octubre 01, 2009

"Ya no son dos, sino una sola realidad"

El mensaje y la sugerencia homilética que nos envía el querido Padre José María nos recuerdan la gran bendición que es vivir el matrimonio según el llamado divino.

¿El matrimonio (en su versión animada por la Fe católica, es decir, el que creemos que es el adecuado en la mente de Dios y el defendido por Jesucristo) está contra la libertad humana, está contra el derecho que tiene la naturaleza humana de gozar de la vida y de todo lo grato y maravilloso que ella nos ofrece?

No es precisamente así como los que lo viven bien lo experimentan.

Es, más bien, expresión de la madurez de nuestra libertad, pues no estamos sujetos ni a los propios sentires o quereres, como si no tuviéramos capacidad de superarnos y construir más allá de los que nos sale "natural" o espontáneo..., sino que somos capaces de ir más allá; somos capaces de compromisos estables, de los que los que nos rodean se pueden fiar. Dejarse llevar, significa que nadie se puede fiar de la estabilidad de nuestras relaciones porque nuestras decisiones no dependen de criterios superiores a nosotros ni de principios que nos orientan más allá de nuestros intereses, sino de lo que en cada momento nos viene y del modo como nos sentimos en A o B situación y circunstancia: si nos parece bien, seguimos; si no, lo dejamos... Y quien se fio de nosotros ¿a dónde va?, ¿cómo queda? ¿Qué responsabilidad asumimos con lo que se comenzó a construir y a desarrollar apoyándose en la vida que decidimos comenzar? ¿Qué tipo de personas somos? ¿Se puede tomar en serio nuestra palabra o somos marionetas, veletas al viento de nuestras sensaciones y sentimientos?

El gozo es expresión exterior de la estabilidad, paz y dignidad vivida en nuestro interior. No es fruto de placeres externos. Puede, es verdad, incluirlos, pero los supera soberanamente y les da un sentido que los trasciende.

La posibilidad de gozar aun sintiendo dolor no es absurda y se da muchas veces en la realidad, pero depende de la estabilidad interior de la persona que goza y del sentido con el que vive su vida. Si ésta está vendida al placer, el gozo, la felicidad, se hacen imposibles y cuando se da un amago de ellas, están sujetas al miedo de la transitoriedad efímera. El gozo verdadero es una consecuencia, no una conquista buscada y construida.

Es verdad que el gozo, la felicidad, la alegría supone construcción del equilibrio interior, pero no construcción de la felicidad, sino de la coherencia de las diversas relaciones propias de la naturaleza humana.

No nacimos para pasarla bien, sino para hacer el bien, desde la verdad que reside en cada realidad. Este "hacer el bien" nos lleva, sin que lo pretendamos, al gozo, a la alegría íntima, a la felicidad, que es superior al placer, incluyéndolo en múltiples facetas.

Nuestra sociedad se ha encerrado en el placer físico y psicológico, perturbando la posibilidad del gozo profundo y estable, al que le niega existencia, por vivir en la esclavitud de lo sentible.

Dios nos propone mucho más.

Dios nos propone atrevernos a la fidelidad, al amor estable y permanente, a consagrar la propia vida para que quien está con nosotros pueda ser cada día más y llegar más allá de los planes pequeños y cerrados en uno mismo o en el pequeño grupo.
Jesús es el modelo, nosotros los discípulos que deberán llegar a ser sus testigos y mensajeros.

Dios nos conceda vivir con los sentimientos del Señor Jesús, pues todos, también nosotros, se beneficiarán.

Dios nos bendiga a todos para poder vivir en su Felicidad y Gozo, tan interior y fuerte que se trasluce y seduce a quien le llega, pues le transmite paz y serenidad.

Unidos en oración con María, nuestro Auxilio:

P. José Mª Domènech SDB

"Ya no son dos, sino una sola realidad"

¿Es digno de la libertad humana comprometerse de por vida con otra persona o comunidad, que puede cambiar en cualquier momento y ya no satisfacer? ¿Qué le ayuda, a la persona humana, ser, cada vez más y mejor, ella misma? ¿Es capaz, el ser humano, de asumir compromisos definitivos y mantenerse fiel al bien que ellos buscan, superando intereses egoístas?

