Gratitud, signo de la salvación que acogemos.
La salvación no es lo mismo que la curación o solución de los problemas que nos angustian.
Naamán descubre al Señor como el único Señor no tanto por su curación, que es el vehículo, sino por la firme fidelidad de Eliseo ante las exigencias del general que cree que el profeta es el centro. Eliseo no es el centro, sino su Señor y por eso, cuando Naamán se molesta ante la indicación recibida, Eliseo lo deja con su fastidio y se mantiene en el Señor, al igual que pasará cuando Naamán, entusiasmado por la curación, quiere, de algún modo, pagar a Eliseo y éste rechaza todo don, puesto que la curación no es obra de él, sino del Dios de Israel.
Naamán entiende el gesto de fidelidad incuestionada e incuestionable de Eliseo y toma al Señor Dios de Israel como su Dios, el único, el que tiene todos los derechos.
Es lo que Pablo le pide a Timoteo: todo, absolutamente todo, por Cristo, sin componendas. Éste es el amor y la única defensa de la comunidad de los discípulos y testigos de Jesús.
Dios es invariablemente fiel, pero no debemos jugar con su fidelidad. Podremos tener cosas, pero nos quedaremos sin la salvación y, sin ésta, el hombre, sea varón o mujer, sea pobre o rico, sea científico o ignorante, sea poderoso o dependiente, es nada, es nulidad, fracaso, tristeza, muerte lenta, peligro personal, familiar y social, locura, degeneración progresiva.
El Señor nos ha hecho conocer su justicia al señalar, con la resurrección, el Señorío y soberanía ineludible de Jesús, el Hijo del Hombre, Señor de todo y de todos, lo acojan o no, lo acepten o no, lo sigan o lo persigan... Él es el Señor sin rival, pues todos los rivales ya tienen señalada su derrota, por mucho poder que crean o parezcan tener. Así se proclama la salvación para todos los que, reconociendo su real pobreza y sustancial necesidad, acuden a Él acogiendo el don de su Vida Nueva y Paz por el servicio de Amor y renovación interior.
El evangelio nos hace notar la diferencia entre “ser curado” y la “salvación”.
Los diez leprosos fueron curados, pero solo uno recibió la Salvación por la aceptación de su miseria, el reconocimiento de su curación y el compromiso de volver al Señor para agradecerle el don recibido sorpresivamente.
La gratitud es un signo de la Salvación que hemos acogido.
A Jesús le duele que los otros, que no eran samaritanos, es decir, que, supuestamente, eran mejores que éste, no reconocieran el don de Dios y, por su cerrazón en sí mismos, perdieran la salvación, don profundo y completo que regenera interiormente a la persona, mucho más allá que la curación material, que, de tantos modos se puede conseguir.
Solo cuando reconozco al Salvador y le entrego mi vida, como lo hizo Naamán, como lo hizo Pablo, Timoteo y todos los santos de todos los tiempos, solo entonces recibo los beneficios de la salvación.
El Señor no se cansa de ofrecer la salvación. Pero ésta siempre es personal, por eso la respuesta, como la del samaritano, debe ser personal y comprometida.
Pidamos a María nos conceda saber acoger, con obediencia, humildad y sencillez, la salvación que el Señor nos propone cada día.
Naamán descubre al Señor como el único Señor no tanto por su curación, que es el vehículo, sino por la firme fidelidad de Eliseo ante las exigencias del general que cree que el profeta es el centro. Eliseo no es el centro, sino su Señor y por eso, cuando Naamán se molesta ante la indicación recibida, Eliseo lo deja con su fastidio y se mantiene en el Señor, al igual que pasará cuando Naamán, entusiasmado por la curación, quiere, de algún modo, pagar a Eliseo y éste rechaza todo don, puesto que la curación no es obra de él, sino del Dios de Israel.
Naamán entiende el gesto de fidelidad incuestionada e incuestionable de Eliseo y toma al Señor Dios de Israel como su Dios, el único, el que tiene todos los derechos.
Es lo que Pablo le pide a Timoteo: todo, absolutamente todo, por Cristo, sin componendas. Éste es el amor y la única defensa de la comunidad de los discípulos y testigos de Jesús.
