octubre 03, 2012

«Que el hombre no separe lo que Dios ha unido»


Tenemos el mensaje y la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 7 de octubre.


El tema parece ser el del matrimonio, pero no es, creo yo, ése el centro del mensaje bíblico.

Creo que el tema central de la Palabra este domingo es la fidelidad: esa realidad que está tan “a mal-traer” en nuestra época, pero que es tan vital para todos.

Dios nos creo para que viviéramos el uno al cuidado del otro: “ser ayuda” no significa ser servidor, en sentido de dependiente, sino ser cuidador, garante, animador, protector, apoyo, estímulo y vital generador perpetuo de la vida de la otra persona.

Por ahí hay que entender la imagen de la costilla y la del sueño que Dios infunde en la primera persona, como para que no pueda decir que ésta segunda, que Dios crea como su ayuda, depende de él o fue hecha por él. No. Es otra persona igual que él, creación del mismo Dios que la hizo con el mismo amor con el que él fue creado y con la misma finalidad de grandeza, que aparece nítida en el primer capítulo del mismo libro del Génesis u origen de la persona y del pueblo de Dios.

Para que la persona humana, llama da a la Comunión de vida, como Dios es Comunión Trinitaria, pudiera lograr su vocación, aún viviendo constantemente marcada, atacada y amenazada por el pecado inicial, es que el Hijo de Dios se encarnó y entregó su vida en obediencia de Amor oblativo, por el que Él quedó glorificado y nosotros redimidos de todo mal o pecado.

Sólo viviendo en esta dimensión de Vida Nueva, el hombre podrá madurar como hijo de Dios y construir una Comunión conyugal a imagen del Amor que Cristo tiene por su Iglesia: expresión perfecta del matrimonio en el que Dios había pensado cuando los creó varón y mujer para que fueran uno solo: los dos integrados totalmente en cuerpo y alma, caminando como Cristo Jesús en la Voluntad salvífica y santificadora del Padre-Hijo-Espíritu.

Claro que se nos aclara, al final del evangelio de este domingo, que si no tenemos la sencillez humilde y dócil del niño ante la Palabra y la Obra sacramental de Dios, no entenderemos casi nada y no podremos vivir nada con la plenitud de felicidad con la que Dios pensó que se viviera el matrimonio en Cristo para el bien de los cónyuges, de los hijos, vecinos y sociedad en general.

María nos enseñe a vivir con corazón sencillo y dócilmente abierto a los dones de Dios. Sin eso no se puede construir el Reino de la Comunión, de la Vida Nueva y de la Paz creativa que Dios nos ofrece.

Dios es nuestra bendición y garantía de éxito: ¡dejémonos llenar por su Amor y Vida!
Unidos en oración con María:

P. José Mª Domènech SDB

«Que el hombre no separe lo que Dios ha unido»

“El Señor nos bendice todos los días de nuestra vida”. ¡Eso es una gracia de Amor!: ¡¡Estamos seguros!! El problema de por qué las cosas no van bien entre nosotros no está ahí, sino en el modo en el que nosotros nos relacionamos con este Señor que nos bendice y con las bendiciones que nos ofrece y da.

Jesús, inmediatamente después de aclarar el sentido del matrimonio en los planes de vida y felicidad de Dios para nosotros, nos hace notar una verdad vital –que, de ordinario, no tenemos demasiado en cuenta–: “Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en Él”.

Tal vez éste es nuestro problema: nos creemos ‘grandes’ –como si no necesitáramos a nadie superior a nosotros que nos guíe– y no buscamos a Dios con sencillez y confianza reales. Lo máximo que hacemos con Él es darle cierto culto –si podemos– y pedirle lo que nos parece bueno, según nuestra visión y planes.

En el mundo individualista –de materialismo utilitarista– todo se ‘usa’ y manipula según los intereses y planes que cada uno –o cada grupo– tiene. Y ahí entra todo: personas, grupos, instituciones, relaciones, cosas, Dios... ¡y también el matrimonio que ‘manejaremos’ como mejor nos place en cada circunstancia!

Así la muerte nos ronda amenazando constantemente todo lo que somos, hacemos y engendramos.

El ser humano fue creado para la Comunión en la mutua donación de vida: su signo es el matrimonio

El Padre, Dios, nos pensó y creó para la Vida y Comunión, no para que nos usemos unos a otros.

Nacimos para darnos vida y reconocer nuestra dignidad en la dignidad del otro: así maduramos todos.

Sólo Cristo, con su muerte y resurrección, nos lleva a superar el pecado que rompe la vida de Comunión

La gloria a Cristo sí le viene –pero no sólo– del cielo, sino que, sobre todo, como Hijo del hombre, se abrió a ella por su actitud histórica de dar la vida por nosotros. Él es la imagen perfecta del matrimonio.

La naturaleza humana, para la fidelidad, necesita abrirse a Dios y su Amor, núcleo de la vida plena.

Cristo es el único que garantiza el amor personal-conyugal. El divorcio nunca fue querido por Dios

La dureza del propio corazón humano impide a la persona llegar a comprender el Amor fiel de Dios.

Un corazón duro, nunca será fiel como Dios, pues le falta la dócil sencillez del niño que se fía de su Padre y lo tiene a Él por modelo de vida. El matrimonio pensado por Dios tiene sólo a Dios por modelo.

La ley que permite la muerte no eleva al ser humano ni es digna de él: no viene de Dios, ni es lícita.

Pidamos a María vivir nuestras relaciones desde la fidelidad del Amor de Dios, que da vida plena.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.


CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXVII
Sólo Cristo garantiza del amor conyugal y Él apoya a todos los que de Él se fían.
Dios, al principio, al crear el matrimonio, pensó en dos como ‘uno solo’

Gn. 2, 4b.7a.18-24:
"[Dios] modeló al hombre con arcilla del suelo... y dijo: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada»... El hombre puso nombre a todos los animales... pero, entre ellos, no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño... tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla... el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mis carne! Se llamará mujer, porque ha sido sacada del varón» Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su cónyuge, y los dos llegan a ser una sola carne".

Salmo 127, 1-6: "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida".

Hb. 2, 9-11:
"... a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y esplendor, a causa de la muerte que padeció... a favor de todos. Convenía... que aquel por quien y para quien existen todas las cosas... perfeccionara, por medio del sufrimiento, al jefe que los conduciría a la salvación. Porque el que santifica y los que son santificados, todos tienen un mismo origen. Por eso Él no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Mc. 10, 2-16: "Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?» Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?» Ellos respondieron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción, fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino uno solo”. De manera que ya no son dos, sino “uno solo”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Cuando regresaron a casa... dijo [a los discípulos]: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra ella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro también comete adulterio»... «Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él»..."



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