La sencillez y el buscar el bien de los que nos rodean sin dejarnos enredar en intereses egocéntricos o egoístas, nos granjea el aprecio y cercanía de los sensatos y de la gente sencilla, pero cuando actuamos con orgullo y mezquindad nos perdemos lo mejor de la vida: su paz y la alegría de vivir.
El Señor, a través del Sirácida, nos invita a la humildad, así nos lo sugiere también Jesús en el diálogo que tiene con quien le ha invitado a la comida. Es bochornoso ver cómo las personas piensan que si ocupan los lugares de preferencia ellos suben de nivel. El nivel de cada persona no está en el asiento sino en el corazón, en las actitudes interiores en lo que se refiere a Dios y a los hombres, sobre todo se nota en su relación con la gente sencilla.
El salmo 67 nos recuerda que Dios es quien nos engrandece y nos da lo que llena nuestra vida: nos toca a nosotros aceptar, acercarnos, pero hacerlo bien, dice la carta a los hebreos. Si nos acercamos desde el temor, no sabremos acoger, porque estaremos centrados no en lo que se nos ofrece sino en nosotros mismos y en intereses escondidos de seguridad o ventaja; si nos acercamos desde la sencillez y confianza, podremos beneficiarnos de lo que el Dios vivo nos tiene reservado para llenarnos de la alegría de la libertad.
La persona sensata busca aprender a distinguir entre las verdaderas actitudes de vida y las que son más apariencia que realidad. El que me inviten a madurar y me señalen las trampas que encierran mis criterios y decisiones, eso es amor y vida. Cuando me exigen ser mejor y vivir en la verdad, eso es actuar con sensatez y verdadera amistad. Quien escucha al que le señala metas más altas y le invita a exigirse más es una persona interiormente sana y con un futuro abierto a mejores metas, aunque sean sencillas.
Buscar el prestigio nos lleva, en el fondo, a quedar en ridículo, pues nos vendrán los reconocimientos y honores cuando a otros interese dárnoslos y, muchas veces, éstos serán personas que desean, de algún modo, aprovecharse de nosotros. Cada uno, al final, cae en los lazos de los que son similares a él.
Es mejor vivir de cara al Señor, sin buscar alabanzas de nadie, ni primeros lugares, ni reconocimientos y, cuando éstos lleguen, ya que pueden llegar y de buena ley, no darles más importancia que la que en sí tienen y mirarnos siempre en la presencia de Dios, que nos conoce perfectamente, por dentro, sin maquillar nada, sin juicios de ninguna clase y sin buscar aprobación de nadie ni ventaja alguna. Seamos sabios y sensatos y seremos humildes.
Cuando quieras hacer un favor o expresar tu alegría o buena voluntad, no busques nada más, no pienses en posibles ventajas... es rebajarse, actuar con necedad y perder todo mérito y capacidad de acoger el futuro que podría ser de una gracia inesperada, e, inicialmente, no muy gratificante pues podría venir a través del dolor o del olvido o de la ingratitud, tan propia de nuestra pobre naturaleza.
Sé libre de todo interés y figuretismo. No busques nada para ti y se encargará el Señor de ser tu premio y tu maravillosa y feliz heredad.
A María, la humilde sierva del Señor, pidamos el don de la humilde sensatez en el servicio.
El Señor, a través del Sirácida, nos invita a la humildad, así nos lo sugiere también Jesús en el diálogo que tiene con quien le ha invitado a la comida. Es bochornoso ver cómo las personas piensan que si ocupan los lugares de preferencia ellos suben de nivel. El nivel de cada persona no está en el asiento sino en el corazón, en las actitudes interiores en lo que se refiere a Dios y a los hombres, sobre todo se nota en su relación con la gente sencilla.
El salmo 67 nos recuerda que Dios es quien nos engrandece y nos da lo que llena nuestra vida: nos toca a nosotros aceptar, acercarnos, pero hacerlo bien, dice la carta a los hebreos. Si nos acercamos desde el temor, no sabremos acoger, porque estaremos centrados no en lo que se nos ofrece sino en nosotros mismos y en intereses escondidos de seguridad o ventaja; si nos acercamos desde la sencillez y confianza, podremos beneficiarnos de lo que el Dios vivo nos tiene reservado para llenarnos de la alegría de la libertad.
La persona sensata busca aprender a distinguir entre las verdaderas actitudes de vida y las que son más apariencia que realidad. El que me inviten a madurar y me señalen las trampas que encierran mis criterios y decisiones, eso es amor y vida. Cuando me exigen ser mejor y vivir en la verdad, eso es actuar con sensatez y verdadera amistad. Quien escucha al que le señala metas más altas y le invita a exigirse más es una persona interiormente sana y con un futuro abierto a mejores metas, aunque sean sencillas.
Buscar el prestigio nos lleva, en el fondo, a quedar en ridículo, pues nos vendrán los reconocimientos y honores cuando a otros interese dárnoslos y, muchas veces, éstos serán personas que desean, de algún modo, aprovecharse de nosotros. Cada uno, al final, cae en los lazos de los que son similares a él.
Es mejor vivir de cara al Señor, sin buscar alabanzas de nadie, ni primeros lugares, ni reconocimientos y, cuando éstos lleguen, ya que pueden llegar y de buena ley, no darles más importancia que la que en sí tienen y mirarnos siempre en la presencia de Dios, que nos conoce perfectamente, por dentro, sin maquillar nada, sin juicios de ninguna clase y sin buscar aprobación de nadie ni ventaja alguna. Seamos sabios y sensatos y seremos humildes.
Cuando quieras hacer un favor o expresar tu alegría o buena voluntad, no busques nada más, no pienses en posibles ventajas... es rebajarse, actuar con necedad y perder todo mérito y capacidad de acoger el futuro que podría ser de una gracia inesperada, e, inicialmente, no muy gratificante pues podría venir a través del dolor o del olvido o de la ingratitud, tan propia de nuestra pobre naturaleza.
Sé libre de todo interés y figuretismo. No busques nada para ti y se encargará el Señor de ser tu premio y tu maravillosa y feliz heredad.
A María, la humilde sierva del Señor, pidamos el don de la humilde sensatez en el servicio.
P. José María Doménech, sdb.
TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XXII- CICLO C
Sir. 3, 17-18.20.28-29: "Hijo, si eres rico, sé humilde... cuanto más grande seas, hazte más pequeño y Dios se apiadará de ti... porque su poder es grande y los humildes son su gloria. El corazón de los sensatos... se alegra al escuchar hablar con sabiduría."
Salmo 67: "Dios nuestro, Tú nos instalarás en el país que nos diste como herencia."
Hb. 12, 18-19.22-24a: "Ustedes no se han acercado a la montaña del Sinaí... ni han escuchado la voz que pronunciaba aquellas palabras... Los mismos que las escuchaban suplicaban que no siguiera hablando... Ustedes se han acercado al Dios vivo... a la reunión festiva... a Jesús, el mensajero de la nueva alianza."
Lc. 14, 1a.7-14: "«Cuando te conviden a un banquete... no busques el primer lugar o el de honor... más bien vete al último... Cuando invites a un almuerzo o cena no invites a los amigos que podrían devolverte... pues ya tendrías tu recompensa... sino a los pobres... que no pueden devolverte... Dios te lo recompensará.»"
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