Dios es invariablemente fiel, pero no debemos jugar con su fidelidad. Podremos tener cosas, pero nos quedaremos sin la salvación y, sin ésta, el hombre, sea varón o mujer, sea pobre o rico, sea científico o ignorante, sea poderoso o dependiente, es nada, es nulidad, fracaso, tristeza, muerte lenta, peligro personal, familiar y social, locura, degeneración progresiva.
El Señor nos ha hecho conocer su justicia al señalar, con la resurrección, el Señorío y soberanía ineludible de Jesús, el Hijo del Hombre, Señor de todo y de todos, lo acojan o no, lo acepten o no, lo sigan o lo persigan... Él es el Señor sin rival, pues todos los rivales ya tienen señalada su derrota, por mucho poder que crean o parezcan tener. Así se proclama la salvación para todos los que, reconociendo su real pobreza y sustancial necesidad, acuden a Él acogiendo el don de su Vida Nueva y Paz por el servicio de Amor y renovación interior.
El evangelio nos hace notar la diferencia entre “ser curado” y la “salvación”.
Los diez leprosos fueron curados, pero solo uno recibió la Salvación por la aceptación de su miseria, el reconocimiento de su curación y el compromiso de volver al Señor para agradecerle el don recibido sorpresivamente.
La gratitud es un signo de la Salvación que hemos acogido.
A Jesús le duele que los otros, que no eran samaritanos, es decir, que, supuestamente, eran mejores que éste, no reconocieran el don de Dios y, por su cerrazón en sí mismos, perdieran la salvación, don profundo y completo que regenera interiormente a la persona, mucho más allá que la curación material, que, de tantos modos se puede conseguir.
Solo cuando reconozco al Salvador y le entrego mi vida, como lo hizo Naamán, como lo hizo Pablo, Timoteo y todos los santos de todos los tiempos, solo entonces recibo los beneficios de la salvación.
El Señor no se cansa de ofrecer la salvación. Pero ésta siempre es personal, por eso la respuesta, como la del samaritano, debe ser personal y comprometida.
Pidamos a María nos conceda saber acoger, con obediencia, humildad y sencillez, la salvación que el Señor nos propone cada día.
P. José María Doménech Corominas, sdb.
TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XXVIII- CICLO C
2R. 5, 14-17: "Naamán... se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había dicho Eliseo, el hombre de Dios... «Ahora bien sé que fuera de Israel no hay ningún otro Dios... ¿Me permites que tu siervo cargue dos mulas con tierra de este país? Pues, de ahora en adelante, tu servidor no ofrecerá sacrificio ni holocausto alguno a otro dios que no sea el Señor.»"
Salmo 97: "El Señor revela a las naciones su justicia y los pueblos contemplan la salvación"
2Tm. 2, 8- 13: "Piensa que Jesucristo... he resucitado de entre los muertos. Éste es el Evangelio que predico y por el que he de sufrir hasta estar encarcelado... La Palabra no está encadenada. Yo lo soporto todo por amor a los elegidos... si somos constantes en las pruebas, también reinaremos con Él... Él continúa fiel, aunque nosotros le seamos infieles."
Lc. 17, 11-19:"...salieron diez leprosos... y gritaban: «Jesús, maestro, apiádate de nosotros.»... Jesús preguntó: «¿No fueron diez los que quedaron curados?... ¿No ha vuelto nada más que este extranjero a dar gloria a Dios?... Levántate, vete: tu Fe te ha salvado»"
Salmo 97: "El Señor revela a las naciones su justicia y los pueblos contemplan la salvación"
2Tm. 2, 8- 13: "Piensa que Jesucristo... he resucitado de entre los muertos. Éste es el Evangelio que predico y por el que he de sufrir hasta estar encarcelado... La Palabra no está encadenada. Yo lo soporto todo por amor a los elegidos... si somos constantes en las pruebas, también reinaremos con Él... Él continúa fiel, aunque nosotros le seamos infieles."
Lc. 17, 11-19:"...salieron diez leprosos... y gritaban: «Jesús, maestro, apiádate de nosotros.»... Jesús preguntó: «¿No fueron diez los que quedaron curados?... ¿No ha vuelto nada más que este extranjero a dar gloria a Dios?... Levántate, vete: tu Fe te ha salvado»"
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