El padre José María nos envía su mensaje y sugerencia homilética para este domingo 25.
Cuántas veces en la vida personal nos ha ocurrido pensar: "Ya no hay nada que hacer... ¡Todo está perdido! Señor, ¿por qué a mí? ¿Qué he hecho yo?"
Y eso cuando no somos del todo conscientes de los errores cometidos y de que la causa real, muchas veces, de gran parte de lo que nos está sucediendo son nuestros errores y pecados, y no tanto los demás y sus equivocaciones.
Pero esta experiencia es mucho peor cuando nuestra conciencia nos acusa y no podemos o no sabemos cómo soportarlo y superarlo. Los pensamientos son mucho más oscuros, como si estuviéramos ciegos, fuera de toda opción de vida digna...
Dios nos conoce perfectamente, desde los más recónditos repliegues de nuestro interior, incluso éstos que ni nosotros comprendemos y hasta, a veces, nos desesperan. Él nos conoce desde su Amor. No es la inteligencia la que lleva a Dios a conocer, sino el Amor Creador, es decir, que crea precisamente porque nos ama personalmente y desea compartir todo el bien que tiene en sí para que sea gozado conscientemente por sus criaturas. Precisamente por este Amor, que mantiene y lleva su creación hacia una plenitud creciente, según el modo de ser de cada creatura, por eso precisamente, este Amor Creador, que acompaña con su Providencia a los que llamó para que fueran sus hijos y así gozaran de su Amor Eterno, se conviente en Amor Salvador, que solo piensa en redimir a estos hijos, cuando éstos en su aprendizaje, por su pequeñez, ignorancia y debilidad, se equivocan y van por caminos que les destruirán.
Si no llegamos a conocer, desde nuestra intimidad, este Amor de Dios que nos crea, salva y santifica con su Presencia y acción continua, nunca entenderemos que la vida de una persona humana jamás, Jamás, JAMÁS, ¡JAMÁS!, estará perdida, salvo que ella misma se niegue a ese Dios que le ama con locura.
Este domingo la Palabra desea hacernos entender que no hay nada que nos pueda hundir, salvo que nosotros no deseemos reconocer nuestra necesidad de Salvación y la supliquemos al Salvador con insistencia y voluntad de dejarnos salvar, que en el Evangelio esté dicho en la última frase de la perícopa (trozo) de que se proclamara: "y el ciego vio y le seguía por el camino" El que viera dependía del Señor, a quien Él suplicó con actitud humilde, pero firme e insistente, pero el seguir al Señor por el camino (que le llevaría a la cruz) eso no dependía del Señor sino del ciego.
Sí hay salvación. El pueblo que vivía en el destierro fue llamado a volver, con todas sus limitaciones y pobrezas, pero volver: el Señor lo llamaba y lo guiaba, pero quien debía caminar y aceptar las incomodidades de moverse era él, pues era también él quien necesitaba volver y salvarse.
Tenemos un Salvador que ha sufrido horrores para salvarnos: nos ha dado toda su vida, y nos la sigue dando... ¿Seguiremos quejándonos? ¿Esperaremos oportunidades más cómodas? ¿Seguiremos culpando a los demás de nuestras desgracias?
El Señor nos bendiga y nos dé su sabiduría.
Unidos en oración con María, nuestra Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
La salud, como la felicidad, más ésta que aquélla, dependen, no tanto de las personas que nos rodean e influyen en nosotros, cuanto de nuestro propio interior. Ciertamente es indudable que el ambiente incide, más o menos, en ello. También esto depende de nuestro interior. En realidad, lo ‘tenemos’ que aceptar, somos los únicos responsables finales de nuestra propia vida.
La debilidad y pobreza de la persona humana y de la sociedad no son problema para Dios, pero sí lo es la soberbia y cerrazón en el propio interior. Todos somos débiles, por eso es sensato ser humilde, saber pedir ayuda y aprovecharla para madurar caminando en el bien.
La salvación no es fruto de ninguna magia, sino del Amor que responde a la humilde y firme súplica pidiendo libertad y fortaleza para el bien en la verdad de una vida de justicia.
