agosto 06, 2008

Transfiguración

Hoy la Iglesia recuerda la transfiguración de Jesús, presenciada por sus amigos en el monte Tabor.

Copio la sugerencia homilética del Padre José María (ver Transfiguración de Jesús).


Jesús se transfigura

El interés que Dios tiene por el hombre es incondicionado.

Pero para que el hombre, sea quien sea, sepa aprovechar lo que Dios le ofrece, sí hay condiciones: las propias de la naturaleza humana. Debe aceptar que los caminos de Dios no están al alcance de su comprensión y, por tanto, no son de su dominio. Necesita obedecer.

Debe vivir que es imposible aceptar los dones de Dios sin la oposición de nuestros vicios y sin las dificultades que, sin duda, se presentarán por el camino. No es posible caminar por los senderos del Señor sin problemas. Don Bosco nos decía que al cielo no se va en coche.

Pero tengamos en cuenta una cosa muy importante: Dios no nos abandona jamás. Su presencia salvífica, exigente, siempre es providente, es decir, busca nuestro bien.

1. Dios nos llama para algo que nos conviene:

Cuando Dios nos pide algo, siempre es para que nuestra vida llegue a mayor plenitud, por eso nos desarraiga, para llevarnos a tierras mejores.

No mira lo que “nos conviene”, según los criterios que nosotros manejamos, sino lo que nos hace bien, aunque no sea de nuestro agrado. El bien y el gusto casi nunca se corresponden, como si el segundo fuera presupuesto del primero. Dejar las seguridades no gusta a casi nadie.

Quien camina por los caminos del Señor debe aprender a morir para vivir a plenitud mayor y creciente. Quien se niega a morir para dar vida, no goza de la enjundia de la vida.

2. Lo importante es el camino que hacemos, aunque el dolor casi siempre esté presente:

Fijarse en el futuro que viviremos después de la muerte es indispensable. Debemos aprender a decidir lo que, al morir, nos gustaría haber vivido.
Porque es ahí donde se valoran las cosas más allá de las apariencias, que tantas veces nos seducen y engañan.

Pablo le invita a Timoteo a no dejarse atemorizar, sino a mirar de frente las dificultades y los sinsabores de nuestra misión aceptando ofrecer, en orden a la gloria de Dios y a la salvación de los que nos rodean y más necesitan de apoyo y conversión, todo lo que debemos sufrir por el evangelio, aunque sea, en algún momento, por causa de nuestros límites o errores.

3. Jesús nos invita a su intimidad, para que nuestro camino sea de vida y salvación para todos:

El evangelio nos invita a la profunda intimidad con el Señor, si es que lo queremos conocer de verdad y deseamos vivir en su Paz.

El Señor sabe que lo que nos espera es duro en esfuerzos, en luchas, en renuncia, en autocontrol, en contradicciones, en errores a rectificar, en conversión continua.

La Transfiguración en el Tabor no es una ventaja gratuita y caprichosa, sino una fortificación preventiva, puesto que lo que venía detrás era una realidad tan horrible y desoladora que necesitaban, lo más posible, tener razones para aceptar que el éxito era cierto, aunque lo tuvieran que creer y todo lo vieran muy negro.

Abraham no estuvo en el Tabor, pero lo vivió dentro de sí, como María, glorificando a Dios con cada uno de sus compromisos y decisiones, que no pocas veces contrariaron su naturaleza, buscadora de los propios intereses, como sucede con todos los mortales.

Pedimos a María la mirada de Fe que nos lleve a ofrecernos con generosa obediencia.

P. José María Doménech Corominas, sdb

Imagen tomada del sitio de los jesuitas colombianos: Jesuitas - documentos

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