enero 01, 2008

María, Madre de Dios


Empezamos el año con nuestra Madre.

Que su amorosa protección nos acompañe día tras día.

Que el inmenso amor de Dios, que la eligió como MADRE, nos ilumine en todas nuestras decisiones.


SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

El pueblo de Israel, y nosotros por él, ha conocido a Dios por las obras divinas experimentadas, siempre y cuando no manipulara ni pervirtiera su destino y significado.

Sólo quien está atento a la real presencia de Dios podrá gozar de su acción, aun en lo más pequeño que le suceda. Así lo vivió María desde el principio.

Estamos destinados a ser bendición

Ésta es la realidad a la que se refiere la bendición que el Señor pide se ofrezca al Pueblo de Dios: la claridad del rostro de Dios es la claridad de la conciencia que nos permite descubrir la constante presencia Providente y benefactora del Dios de la Vida que, en el Amor, está presente en todos los pliegues de nuestra cotidianidad, de ordinario sin hacerse notar.

Padre de toda vida, es la fuente de toda maternidad... En Él aprendió María su maternidad humana y divina: en la meditación cotidiana de la Palabra hecha historia, acontecimiento diario, transmisión escrita y proclamación en la asamblea; en la oración constante, tanto personal, conyugal, familiar como comunitaria o sacramental. Así aprendió a ser bendición viva.

Solo conocemos a Dios en la vida

No hay otro modo de conocer la materno-paterna sensibilidad de Dios. A las personas, individual y/o comunitariamente, no se les conoce de otro modo que con la intimidad personal.

Así es la esencia de todo ser personal, humano, angélico y divino.

Ante la presencia de Dios los humanos nos sentimos, anonadados y sobrecogidos, también lo vivió María, los pastores y todos los que han tenido algún contacto real con Dios. Él da sentido a nuestra vida, la llena de la grandeza de su presencia, así la hace bendición.

Ante su presencia nadie, objetivo y sensato, se siente bueno y justo.

Si nos invade la soberbia que nos lleva juzgar a las personas, como si estuviéramos por encima de ellas, estamos ante un signo explícito (diría casi científico) de que somos ignorantes del Dios verdadero y nos estamos creando nuestros propios dioses, efímeros engañosos y destructores de toda paz, la interior y, por consecuencia, la exterior.

La sencillez nos lleva a ser bendición de la sabiduría divina construye la historia

El salmo 66 nos invita a presentarnos ante Dios, pidiendo humildemente su bendición. Ella nos salva de todo pecado que confesemos y nos llena de sencilla alegría, bondad y alabanza.

La venida del hijo de María, fue larga y pacientemente preparada por el mismo Dios desde que el hombre es hombre: destinado a vivir a Dios como a su “Abbá”.

Pablo habla de la plenitud de los tiempos... ¿Qué significa esto? Primero que Dios siempre ha buscado hacernos entender su amor, para que lo podamos aceptar y asumir sin temores. Poco a poco, los sencillos, fueron llegando a una creciente apertura, deseo, comprensión de los dones y promesas de su Señor. Así Dios pudo hacerse uno de nosotros, en Jesús, su Hijo, sin subyugarnos y, llegado el momento, llenar nuestra vida con la presencia de su Espíritu estimulando nuestra libertad hacia una creciente santidad, con obras maravillosas.

Sólo se necesita un corazón sencillo, como el de María, la madre atenta; como el de José, el padre creyente y justo, como el de los pastores... Las maravillas de Dios son para todos los que las acepten acoger... Nadie queda fuera, María, la Madre, nos espera a todos y a todos nos invita a gozar de la presencia generadora de bendición de Jesús: ¡Abrámonos!


P. José María Doménech Corominas, sdb

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

Nm. 6, 22-27: "Bendigan al pueblo de Israel con estas palabras: «Que el Señor te bendiga y te guarde, que te permita ver la claridad de su mirada, se apiade de ti... y te dé la paz»..."

Salmo 66: "Que Dios se apiade de nosotros y nos bendiga."

Gal. 4, 4-7:
"Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo... para que obtuviéramos ya la condición de hijos... el Espíritu de su Hijo, que Él nos ha enviado, grita en nuestros corazones: «¡Abbá, Padre!» ...ya no eres esclavo, sino hijo y si eres hijo, también eres heredero..."

Lc. 2, 16-21: "Los pastores fueron a Belén y encontraron a María y a José con el niño en el pesebre... María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón... los pastores se regresaron glorificando a Dios... A los ocho días, al circuncidarlo, le pusieron el nombre de Jesús..."

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