Dios es Padre que ama la vida. Como tal, ni humilla imponiendo, ni abandona dejando que nos aplaste el insoportable y humillante peso de los propios pecados, conscientes y queridos.
Jesucristo, como verdadero hombre, es llamado por Dios para ser sacerdote a nuestro favor
Los dones de Dios son concedidos libremente por Él, que nos ama, nos conoce a fondo, nos cuida con su Providencia y nos da lo adecuado y oportuno, si se lo pedimos para la Vida.
La súplica firme e insistente de Bar-Timeo no fue hecha según la religión tradicional, interesada, sino según la Fe verdadera, que ve al Mesías como al salvador comprensivo, y por eso, compasivo y lleno de una misericordia que mira a profundidad y puede salvar desde la raíz.
Lo que nos libera de la pobreza que nos hunde en la miseria no es conseguir cosas, sino el dócil abandono al Dios Providente que nos pide fidelidad, solidaridad y dar la propia vida.
El dolor, fracaso y muerte serán superados por Dios con el Amor que reconstruye la vida
Cristo se encarnó y venció la muerte; hoy sigue llamando, dando su vida cada día, fortaleciendo y redimiendo para reconstruir la vida, una y otra vez, en cada persona, su hermana.
Muchos dicen ser poderosos y revolucionarios, pero ¡cuántos ‘logros’ pasan por la muerte de otros! Pero Dios crea vida y la renueva; es Amor creador/redentor/santificador y por eso todo lo supera. Él es Providencia para cada persona y cada pueblo. Decidimos nosotros.
Dolor, sufrimiento y muerte no tienen la última palabra. ¡¡Ya hemos sido rescatados!!
No basta que Dios salve y nosotros lo pidamos, es indispensable saberle seguir por el camino
Si la realidad está tan maravillosamente asegurada por el Amor de Dios, nos preguntamos, ¿de dónde sale tanta desgracia humana y tanta brutalidad? ¿Dónde está la salvación y poder de este Dios? Dios está aquí, cierto, pero no basta. Toda la bondad de Dios se hará historia en nuestra vida concreta cuando le sigamos por sus caminos. Eso nos llenará de alegría y sabremos vivir en ella los planes de Dios y, así, celebraremos el Amor que nos salva y lo daremos.
Si cada uno sigue sus caminos, el resultado es solo uno, la historia nos lo ha mostrado ya, el desencanto por el irónico caos de maravillosas posibilidades ciertas, pero siempre truncadas.
Somos como el ciego de Jericó o el pueblo en el destierro, sigamos a Jesús: nos hará ver.
Pidamos a María sentir el paso de Jesús por nuestra historia y rogarle con humildad ver.
Jr. 31, 7-9: "Griten de alegría… que el Señor ha salvado a su pueblo… Yo los reuniré desde los extremos de la tierra… ciegos, cojos, madres criando… Salieron llorando y los haré volver consolados… Porque Yo soy Padre para Israel y Efraín es mi hijo mayor".
Salmo 125: "Es magnífico lo que el Señor hace por nosotros: lo celebramos con alegría"
Hb. 5, 1-6: "Los sacerdotes, tomados de entre los hombres, están destinados para representar a los hombres delante de Dios y ofrecerle dones y víctimas por los pecados… ellos mismos experimentan constantemente sus propias debilidades… Nadie puede apropiarse el honor de ser sacerdote: Dios es quien llama… tampoco Cristo se lo adjudicó a sí mismo, sino que lo recibió de quien le dijo: «Tú eres mi hijo… Eres sacerdote eterno…»"
Mc. 10, 46-52: "Jesús salió de Jericó… A la orilla del camino había un ciego… Bar-Timeo. Cuando éste escuchó que era Jesús de Nazaret quien pasaba, comenzó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» Jesús se detuvo y dijo: «Llámenle… ¿Qué quieres que haga por ti?» Él le respondió: «Maestro, que vea». Jesús le dijo: «Vete; tu Fe te ha salvado». Al instante vio y le seguía por el camino."
