Tenemos la sugerencia homilética que el querido padre José María nos ha enviado para este domingo 30 de diciembre.
Crecer significa asumir la responsabilidad de buscar la verdad y el bien para poder dar vida a todos.
La familia de Jesús no tuvo nunca las cosas fáciles: la madre afrontó un parto no pensado; sí se le pidió el consentimiento, pero otro era quien programaba. El padre vivió una muy dolorosa sorpresa que lo sumió en angustiosa incertidumbre y dura decisión; Dios le aclaró y le pidió algo inaudito. Él aceptó, sí, pero nunca dominó la situación, salvo en su confianza. El hijo, como todos, tuvo que aprenderlo todo en
la obediencia: así se prepara a una soberana libertad interior que le llevaba a una obediencia sin límites.
La fortaleza de María, José y Jesús para desarrollar su difícil misión fue la Fe firme y el Amor vivo y concreto al Padre que se la ofreció porque confió en ellos. Es la misma actitud que tiene con nosotros, pero nosotros ¿tenemos la misma actitud con Él? ¿Nos apoyamos en Él? ¿Aceptamos su Voluntad?
Las familias serán fuertes, felices y fecundas, dentro y fuera, si confían y escuchan de verdad al Señor.
Somos Hijos, pero necesitamos aprender a serlo como Dios quiere: Él es la fuente de nuestra filiación. Enseñar a ser Hijo es tarea de los padres, por naturaleza, y de la Comunidad cristiana por misión.
Dios siempre nos da, a su tiempo, lo debido, pero lo aprovecharemos sólo manteniéndonos disponibles
La familia más rica es la que sabe que sus hijos son don de Dios y aprende ponerlos en manos de Él.
Así los hijos aprenden de sus padres que el Amor crece siempre según la Voluntad Providente de Dios.
El Amor del Padre nunca ha sido mezquino, lo que nos tiene reservado es maravilloso, abrámonos a Él
Jesús vivió un Amor –don de vida– sin límites ni restricciones, hasta escandalizar a los “buenos”.
Como Él, somos hijos de Dios, ¿vivimos como Él? ¿Nuestro Amor es don de vida o autocomplacencia?
Llamados a ser como Dios, si vivimos en su Amor –como Jesús– llegaremos a serlo por el Espíritu.
María y José fueron aprendiendo a vivir atentos a los pasos de Dios en su vida; de ellos aprendió Jesús
Lucas hace notar la absoluta libertad de Jesús y su maduración con obediencia pronta y responsable.
María y José no quedaron exentos de las angustias de toda paternidad ni de sus perplejidades en la tarea educativa, pero supieron resolver los problemas con la verdad, el respeto por la persona y el bien.
Dios pasa por la vida de todos, pero es necesario que estemos atentos para crecer y madurar en todo.
María y José nos ayuden a estar más atentos al paso de Dios en la vida de cada miembro de la familia.
1Sam. 1, 20-22.24-28: "Ana... dio a luz un hijo al que puso el nombre de Samuel... Su marido, Elcaná, subió... para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió... Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella... y lo condujo a la Casa del Señor en Silo... se lo llevaron a Elí. Ella le dijo: «Perdón, Señor mío,... Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y Él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a Él: para toda su vida queda cedido al Señor»...".
Salmo: 832-3.5-6.9-10: "Señor, felices los que habitan en tu casa".
1Jn. 3, 1-2.21-24: "¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce es porque no lo ha reconocido a Él.Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es... Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó... sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado".
Lc. 2, 419-52: "Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron... y, acabada la fiesta... María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén... [Ellos] comenzaron a buscarlo entre parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén... Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas... Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». Ellos no entendieron lo que les decía. Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres".
La Sagrada Familia
Crecer significa asumir la responsabilidad de buscar la verdad y el bien para poder dar vida a todos.
La familia de Jesús no tuvo nunca las cosas fáciles: la madre afrontó un parto no pensado; sí se le pidió el consentimiento, pero otro era quien programaba. El padre vivió una muy dolorosa sorpresa que lo sumió en angustiosa incertidumbre y dura decisión; Dios le aclaró y le pidió algo inaudito. Él aceptó, sí, pero nunca dominó la situación, salvo en su confianza. El hijo, como todos, tuvo que aprenderlo todo en
la obediencia: así se prepara a una soberana libertad interior que le llevaba a una obediencia sin límites.
La fortaleza de María, José y Jesús para desarrollar su difícil misión fue la Fe firme y el Amor vivo y concreto al Padre que se la ofreció porque confió en ellos. Es la misma actitud que tiene con nosotros, pero nosotros ¿tenemos la misma actitud con Él? ¿Nos apoyamos en Él? ¿Aceptamos su Voluntad?
Las familias serán fuertes, felices y fecundas, dentro y fuera, si confían y escuchan de verdad al Señor.
Somos Hijos, pero necesitamos aprender a serlo como Dios quiere: Él es la fuente de nuestra filiación. Enseñar a ser Hijo es tarea de los padres, por naturaleza, y de la Comunidad cristiana por misión.
Dios siempre nos da, a su tiempo, lo debido, pero lo aprovecharemos sólo manteniéndonos disponibles
La familia más rica es la que sabe que sus hijos son don de Dios y aprende ponerlos en manos de Él.
Así los hijos aprenden de sus padres que el Amor crece siempre según la Voluntad Providente de Dios.
El Amor del Padre nunca ha sido mezquino, lo que nos tiene reservado es maravilloso, abrámonos a Él
Jesús vivió un Amor –don de vida– sin límites ni restricciones, hasta escandalizar a los “buenos”.
Como Él, somos hijos de Dios, ¿vivimos como Él? ¿Nuestro Amor es don de vida o autocomplacencia?
Llamados a ser como Dios, si vivimos en su Amor –como Jesús– llegaremos a serlo por el Espíritu.
María y José fueron aprendiendo a vivir atentos a los pasos de Dios en su vida; de ellos aprendió Jesús
Lucas hace notar la absoluta libertad de Jesús y su maduración con obediencia pronta y responsable.
María y José no quedaron exentos de las angustias de toda paternidad ni de sus perplejidades en la tarea educativa, pero supieron resolver los problemas con la verdad, el respeto por la persona y el bien.
Dios pasa por la vida de todos, pero es necesario que estemos atentos para crecer y madurar en todo.
María y José nos ayuden a estar más atentos al paso de Dios en la vida de cada miembro de la familia.
Padre José María Domènech Corominas, sdb.
CICLO C – TIEMPO DE NAVIDAD – DOMINGO I
Somos hijos de Dios. Nuestro hogar de vida nueva y paz es su Casa, que es su Amor, el que nos debemos unos a otros, el único que construye la familia
Somos hijos de Dios. Nuestro hogar de vida nueva y paz es su Casa, que es su Amor, el que nos debemos unos a otros, el único que construye la familia
1Sam. 1, 20-22.24-28: "Ana... dio a luz un hijo al que puso el nombre de Samuel... Su marido, Elcaná, subió... para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió... Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella... y lo condujo a la Casa del Señor en Silo... se lo llevaron a Elí. Ella le dijo: «Perdón, Señor mío,... Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y Él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a Él: para toda su vida queda cedido al Señor»...".
Salmo: 832-3.5-6.9-10: "Señor, felices los que habitan en tu casa".
1Jn. 3, 1-2.21-24: "¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce es porque no lo ha reconocido a Él.Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es... Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó... sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado".
Lc. 2, 419-52: "Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron... y, acabada la fiesta... María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén... [Ellos] comenzaron a buscarlo entre parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén... Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas... Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». Ellos no entendieron lo que les decía. Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres".