos a ser de hijos... nos ha enviado el Espíritu de su Hijo, que grita en nuestros corazones: «¡Abbá, Padre!» ...ya no eres esclavo, sino hijo y si eres hijo, también eres heredero..."

Lc. 2, 16-21: "Los pastores fueron a Belén y encontraron a María y a José con el niño en el pesebre... contaron lo que les habían dicho sobre el niño… María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Los pastores se regresaron glorificando a Dios... A los ocho días, al circuncidarlo, le pusieron el nombre de Jesús..."


El pueblo de Israel, y nosotros con él, conoció a su Señor a través de las obras de Dios experimentadas, siempre y cuando no manipulara ni su destino ni significado, pervirtiéndolas.

Sólo quien está atento a la real Presencia de Dios, aun en lo más pequeño que acontezca, podrá gozar de su acción. Así lo vivió María desde el principio. Dios siempre es bendición.

Hemos sido creados para ser, como Dios, bendición que rescata y enaltece lo mejor de todos

Éste es el contenido al que se refiere la bendición que el Señor pide se dé a su Pueblo. La claridad del rostro de Dios es la claridad de la conciencia que nos permite descubrir la constante Presencia Providente y Benefactora del Dios de la Vida que, en su Amor, está presente en todos los repliegues de nuestra vida cotidiana. Él es eficiente, pero sin imposiciones.

Padre de toda vida, es fuente de toda maternidad. En Él aprendió María su maternidad humana, ¡y divina!, en la diaria meditación de la Palabra hecha historia, acontecimiento cotidiano, transmisión escrita, proclamación en la asamblea, y en la oración constante, personal, conyugal, familiar, comunitario-sacramental. Así aprendemos a ser como Jesús: bendición viva.

Solo conocemos a Dios en la vida compartida y comprometida en una subsidiaria solidaridad

No hay otro modo de conocer la materno-paterna sensibilidad de Dios. A las personas, individual y/o socialmente, se les conoce sólo en la intimidad personal. Así es la esencia de todo ser personal: divino, angélico o humano. Por eso Dios se hizo hombre en una familia.

Ante la presencia de Dios los humanos nos sentimos anonadados, sobrecogidos. Lo vivió María y todos los que han tenido algún contacto real con Dios. Él da contenido a nuestra vida, la llena de su grandeza y, así, nos hace bendición para todos y hasta para todo lo creado.

Su Presencia lleva a compartir. Nadie serio, objetivo y sensato, se cree bueno ni justo. Si nos invade la soberbia y juzgamos a otras personas, como si fuéramos mejores que ellas, estamos ante un signo explícito (‘científico’) de que ignoramos al Dios verdadero creándonos nuestros propios ‘ídolos’, efímeros, engañosos y destructores de toda paz, de la interior y, por tanto, también de la exterior. Dios nos lleva a despertar lo bueno en todos ayudándoles a madurar.

Recibir con sencillez la Presencia de Dios nos hace bendición que da Vida y Paz al mundo

El salmo 66 nos invita a presentarnos ante Dios, deseando humildemente su bendición. En ella se nos salva de todo pecado confesado y recibimos alegría, paz y voluntad de alabanza.

La venida del hijo de María, fue preparada larga y pacientemente por Dios mismo desde que el hombre es hombre: llamado a vivir a Dios como a su “Abbá”, es decir, a ser Su hijo.

Pablo habla de la plenitud de los tiempos. ¿Qué significa esto? Primero que Dios siempre ha buscado hacernos entender su Amor, para que lo podamos aceptar y asumir sin temores. Poco a poco, los sencillos, fueron llegando a una creciente comprensión, apertura y deseo de los dones y promesas de su Señor. Así Dios se hizo uno de nosotros, en Jesús, Su Hijo encarnado, sin subyugarnos y, llegado el momento, llenar nuestra vida con la presencia de su Espíritu que estimula nuestra libertad hacia la asimilación de su santidad, con visibles obras maravillosas.

Sólo se necesita un corazón sencillo, como el de María, la madre atenta; como el de José, el padre creyente y justo; como el de los pastores, sencillos y dóciles testigos-misioneros.

Las maravillas de Dios son para todos. ¡Absolutamente nadie está excluido!

María nos pide aprender a gozar y dar a todos, como bendición, la presencia de Jesús.


Padre José María Domènech Corominas, sdb.


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