mayo 30, 2009

Pentecostés

La sugerencia homilética y mensaje del padre José María para esta semana:

¿Qué significa la realidad de Pentecostés en nuestra Fe?

Creo que, fundamentalmente, ésta, nuestra Fe, es imposible sin la presencia activa y vivamente acogida del Espíritu Santo en cada conciencia de creyente fiel a Cristo. Por eso Jesús les pide, aun habiéndoles enviado a predicar el Evangelio, lo recordábamos el domingo anterior, que no se alejen de Jerusalén, de donde deberán, inevitablemente, alejarse tarde o temprano, sin antes recibir el Don del Padre, que Él les ha prometido; Don necesario para la fidelidad a lo que el Señor les encomienda: vivir, como sus discípulos, en el Amor del Resucitado y anunciar la Buena Nueva de la Vida/Amor/Perdón/Solidaridad del Padre en favor de todos y cada persona humana, sin distinción ni límite.

Este Don nos capacita para intimar con Dios y serle dóciles y disponibles en todo y para todo.

Este Don nos abre a la multiplicidad de carismas y posibilidades que Dios pone en la naturaleza humana, de tal modo que, siendo una, tiene una tan maravillosa capacidad de especificarse para muchísimos servicios según personalidad y necesitades, tiempos y edades, fuerzas y capacidades, lugares y situaciones, culturas y estructuras, que nada queda ajeno al Evangelio y todo queda vivificado y plenificado en Él.

Quien vive en el Espíritu, madura por el Espíritu y llega a la plenitud para la que nació, es decir, el Espíritu nos agrantiza el éxito final del Plan de Dios en el que nuestro éxito personal no tiene ni límite ni posible merma. Dios nos manda su Espíritu para que nuetra alegría llegue en Él a su plenitud, por eso es Espíritu de Perdón, Paz; de Unidad y Concordia en la más concreta y real diversidad: riqueza y garantía de continua maduración.

Alguien, científico y teólogo laico, Dr. José Galcerán, ha propuesto un término interesante en referencia a los dones estímulo-aglutitantes del Espíritu: 'Eclesiodiversidad' Así como la naturaleza es una maravilla de complementeriedades que permiten el equilibrio y no solo la superviviencia, sino la maduración y crecimiento de todas las especies y realidades, gracias a la complementariedad de la Biodiversidad, así el Espíritu, gracias a la multiplicación de sus dones, según las personas y realidades sociales, permite la maduración de toda la Comunidad católica, en la que todos tienen lugar, gracias a que no todos son idénticos, aunque el Espíritu del Padre y del Hijo es el mismo para todos y uno solo es el Plan de Vida que el Padre tiene, el Hijo lleva a término y el Espíritu guía hacia la plenitud cabal.

El Espíritu ya está con nosotros desde el Bautismo, dejémosle actuar en nuestra vida y seámosle dóciles para que el Evangelio sea no solo proclamado con palabras claras, sino con hechos contundentes de Vida Nueva, Solidaridad humano-cristiana y compromiso socio-cultural renovador y estimulante de todo bien en todo tipo de persona, situación histórica y nivel de cualquier cultura.

Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:
P. José Mª Domènech SDB


Pentecostés

El Espíritu Santo es don para la Vida Nueva: y trae paz, concordia, perdón, comunión.

La unidad, para ser históricamente concreta y constructiva, debe llegar a la conciencia de la persona y, desde ella, mover a cada uno a jugársela a favor del hermano, que no necesariamente será siempre mi amigo o familiar, pero siempre deberá ser considerado como parte de esa realidad, más amplia que yo, a la que yo también pertenezco y que, de algún modo, me pertenece e incide en mi vida concreta, llámese nación, familia, Iglesia, grupo.

La conciencia humana es un don de Dios, parte de sustancial de nuestra naturaleza, pero, no es de maduración automática, debe ser alimentada. Tenemos, por tanto, una responsabilidad personal, puesto que la conciencia, por un lado, es estrictamente personal, pero, por el otro, tiene una ineludible proyección solidaria, positiva o negativa, según nuestro actuar e intención.

El Espíritu Santo se nos entrega para que nuestra incidencia sea, como la de Cristo, de cuyo cuerpo formamos parte por el bautismo, positivo-salvífica, según los planes de plenitud de Vida propios de Dios, quien nos desea la felicidad de ser generadores de unidad, paz, concordia, sanación integral. Donde se genere división y enturbiamiento de las relaciones, no está presente ni Dios ni su Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos y renovó la faz de la tierra.

Jesús nos entrega su Espíritu, que también lo es del Padre, para renovar nuestra vida

La vida humana no necesita salvadores que le resuelvan los problemas, sino la fuerza interior del Espíritu de Dios que le enseñe a asumir responsabilidades personales y sociales; a construir comunión; a vivir en solidaridad; a superar los desalientos y fracasos sin autocompadecernos, sino asumiendo la tarea de madurar y desarrollarse en propia capacidad de escuchar, acoger, entregar, asumir responsabilidades de servicio, trabajar y confiar responsablemente.

Nuestro mundo desea paz y concordia, pero desde la soberbia humana solo encontramos división, muerte y desconcierto. Los siglos nos han demostrado que somos capaces de pervertir cualquier cosa. Dios nos conoce bien y por eso no abandonó a su Comunidad de creyentes: los vivifica con su Espíritu, el del Padre y del Hijo en Comunión perfecta. Esta es la verdadera imagen de la Iglesia: Cuerpo de Cristo, fruto de nuestra unidad con y en la Comunión Trinitaria.

El Espíritu Santo nos compromete a vivir, desde la unidad, la comunión en el Amor de Dios

La comunión en el Amor del Padre no es idilio poético o escape de la realidad exigente y, muchas veces, dolorosa, sino un compromiso de respeto y solidaridad responsabilizante.

Para Pablo el Espíritu Santo es el que nos permite conocer y expresar nuestra Fe en palabras y obras: ¡¡ambas indispensables!! O construimos comunión, aunque sea con prolongado esfuerzo, o le negamos obediencia al Espíritu. La Iglesia, desde el principio, vivió el duro, largo y, a veces, muy doloroso esfuerzo de construir la comunión en la diversidad.

Pidamos a María vivir abiertos a los dones del Espíritu y ser dóciles a sus indicaciones.

P. José María Doménech Corominas, sdb


CICLO B - DOMINGO VIII DE PASCUA
PENTECOSTÉS


Hch. 2, 1-11: "En la fiesta de Pentecostés, se encontraban todos juntos cuando... aparecieron como unas lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo… comenzaron a expresarse... tal como el Espíritu les concedía hablar. «...todos les escuchamos hablar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas»."

Salmo 103: "Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra".

1Cor. 12, 3b-7.12-13:
"Nadie puede confesar que Jesús es el Señor si no es por un don del Espíritu Santo... Las manifestaciones del Espíritu, distribuidas a cada uno, son para el bien de todos. Porque Cristo es como el cuerpo humano: es uno, aunque tenga muchos miembros... hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo..."

Jn. 20, 19-23: "...Jesús entró y se puso en medio de ellos...: «La paz sea con ustedes. Como el Padre me envió, así también les envío yo... Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, pero mientras no se los perdonen, quedarán sin perdón»."



***Muchas gracias a todos los hermanos que se han unido a la cadena de oración por el padre Antonio Doménech; que Dios y nuestra madre Auxiliadora les colmen de bendiciones!

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