Cuántas veces en la vida personal nos ha ocurrido pensar: "Ya no hay nada que hacer... ¡Todo está perdido! Señor, ¿por qué a mí? ¿Qué he hecho yo?"
Y eso cuando no somos del todo conscientes de los errores cometidos y de que la causa real, muchas veces, de gran parte de lo que nos está sucediendo son nuestros errores y pecados, y no tanto los demás y sus equivocaciones.
Pero esta experiencia es mucho peor cuando nuestra conciencia nos acusa y no podemos o no sabemos cómo soportarlo y superarlo. Los pensamientos son mucho más oscuros, como si estuviéramos ciegos, fuera de toda opción de vida digna...
Dios nos conoce perfectamente, desde los más recónditos repliegues de nuestro interior, incluso éstos que ni nosotros comprendemos y hasta, a veces, nos desesperan. Él nos conoce desde su Amor. No es la inteligencia la que lleva a Dios a conocer, sino el Amor Creador, es decir, que crea precisamente porque nos ama personalmente y desea compartir todo el bien que tiene en sí para que sea gozado conscientemente por sus criaturas. Precisamente por este Amor, que mantiene y lleva su creación hacia una plenitud creciente, según el modo de ser de cada creatura, por eso precisamente, este Amor Creador, que acompaña con su Providencia a los que llamó para que fueran sus hijos y así gozaran de su Amor Eterno, se conviente en Amor Salvador, que solo piensa en redimir a estos hijos, cuando éstos en su aprendizaje, por su pequeñez, ignorancia y debilidad, se equivocan y van por caminos que les destruirán.
Si no llegamos a conocer, desde nuestra intimidad, este Amor de Dios que nos crea, salva y santifica con su Presencia y acción continua, nunca entenderemos que la vida de una persona humana jamás, Jamás, JAMÁS, ¡JAMÁS!, estará perdida, salvo que ella misma se niegue a ese Dios que le ama con locura.
Este domingo la Palabra desea hacernos entender que no hay nada que nos pueda hundir, salvo que nosotros no deseemos reconocer nuestra necesidad de Salvación y la supliquemos al Salvador con insistencia y voluntad de dejarnos salvar, que en el Evangelio esté dicho en la última frase de la perícopa (trozo) de que se proclamara: "y el ciego vio y le seguía por el camino" El que viera dependía del Señor, a quien Él suplicó con actitud humilde, pero firme e insistente, pero el seguir al Señor por el camino (que le llevaría a la cruz) eso no dependía del Señor sino del ciego.
Sí hay salvación. El pueblo que vivía en el destierro fue llamado a volver, con todas sus limitaciones y pobrezas, pero volver: el Señor lo llamaba y lo guiaba, pero quien debía caminar y aceptar las incomodidades de moverse era él, pues era también él quien necesitaba volver y salvarse.
Tenemos un Salvador que ha sufrido horrores para salvarnos: nos ha dado toda su vida, y nos la sigue dando... ¿Seguiremos quejándonos? ¿Esperaremos oportunidades más cómodas? ¿Seguiremos culpando a los demás de nuestras desgracias?
El Señor nos bendiga y nos dé su sabiduría.
Unidos en oración con María, nuestra Auxiliadora:
P. José Mª Domènech SDB
«¿Qué quieres que haga por ti?»
La salud, como la felicidad, más ésta que aquélla, dependen, no tanto de las personas que nos rodean e influyen en nosotros, cuanto de nuestro propio interior. Ciertamente es indudable que el ambiente incide, más o menos, en ello. También esto depende de nuestro interior. En realidad, lo ‘tenemos’ que aceptar, somos los únicos responsables finales de nuestra propia vida.
La debilidad y pobreza de la persona humana y de la sociedad no son problema para Dios, pero sí lo es la soberbia y cerrazón en el propio interior. Todos somos débiles, por eso es sensato ser humilde, saber pedir ayuda y aprovecharla para madurar caminando en el bien.
La salvación no es fruto de ninguna magia, sino del Amor que responde a la humilde y firme súplica pidiendo libertad y fortaleza para el bien en la verdad de una vida de justicia.