Jesús, hombre perfecto, con el don de su propia vida, crea una sola familia para la unidad de la gran familia humana. Eso es posible porque ama personalmente a su Padre, vive como su hijo, y acepta dócilmente su Voluntad, llevando a cabo su Obra de Vida Nueva para un mundo, que busca denodadamente la paz y llevar a buen término su anhelo de desarrollo y felicidad.

¡¡Es nuestra vocación!! Pero hay un obstáculo, el egoísmo, y éste lleva al individualismo, el cual usa a los demás, de uno u otro modo, para el propio interés, desquiciando así la realidad.

Dios creó, no individuos, sino personas en y para la comunión; esto les lleva a ser más.

Solo una actitud responsablemente dócil a la Voluntad de Dios nos permite vivir con éxito nuestra vocación conyugal: comunión centrada en el bien del otro por encima de todo.

Nacimos para dar la vida y así llenar de vida el mundo, sin usurpar sus bienes

El mayor bien del mundo son las personas; éstas existen para acompañar y apoyar la maduración del bien de los demás, renunciando a ser cuidados y servidos, para cuidar y servir.

Ser libres pide saber servir y saber renunciar a gustos o beneficios personales o grupales. Lo demás es esclavitud. El Amor verdadero libera de uno mismo para dar la propia vida.

Hemos sido creados para complementarnos en el libre don mutuo y así madurar unos y otros

Dios nos creó para ser como Él: cada persona se realiza al servir para el bien de la otra.

Nadie es completo ni centro de nada, todos nos necesitamos y somos una riqueza insustituible. Ser alguien grande supone servir a los demás: ¡Es la medida de nuestra grandeza!

El divorcio muestra que el matrimonio es vivido desde el interés-complacencia individual.

Cristo se entrega para la Vida Nueva de cada uno, es decir, para que aprendamos a darnos

La Gloria de Dios está en nuestra creciente grandeza al dar la vida, desde lo más pequeño hasta lo más sublime, que es la fidelidad al bien del otro, dejando lo que sea necesario.

Jesucristo aceptó, en su carne, con libertad suprema, sufrir el suplicio de la cruz, apoyándose sólo en la grandeza suprema y enaltecedora del Amor del Padre, que a todos quiere salvar.

Pidamos a María vivir el matrimonio como consagración personal al bien y vida del otro.

Padre José María Domènech Corominas, sdb

CICLO B – TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXVII

Gn. 2, 18-24: "Se dijo el Señor-Dios: «No es bueno que el ser humano esté solo, crearé para él a alguien que le acompañe»... modeló de tierra a los animales... El humano... no encontró a nadie que le pudiera acompañar adecuadamente. El Señor-Dios el hizo caer en un profundo sueño… de la costilla que de él había tomado, el Señor-Dios hizo a otro ser humano y se lo presentó. Él dijo: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Su nombre será esposa, pues del esposo ha sido tomado». Por eso la persona humana dejarán a su padre y a su madre para unirse a su cónyuge y, desde entonces, serán una sola familia."

Salmo 127: "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida"

Hb. 2, 9-11:
"Jesús fue, por un tiempo, puesto por debajo de los ángeles, pero ahora... lo vemos coronado de gloria...; porque Dios, que nos ama, quiso que muriera por todos. Dios... quería llevar muchos hijos a la gloria... y convenía que aquel que los iba a guiar a la salvación, fuera consagrado por los sufrimientos... por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos."

Mc. 10, 2-16: "Los fariseos... preguntaron a Jesús si el esposo puede divorciarse de su esposa. Jesús les preguntó: «¿Qué les indicó Moisés?»... Jesús les dijo: «Moisés les da esta prescripción por la dureza de sus corazones. Pero al principio Dios creó los creó varón y mujer. Por eso la persona humana dejará a su padre y a su madre para unirse a su cónyuge y, desde entonces, serán una sola familia. Por tanto, ya no son dos, sino una sola realidad. ¡Lo que Dios ha unido, nadie lo separe!»... La gente llevaba niños a Jesús para que los bendijera... dijo a sus discípulos: «Dejen que los niños vengan a mí y no los excluyan, pues el Reino de Dios es para los que son como ellos»."

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