Dios es Padre que ama la vida. Como tal, ni humilla imponiendo, ni abandona dejando que nos aplaste el insoportable y humillante peso de los propios pecados, conscientes y queridos.
Jesucristo, como verdadero hombre, es llamado por Dios para ser sacerdote a nuestro favor
Los dones de Dios son concedidos libremente por Él, que nos ama, nos conoce a fondo, nos cuida con su Providencia y nos da lo adecuado y oportuno, si se lo pedimos para la Vida.
La súplica firme e insistente de Bar-Timeo no fue hecha según la religión tradicional, interesada, sino según la Fe verdadera, que ve al Mesías como al salvador comprensivo, y por eso, compasivo y lleno de una misericordia que mira a profundidad y puede salvar desde la raíz.
Lo que nos libera de la pobreza que nos hunde en la miseria no es conseguir cosas, sino el dócil abandono al Dios Providente que nos pide fidelidad, solidaridad y dar la propia vida.
El dolor, fracaso y muerte serán superados por Dios con el Amor que reconstruye la vida
Cristo se encarnó y venció la muerte; hoy sigue llamando, dando su vida cada día, fortaleciendo y redimiendo para reconstruir la vida, una y otra vez, en cada persona, su hermana.
Muchos dicen ser poderosos y revolucionarios, pero ¡cuántos ‘logros’ pasan por la muerte de otros! Pero Dios crea vida y la renueva; es Amor creador/redentor/santificador y por eso todo lo supera. Él es Providencia para cada persona y cada pueblo. Decidimos nosotros.
Dolor, sufrimiento y muerte no tienen la última palabra. ¡¡Ya hemos sido rescatados!!
No basta que Dios salve y nosotros lo pidamos, es indispensable saberle seguir por el camino
Si la realidad está tan maravillosamente asegurada por el Amor de Dios, nos preguntamos, ¿de dónde sale tanta desgracia humana y tanta brutalidad? ¿Dónde está la salvación y poder de este Dios? Dios está aquí, cierto, pero no basta. Toda la bondad de Dios se hará historia en nuestra vida concreta cuando le sigamos por sus caminos. Eso nos llenará de alegría y sabremos vivir en ella los planes de Dios y, así, celebraremos el Amor que nos salva y lo daremos.
Si cada uno sigue sus caminos, el resultado es solo uno, la historia nos lo ha mostrado ya, el desencanto por el irónico caos de maravillosas posibilidades ciertas, pero siempre truncadas.
Somos como el ciego de Jericó o el pueblo en el destierro, sigamos a Jesús: nos hará ver.
Pidamos a María sentir el paso de Jesús por nuestra historia y rogarle con humildad ver.
P. José Mª Domènech Corominas, sdb.
CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXX
Jr. 31, 7-9: "Griten de alegría… que el Señor ha salvado a su pueblo… Yo los reuniré desde los extremos de la tierra… ciegos, cojos, madres criando… Salieron llorando y los haré volver consolados… Porque Yo soy Padre para Israel y Efraín es mi hijo mayor".
Salmo 125: "Es magnífico lo que el Señor hace por nosotros: lo celebramos con alegría"
Hb. 5, 1-6: "Los sacerdotes, tomados de entre los hombres, están destinados para representar a los hombres delante de Dios y ofrecerle dones y víctimas por los pecados… ellos mismos experimentan constantemente sus propias debilidades… Nadie puede apropiarse el honor de ser sacerdote: Dios es quien llama… tampoco Cristo se lo adjudicó a sí mismo, sino que lo recibió de quien le dijo: «Tú eres mi hijo… Eres sacerdote eterno…»"
Mc. 10, 46-52: "Jesús salió de Jericó… A la orilla del camino había un ciego… Bar-Timeo. Cuando éste escuchó que era Jesús de Nazaret quien pasaba, comenzó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» Jesús se detuvo y dijo: «Llámenle… ¿Qué quieres que haga por ti?» Él le respondió: «Maestro, que vea». Jesús le dijo: «Vete; tu Fe te ha salvado». Al instante vio y le seguía por el camino."
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